Tras el corte de una oreja, el toricantano Michelito Lagravere se alzó como triunfador del tercer festejo de la temporada en la plaza Monumental de Mérida, en tarde para el registro de los amantes de la estadística al convertirse en el diestro más joven de la historia que toma la alternativa y con un toro de 610 kilogramos de peso.
A una semana de cumplir 15 años, que contará el venidero 1 de diciembre, el yucateco logró su cometido al ponerse por delante de toreros como el mítico Luis Miguel Dominguín que se doctoró con 15 años y seis días; del también español Jairo Miguel y otros tantos niños toreros y lo hizo con balance aceptable, si se toma en cuenta la seriedad con que se organizó este festejo.
Y es que la ganadería de Bernaldo de Quirós envió una corrida de toros. Todos por arriba de los 500 kilogramos, incluido el de la ceremonia que -decíamos-, registró 610 kilogramos. Si a eso agregamos que no se cayeron, salvo el que hizo cuarto y aún más, que cuando menos cuatro de ellos metieron el morro, seguro que debe estar contento el ganadero.
Por lo que toca al balance artístico del niño torero, se deben destacar sus buenas maneras, la seguridad y prestancia que lució con el torazo que abrió plaza, aunque al final dejara a los presentes con la miel en los labios, tras abreviar con su descompuesto segundo.
Así, para el registro quedó el toro número 202 “Sureño” con 610 kilogramos, el que abrió plaza. El del doctorado, vaya. Y hasta ahí, sin duda que fue un inmejorable marco para ceremonia tan importante. El toro ideal para quien toma la alternativa.
El de Javier Bernaldo, un toro cárdeno, acucharado de pitones y de percha espectacular, humilló por el lado derecho. Hizo el “avión” cuantas veces se le citó, por lo que Michelito se dio a torearlo con seguridad y regusto desde que se abrió de capa.
Alegre y bullidor, se gustó en dos verónicas, chicuelinas y una media caminando hacia los ijares, que encendió la esperanza de los aficionados que desde un principio reconocieron a Michelito y su logro, con cerrada ovación.
Con la muleta, la faena fue pulcra y de buen trazo. El toro que no tenía malas ideas y por el contrario –reiteramos-, arrastró el morro, permitió una labor con buenos momentos artísticos.
Derechazos sentidos y de mano baja, en varias series bien engarzadas, que prosiguieron hasta que al toro finalmente le pudieron los kilos. La estocada entera, trasera y dos descabellos, antecedieron a la fuerte petición de la oreja, que finalmente fue otorgada.
Con su segundo, otro cárdeno, serio por delante y muy bien redondeado, apenas y lo intentó. El astado, con la cabeza suelta como devanadora, fue demasiado para una tarde de tantas emociones, por lo que se fue tras la espada.
Quien acaparó la atención por su disposición, tendencia al toreo de calidad y cabeza clara fue Juan Pablo Sánchez. El hidrocálido literalmente se inventó la faena con su segundo, un toro avispado y de medias embestidas con el que hizo gala de aguante, pero también de clase.
Ahí quedaron en la arena los naturales con personalidad y tersura, siempre citando con la muleta retrasada, asomando buenas maneras, pero sobre todo su cabeza clara. Y los aficionados meridanos, con prestigio bien ganado de taurinos serios y entendidos, pues ni tardaron en reconocerlo. Una verdadera pena lo de la espada. Aun así lo ovacionaron en el tercio.
Con su primero, un toro con un punto de violencia, también destacó con la muleta en la zurda, aunque al final, su labor se realizara entre intermitencias.
Por lo que toca al francés Sebastián Castella, realizó una faena con detalles de subido nivel con su primero ante un toro con brusquedad y al que había que tragarle entre muletazo y muletazo, por lo que la faena tuvo tintes de valìa. Lo de su segundo, el màs flojo del encierro, fue un eterno batallar.