Desde el barrio: La esencia de la bravura
Martes, 04 Oct 2011
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
En estos tiempos que corren resulta muy difícil ver una novillada tan completa y asombrosamente brava como la que se lidio el pasado domingo en Arnedo: seis novillos-toros (varios de ellos cumplían los cuatro años este mismo mes) con el hierro de Baltasar Ibán, de finísimas hechuras, bajos, en el tipo perfecto de su encaste Contreras, con cuajo pero sin un kilo de más, muy bien armados y con un serio trapío.
En cuanto a presentación, cumplió de sobra la ganadera Cristina Moratiel, demostrando que la sensación de seriedad en el toro no la dan el exceso de kilos ni el volumen exagerado que lucieron algunos otros utreros en la prestigiosa feria de novilladas de la "Ciudad del Calzado". Al moderno ruedo riojano salieron de chiqueros el 2 de octubre seis joyas, seis modelos perfectos del tipo zootécnico de esta brava sangre que desde hace unas décadas se refugia a la sombra del Monasterio de El Escorial.
Pero lo mejor vino después, probablemente como consecuencia de ese respeto absoluto a las hechuras: todo un tsunami de bravura por parte de cada uno de esos seis ejemplares, nunca mejor usado el término, de la divisa verde y rosa que creara a finales de los años sesenta un romántico empresario de hostelería.
No falló ni uno de los seis "ibanes" que se lidiaron en Arnedo. Si acaso, el cuarto se defendió un tanto punteando los engaños con el pitón izquierdo. Pero ninguno, incluido ese mismo por el lado diestro, regateó una sola arrancada desde su salida (rematando por abajo en los burladeros) hasta su encastada muerte. O hasta que volvió de nuevo a los corrales, como sucedió con el sexto, "Santanero", indultado por unánime aclamación del tendido, sin apaños ni picardías de taurinos desde el callejón.
Bravos, sí. Absolutamente. En el capote, en la muleta, en banderillas y, también, en el caballo, donde a los más tradicionales aficionados les gusta examinar al ganado de lidia. Pues en esa prueba todos sacaron nota y varios con el cum laude añadido por su tremenda y admirable pelea, derribando a los jacos , descolgando la cara y metiendo los riñones en el peto con infinita fijeza y un incansable celo que, tras dos o tres minutos de pelea en algún caso, obligaba a colearlos con gran esfuerzo.
A pesar del duro castigo que ellos mismos se infligieron con ese derroche de bravura en varas, aún les quedaron fuerzas sobradas no sólo para aguantar sino para dar un gran juego en la muleta. A alguno, con una manta de sangre sobre el lomo, le faltó aliento para repetir arrancadas a partir de la tercera o cuarta serie de muletazos, pero aun así, de una en una, regalaba largas y entregadas embestidas. Otros no pararon de atacar y humillar muy en serio, nobles pero no tontos, a unas telas no siempre bien manejadas. Y por eso mismo, porque cayó en las mejores manos de la terna, las de
Fernando Adrián, "Santanero" tuvo el honor de ser el primer animal indultado en la historia de esta ciudad riojana, en la que el hierro madrileño siempre suele echar novillos notables.
Disfrutando con todo el encierro, saboreando esa apoteosis final, contemplando al exultante público arnedano entusiasmarse con la verdadera bravura, no quedaba más que añorar aquellos tiempos en que los "ibanes" propiciaban grandes faenas en las plazas más importantes de España. Refugiados ahora en el mercado de las novilladas y de las plazas de segunda, estos bravos "contreras" sufren el exilio provocado por el absurdo culto al toro grande, que no bravo. Y ahora ese es un lujo que la Fiesta no se puede permitir. Toca volver a las grandes reservas de la bravura, a aquellos reductos donde se conserva su esencia, como en el "Cortijo Wellington".
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