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Especial: A 12 años de la muerte de El Ciego

Sábado, 03 Ago 2013    México, D.F.    José Ramón Garmabella (†) | Foto: Carreño   
A 12 años de su fallecimiento

De Jesús Muñoz, nuestro entrañable Ciego, lo primero que habrá de apuntarse es que como aquel Fray Luis, también de feliz memoria, un día libre quiso y lo tuvo.

Hombre de personalidad acusada y mexicanísima, fue de múltiples facetas todas ellas convergentes al buen  vivir y a la pasión máxima de su existencia que aparte de enamorar hermosas mujeres, fuera el noble arte de lidiar reses bravas.

Así, lo mejor será intentar un retrato sobre el personaje antes que narrar una o cien anécdotas sobre él corriendo el riesgo, además, que estas no fueran del todo ciertas. Las anécdotas, en todo caso, servirían quizá para definir a otro que no fuera nuestro querido Ciego y hubiera pasado por esta vida sin más, salvo haber sido protagonista incidental de historias, ciertas o falsas, y apenas útiles para pasar el rato o, a lo más, provocar una sonrisa. No para retratar a un hombre cabal que como Jesús Muñoz supo dejar huella profunda durante su paso por este mundo.

La historia comienza a registrar a nuestro personaje en el ya lejano 1935, cuando durante la temporada novilleril de ese año, debutara en El Toreo de la Condesa alternando nada menos que con Fermín Rivera, quien a la postre tendría en ese año la temporada más sensacional que más novillero alguno lograra ni antes ni después en cosos de la capital. Luego, esa misma historia advertiría a Jesús Muñoz también como novillero triunfando en el desaparecido Progreso de Guadalajara y de Ignacio García Aceves.

De acuerdo a crónicas de la época , el que con el tiempo sería personaje sin par de la fiesta era novillero de buenas hechuras, no exento ni de clase ni de valor y hasta con cierta personalidad por lo que bien podía augurársele futuro dentro del ruedo. Su destino, empero, habría de ser otro aun perteneciendo a las fuerzas vivas de la fiesta. Pudieron más la libertad de espíritu y la vitalidad que la disciplina hasta llegar a dejar sobre una silla el terno y los avíos de torear. Tal y como le había ocurrido poco antes de ese 1935 a su hermano José, El Negro, compañero de andanzas taurinas de Alberto Balderas y otro personaje auténticamente de la leyenda y la picaresca taurina.

Jesús Muñoz, no obstante, torero hasta el último de sus días, supo entonces arrancarle pases al toro de la vida, que es siempre el toro más importante a enfrentarse, y jarifo, sin perder jamás los papeles y mucho menos el estilo, pasó a ser protagonista principal de las tertulias del Café Cantonés, refugio de sueños de gloria de tantos novilleros, hasta llegar a ser protector de muchos de ellos. Tanto, que no dudó muchas veces en quitarse la camisa para ofrecérselas a costa de quedar desnudo de alma.

Y por si algo faltara, haciendo gala del talento y del sentido de la amistad que desde siempre le caracterizaron como rasgo distinto de su personaldiad, supo  proporcionarle a Luis Spota mil y una historias sobre las alegrías y desdichas de esos soñadores de fama y fortuna que constituyeron materia fundamental para "Más cornadas da el hambre", novela indispensable en la biblioteca de cualquier buen aficionado que se respete de serlo. No fue eso todo: caminando invariablemente junto al surrealismo, aparte de darse tiempo para ser apoderado de varios de esos chavales asiduos al viejo café de la calle de Bolívar, organizó en cosos provincianos, a veces pueblerinos, cambates entre un viejo león desdentado y un toro de lidia concluídos justo cuando el rey destronado estaba ya literalmente cosido a cornadas.

Tiempo fue, transcurriendo los años, en que a efecto de coseguir el parné, la luz, para cumplir con las mínimas necesidades de subsistencia y, sobre todo, poder saborear buen aguardiente y enamorar sin sobresalto a hembras placenteras, Jesús se convirtió en informador y en un santiamén, hombre de iniciativa y de ideas brillantes, fundo la primera agencia noticiosa taurina mexicana. Nada menos.

