El reciente triunfo de Bruno Aloi en Madrid no es solo motivo de entusiasmo: es un recordatorio de lo que aún puede lograrse cuando el valor se une al arte. Desde su debut en octubre de 2022, encendió el ánimo de los taurinos.
Recuerdo cuando se presentó por primera vez en Guadalajara, antes de entrar a la Nuevo Progreso, Pablo Moreno me dijo "te brindo la actuación de Bruno"; no solo él llegaba con expectativas poco usuales, en la plaza me encontré gente que había viajado desde Puebla y Tlaxcala, muchos profesionales y personalidades del mundo del toro seguían de cerca su evolución. El chaval no decepcionó. En aquella ocasión, me llamó la atención su estética. Me pareció un torero artista, de buen gusto, que sabía andarle a los toros.
En España se ha mostrado como un torero de voluntad y quietud, buscando una expresión vinculada con la serenidad, el temple y la actitud consciente. En Madrid destacó por su valentía y entrega. Comenzó con unos estatuarios que marcaron el rumbo del trasteo. Siguió con series por ambos pitones en las que hubo ajuste y ligazón. Remató la faena con manoletinas de rodillas. Se tiró a matar de verdad, entregándose con el corazón, dejando una estocada en todo lo alto y saliendo rebotado de manera aparatosa.
El logro de Bruno obliga a evocar algunas de las gestas más memorables de novilleros mexicanos en Madrid. Entre ellas, destaca el duelo entre Lorenzo Garza y Luis Castro "El Soldado", que en 1934 y 1935 protagonizaron auténticas citas legendarias. Estilos contrastantes: Garza, temperamental, espectacular y agresivo; El Soldado, sobrio, técnico y de gran pureza. Aquella confrontación encarnó dos formas opuestas de entender el toreo y cautivó, por su intensidad dramática, a la exigente afición madrileña.
José Ramón Tirado, "El Tiburón de Sinaloa", fue otro mexicano que deslumbró en Las Ventas. Torero valiente, con tintes de tremendismo, estuvo bajo el apoderamiento de Rafael Sánchez "El Pipo", quien lo llevó a España en 1956. Se presentó en Barcelona, donde su entrega encendió al público catalán: lo repitieron ocho tardes durante aquella temporada. El 8 de julio fue anunciado en Madrid, donde protagonizó una de las actuaciones más arrolladoras que se recuerden de un novillero. En apenas siete días, realizó tres paseíllos en la plaza de Las Ventas y cortó cuatro orejas, firmando así una de las irrupciones más fulgurantes de la tauromaquia mexicana en tierras españolas.
La última gran gesta de un espada en formación fue de Antonio Sánchez "Porteño". En la Feria de San Isidro de 1964, actuó el 31 de mayo y logró cortar dos orejas, con lo que salió en hombros de Las Ventas —único novillero mexicano en lograrlo durante esa feria. Su triunfo emergió en medio de una corrida casi suspendida por la lluvia. Tras una primera aceptación dubitativa, su faena sedujo a los espectadores y consolidó su salida en hombros. Acapulqueño avecindado en Apizaco, al "Porteño" se le recuerda por su valor inesperado frente a la adversidad y quedó como símbolo de perseverancia.
Bruno Aloi ha mostrado clase y personalidad. En su lucha por abrirse paso en España, ha debido afirmar su sitio con firmeza y valor, en un escalafón saturado y competitivo, donde los puestos son escasos y el reconocimiento se disputa con crudeza. Pero bajo esa imagen de torero recio, emerge un artista: un novillero con estética contemporánea y sólido criterio técnico.
Bruno volverá a Madrid en otoño. Con él regresa una esperanza que no nace de la nostalgia, sino de legítima ilusión: la de que aún es posible abrirse paso en un escalafón tan competido como hermético, conquistar Las Ventas con temple, verdad y arte mexicano. En su muleta asoma, acaso, la forma de una llave: esa que, si la suerte lo permiten, abra de nuevo la Puerta Grande para los nuestros.