Desde el barrio: Que siga siendo cultura
Martes, 06 Sep 2011
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
El Gobierno de España acaba de publicar en el Boletín Oficial del Estado el paso de la gestión de sus competencias taurinas del Ministerio del Interior al de Cultura. El que administrativamente se antoja como un simple trámite burocrático es, en cambio, un gran paso para la Tauromaquia porque, por vez primera en siglos, la Fiesta es reconocida como arte y cultura en un texto oficial.
Y, lo que no es menos importante, también por vez primera se elimina de su tutela ese tufo policial y de constante sospecha con que ha sido tratada por todos y cada uno de los variados regímenes políticos que han regido la vida del país y que han elaborado los sucesivos reglamentos.
Estamos, pues, de enhorabuena, porque por fin se ha logrado que los políticos, siempre tan tardos con las cosas de toros como la Iglesia Católica con los avances científicos, reconozcan una evidencia tan clamorosa como que el toreo es cultura; algo que no había que demostrar sino que está implícito en el mismo desarrollo del espectáculo más culto del mundo, que dijo el poeta de Granada.
El tanto hay que anotárselo a los toreros que forman ese que se ha dado en llamar G-10, un grupo de figuras liderado por El Juli que el pasado invierno mantuvo las precisas conversaciones con políticos de derechas e izquierdas para concienciarles de esta necesidad. Claro que el asunto, de momento, no pasa de ser un simple golpe de imagen. Ilusionante y con impacto, pero me temo que insuficiente.
Tanto es así que, ahora que los taurinos hemos pisado la moqueta de los altos despachos del Ministerio de Cultura, nos encontramos con que todos los rumores apuntan a que, en próximos gobiernos y por aquello del ascetismo administrativo impuesto por la crisis, este departamento ministerial, junto con algún otro, tiene muchas papeletas para desaparecer. ¿Habremos llegado tarde?
Pese a todo, no seré yo quien quite importancia a esta tardía decisión de los políticos españoles. Sólo que, por aquello de no confiar demasiado en los cambiantes criterios de parlamentarios y gobernantes, es a la propia gente del toro a la que ahora corresponde hacer bueno el cambio y potenciar esa imagen cultural que sirva de parapeto a tantos y cada vez mayores ataques externos. Que no se quede en un brindis al sol.
Se trata de limpiar la casa, de orear el ambiente y trabajar en pro de la máxima dignidad del espectáculo: de abandonar de una puñetera vez esas mezquinas prácticas empresariales que lo tienen lastrado, de respetar la profesionalidad, de defender la integridad del toro, por fuera y por dentro, de pedir a los toreros una entrega en consonancia al esfuerzo del público para pasar por taquilla, de adaptarse a los nuevos tiempos, de entrar definitivamente en el siglo XXI y salir del XIX, donde muchos parecen haberse quedado estancados.
Se trata, pues, de que ese paso a Cultura, con mayúsculas, no se quede sólo en una frase hecha o en una cómoda declaración de intenciones para seguir viviendo de las cada vez más escasas rentas. Se trata de trabajar y de dar razones y contenido a la única concesión importante que nos han hecho los políticos en estos momentos difíciles.
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