A partir de su fundación,  y casi hasta el último día de su existencia, Jesús Muñoz, El Ciego, siempre pegado a la bocina telefónica desde la habitación habilitada como oficina del hotel Coliseo, por demás atestada de papeles, procuró informar puntualmente todo cuanto acontecía en el mundo del toro y principalmente el resultado de los festejos celebrados en cosos provincianos sin que en sus reportes jamás existiera el dolo o la mala fe sino, antes bien, llevado de su proverbial generosidad y taurinismo, no pocas veces echó el capotazo salvador a la tarde aciaga de algún torero, bien figura o apenas novillero. Debe decirse por cierto, a propósito de la información por él proporcionada, que durante muchos años constituyó, y así lo seguirá siendo ahora con su hija Bernarda al frente del timón, columna vertebral de cuanto espacio taurino existe en esta otrora noble y leal ciudad de los palacios.

Hay más: hombre en extremo sensible, revestido de buena dosis de cultura, no por nada Jesús estudió en la mejor universidad que es a final de cuentas la de la vida, y enamorado eterno de la poesía o como se decía antaño, de las bellas letras, El Ciego fue también más que estimable poeta y sabía decir sus cosas con el corazón en la mano. No fue la suya, no podía serlo, poesía de tres por cuatro, de rococó. Fue, por el contrario, poesía de garra, de canto guerrero, machuna. Lo mismo para cartarle al Indio Grande que a Juan sin Miedo o al Ciclón.

Y sin embargo, curiosamente, no en balde era un corazón gigantesco a duras penas contenido en un pequeño cuerpo, esa misma poesía trasluce girones de vida y resulta eficaz y afortunado revelador de una existencia azarosa y plena como lo demuestra en su ya célebre Si yo fuera torero, donde aparte de derramar su vena poética sin discusión, hace gala de excelente manejo de la técnica lo cual, unido a la profundidad doliente y cristalina del verso, hace que el poema en cuestión, como tantas obras suyas, bien merezca pertenecer a la mejor antología de poesía taurina.

Amigo de Renato Leduc, aquel que advirtió que mucho se aprende andando del brazo y por la calle con el proletariado, y con quien Jesús tantas veces cruzara la espada del ingenio, del Brujo Zepeda, el único torero tehuano que ha existido, del Tapatío, mozo de espadas que fuera de Mario Moreno (Cantinflas) o del inenarrable coronel José Rubén Zataray, autor de la sorprendente y tal vez cierta teoría que entre más se llora menos se mea, Jesús Muñoz, Chucho, fue, y duele decirlo, tal vez el último sobreviviente de aquel México violento, travieso, amargo, y dulzón que algún día se fue para no volver jamás.

Y enamorado y admirador constudinario de la mujer, no pocas ocuparon al menos transitoriamanete el haber en su tálamo y en su corazón, pero igual hombre inteligente, fue amigo de la figura y del novillero humilde; del ganadero cotizado y del empresario rumboso; de la prostituta y del bolero de la esquina. Hombre que no se abría por un quítame de ahí esas pajas, cuando lo hacía se sabía desde el primer instante que se tenía para toda la vida a un amigo en toda la extensión tierna y generosa que el vocablo sugiere. Así, simplemente.

Pero cuidado. Jesús Muñoz no fue nunca un histrión, protagonista de anécdotas y de vida vacía. Fue, por el contrario, hombre honesto, sensible, trabajador como el que más y poeta exquisito. Téngalo bien en cuenta quien, y sería bueno que así fuera, intente escribir algún día su briografía.

Hoy, Jesús Muñoz, Chucho, El Ciego, no está ya más físicamente entre nosotros. Los zapatos de charol, el gabán, el paliacate anudado al cuello, el sombrero de palma y las gruesas gafas que ocultaban aquellos ojitos que veían menos de lo que él quería pero seguramente más, mucho más, de lo que todos calculábamos, han quedado guardados en el baúl de los recuerdos. Jesús se ha ido a esa estrella lejana que al decir de Renato, no tiene nada. Pero hoy sí tiene. La Luz del Ciego Muñoz. Esa luz por la que el hombre partió para encontrarla y que desde ya, nos obsequia permanentemente a los múltiples amigos y camaradas que supo cosechar a lo largo y ancho de su vida...

¡Así fue, derrochando señorío, poesía y taurinismo por el mundo, Jesús Muñoz!


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