Sorprende que buena parte de la afición taurina mexicana aún no identifique con claridad al adversario real. Aunque en este espacio nos hemos referido al animalismo en varias ocasiones, vale la pena reiterar que se trata de una ideología que amenaza no sólo a la tauromaquia sino a la sociedad.
El animalismo no es una moda pasajera ni una simple "preocupación por los animales", sino una ideología con fundamentos filosóficos definidos. Su eje es el concepto de especismo, que Peter Singer, en su libro "Liberación Animal", describe como la discriminación basada en la pertenencia a una especie. Desde esta perspectiva, todos los animales son seres sintientes –capaces de experimentar placer y sufrimiento– y, por ello, merecen el mismo respeto y consideración moral que los humanos. En consecuencia, buscan liberarlos de la dominación del hombre, al que consideran un depredador sistemático.
Esta premisa lleva, de manera lógica, a rechazar cualquier uso humano de los animales: no comerlos, no vestirnos con su piel, no utilizarlos para trabajo, entretenimiento o investigación. Para el animalismo, la tauromaquia, la cacería, la ganadería, la equitación, la gastronomía o incluso tener mascotas son prácticas inaceptables.
Algunos taurinos mexicanos han intentado presentarse como "amantes de los animales" llamándose "verdaderos animalistas" para distinguirse de los "radicales". Cada vez que un aficionado adopta esa etiqueta, valida el marco conceptual del oponente, refuerza su narrativa y erosiona la defensa de la tauromaquia desde dentro.
Muchos aficionados, toreros y ganaderos confunden al animalismo con versiones menores como el "mascotismo", y creen que basta con explicar cómo tratan a los animales para neutralizar críticas. No advierten que el animalismo, en su formulación filosófica, busca prohibir toda forma de uso animal.
Y cuando esta ideología se lleva a la política, sus efectos no solo amenazan a la tauromaquia: en varios países, la prohibición de actividades ganaderas tradicionales han desmantelado sistemas de manejo sostenible que, durante siglos, mantuvieron vivos pastizales y especies asociadas. Lejos de proteger a los animales, estas medidas han provocado daños irreversibles en los ecosistemas, como la pérdida de biodiversidad en pastizales tradicionales.
Por eso, asumir su lenguaje o sus categorías no es una estrategia: es una rendición. Defender la tauromaquia –y cualquier otra actividad con animales– exige hacerlo desde sus propios valores: la naturaleza humana, el arte, el patrimonio cultural, la libertad individual y la diversidad de formas de vida.
Cuando escuchen o lean en iniciativas legislativas o cualquier otro documento la palabra "seres sintientes", entiendan que es un intento de uniformar el pensamiento, tratando de imponer una nueva realidad moral, económica y social, que sería catastrófica para la ecología y para la raza humana.
Taurinos mexicanos: no se trata de parecer más amables ni de ganarse un certificado de buen trato animal. Se trata de entender que la batalla es cultural y política, y que las palabras importan. Si asumimos el vocabulario del animalismo, les habremos entregado medio ruedo y regalado la lidia... antes de que suene el clarín.