No cabe duda que el nombre de Pablo Hermoso de Mendoza sigue siendo, hoy por hoy, sinónimo redituable de éxito de taquilla y de triunfo en el ruedo. Y ahora fue en la plaza de toros de Cadereyta, municipio cercano a Monterrey, donde el centauro navarro alargó su racha de puertas grandes en su gira mexicana, al cortar cuatro orejas y un rabo a dos buenos ejemplares de la ganadería de Cuco Peña.
Pablo no sólo triunfó y compartió la salida a hombros con el diestro de Cadereyta, El Cuate Espinoza, que cortó tres orejas, sino que logró un lleno histórico en esta plaza al registrarse un sobrecupo en los tendidos, con gente apostada en los pasillos y escaleras, y se quedó una gran cantidad de público afuera del coso.
Aunado a la calidad y maestría del jinete español que es por todos reconocida a nivel mundial, cabe destacar la gran actuación de su caballo “Mujeriego”, el cual apenas está poniendo en ruedos aztecas y que en el último tercio de la lidia le permite lucir mucho, tanto al clavar las banderillas cortas, como ejecutar los pares a dos manos.
Hoy, Hermoso de Mendoza dictó cátedra para los nuevos aficionados, y explicó, como se hace en un salón de clases, la manera en que hay que llevar bien dominadas las riendas y jugar con el valor de sus caballos toreros ante las embestidas fieras de sus enemigos.
Ante su primer toro, corrido en tercer lugar dado que previamente hubo una alternativa para un nuevo matador de a pie, el navarro se lució desde que paró y templó con “Caviar”, otro nuevo caballo, al bravo ejemplar de Cuco Peña, una de sus ganaderías predilectas. Su faena, como es de imaginarse, fue largamente jaleada por el frenético público que al final le pitó ligeramente la concesión excesiva de las dos orejas que le otorgó el juez de plaza.
La labor de su segundo fue portentosa. Con “Estella” rodando en el ruedo, y doblándose de maravilla con el toro, Hermoso de Mendoza inició una faena sublime en la que los experimentados caballos “Silveti” y “Fusilero”, colaboraron para que dejara en todo lo alto las banderillas.
Y nuevamente “Mujeriego” se encargó de echar el resto, tan fiel a su nombre. Alegre en sus cites, este equino le robó la tarde a sus compañeros de cuadra, e hizo que su jinete consagrara un nuevo triunfo al cortar ahora sí, por petición unánime, las orejas y el rabo.
Hemos dejado para el final la reseña de los tres toreros que actuaron a pie, para no desviar la atención en el triunfo de Pablo.
En esta maratónica corrida, El Cuate Espinoza fue padrino de alternativa por segunda ocasión, en más de 10 años que tiene como matador, del joven novillero Juan Fernando, en presencia de Alejandro Amaya, y el propio navarro.
Espinoza ha tenido una tarde inspirada y de entrega apasionada. Es una pena que, arrimándose como lo hizo hoy, las empresas importantes del país no echen la mirada a este buen torero que vale la pena rescatarlo de la penumbra en que se encuentra desde hace mucho tiempo.
Reseñar la faena de su primero, al que le cortó la oreja, y la de su segundo, al que le tumbó los dos auriculares, sería redundante, pues ambas rozaron la perfección, pintadas del valor y arrojo, con las que recibió de hinojos la salida de los cornúpetas.
A eso hay que agregarle los trazos largos y templados, erguida la figura y los adornos con las que remató cada serie de muletazos y que descargaron desde los atiborrados tendidos el grito de ¡torero, torero!
Su segundo, descarado de cuerna, a punto estuvo de ocasionarle una cornada en el pecho cuando el jimenense se entregó en la suerte suprema. Afortunadamente todo quedó en un fuerte golpe con la pala del pitón a la altura del esternón, que pronto se olvidó cuando recorrió el anillo con las dos orejas bien ganadas.
Amaya tuvo una tarde que no pasará a la historia. Su primero, débil y que rodaba continuamente en la arena, poco le permitió su lucimiento, mientras que a su segundo, si acaso pudo sacarle dos tandas de buenos derechazos que el público le premió su voluntad después de sepultar el acero perpendicular y desprendido, en las carnes del astado.
El benjamín de los matadores, Juan Fernando, estuvo a un tris de no culminar su sueño, cuando el toro que abrió plaza le echó mano en un lance, del cual él mismo tuvo el error de no abrirlo, dejándole el traje de luces, recién salido de la aguja, roto de la taleguilla a la altura del vientre.
Cumplió en términos generales su primera encomienda de la que solo escuchó aplausos. El que cerró plaza se rompió un cuerno desde la cepa al estrellarse en el anillo y lo poco que le hizo fue agradecido por un sector del público.
Antes, el segundo toro de El Cuate también se había despitorrado, por lo que el único toro de reserva que había, de la ganadería de Cuco Peña, lo lidió como sustituto, así que Juan Fernando no tuvo más remedio que lidiar a su segundo en esas condiciones.