Recuerdo muy bien aquel día en el que Federico D’ Kuba llegó a mi oficina y me entregó un fólder azul. Federico era un hombre serio, pero con un gran sentido del humor. Se le veía divertido, con la mirada expectante, aguardando mi reacción.
Abrí con cuidado el obsequio. Se trataba de un apunte taurino de Rafael Sánchez Icaza. Una verónica trazada en tinta sobre opalina. Un dibujo que captura el movimiento del capote con un trazo ágil, espontáneo y lleno de energía. Revela el interés del artista por la representación del movimiento y la forma, en un lenguaje libre y expresivo. Captura la esencia del lance con un mínimo de elementos: una línea precisa, una tensión formal, un gesto sugerido.
Pero ese apunte no solo revelaba la mano del artista: era también un reflejo del temple de quien me lo obsequió.
Rafael Sánchez de Icaza es una figura clave del arte taurino contemporáneo en México. Su dominio del color y la forma lo convierten en un creador singular, cuya obra actual transita entre lo simbólico y lo emocional, y que logra poner el arte dentro del ruedo en un diálogo vibrante con la afición y la tradición.
Desarrolló un estilo que él mismo denomina "surrealismo geométrico". Se trata de composiciones de formas fragmentadas y colores brillantes, que buscan capturar el instante de fusión entre toro, torero y público
Pero antes de evolucionar hacia este surrealismo geométrico, producía apuntes rápidos y estudios taurinos como el que me obsequió Federico. Esto revela un proceso continuo que va de lo lineal y gestual —el dibujo—, al tránsito pictórico y emocional de algunos óleos, hasta reconfigurarse en una obra conceptual y geométrica.
Si bien es un privilegio tener un dibujo de Sánchez de Icaza, más significativo aún fue recibirlo de Federico D’ Kuba. Un hombre recio, pero al que no se le escapa detalle, como el estar pendiente de mi afición taurina. Hombre de acaballo, charro, firme y muy trabajador. Después de un fracaso empresarial, tuvo que deshacerse de sus caballos. Fue un ejemplo de resiliencia y valentía. Se convirtió en profesor de finanzas, formando a numerosos empresarios, no solo por su capacidad docente, sino por su entrega y amor a la vida.
Dentro de las muchas anécdotas que recuerdo suyas, está cuando un accidente bloqueó la carretera, provocando un embotellamiento de más de tres horas. El profesor D’ Kuba detuvo a un motociclista y le pidió que lo llevara para llegar a tiempo a su sesión. "Me hubiera ido en caballo o en mula, pero por ningún motivo hubiera dejado a mis alumnos esperando", me dijo después del incidente.
Ayer recibí la noticia de su partida. Luchó más de dos años contra el cáncer. Salía de las quimioterapias y se iba a trabajar. Nadie lo vio quejarse, al contrario, su testimonio era un tributo a la vida.
El dibujo de Sánchez de Icaza nos dio ocasión de continuar nuestras charlas sobre charros y toros. Sabía que el espectáculo taurino es una preparación para la muerte: se aprecia a Dios en una liturgia donde, como en la tragedia clásica, se dramatiza la conciencia del límite; un instante es frontera no solo entre el triunfo o el fracaso, sino entre la vida y la muerte.
Le decía que el toreo es un ejercicio de adiestramiento de cuerpo, espíritu y mente: un modo de disponer el alma para la partida del cuerpo. Yo lo formulaba desde la teoría, citando a figuras como Manolete. Federico D’ Kuba lo encarnó en la vida misma, regalándonos una lección de concentración interior, autodominio y templanza nacida de una introspección honda y silenciosa.