El tema de la genialidad ha sido objetivo de reflexión filosófica desde tiempos antiguos, explorada desde ángulos metafísicos, psicológicos, estéticos y éticos. En la "Crítica del juicio", Kant la define como un talento natural que da la regla al arte. No se trata solo de una destreza técnica, sino de la capacidad de originar lo nuevo.
El genio rompe con las normas sociales, epistémicas y estéticas.
Un caso paradigmático de una figura excepcional y trágica es la de Beethoven. Estaba sordo, aislado y tuvo una vida marcada por el dolor físico y emocional. Su música se transforma con su crisis personal. Integra un dramatismo y una intensidad emocional que reflejan su trayectoria existencial.
El fenómeno de Morante de la Puebla solo se puede entender desde la genialidad. Es un torero veterano con más de cuarenta y cinco años de edad y que está próximo a cumplir 28 años de alternativa. Lo que sucedió en Madrid en la pasada corrida de la Beneficencia desborda la lógica. Después de dos faenas cortas, pero intensas, una multitud de adolescentes lo sacó a hombros por las calles de la capital española. Horas después, seguían aclamándolo, tanto que el torero tuvo que salir al balcón de su hotel a agradecer las muestras de cariño.
A finales del año pasado se hicieron públicos los desequilibrios psíquicos del torero sevillano. En marzo, antes del inicio de la temporada taurina, el diario ABC publicó una entrevista desgarradora. Mostró su fragilidad y, con sinceridad, reconoció los trastornos mentales que ha sufrido. Afirmó que, incluso, había pensado en la muerte como alivio.
En el "Fedro", Platón comenta que cierta locura es un don divino que inspira a poetas y artistas: "La locura que procede de un dios es más bella que la cordura que viene de los hombres." En ese diálogo, Sócrates define el amor como una de las formas más sublimes de locura divina. La verdad más alta no se alcanza por la técnica, requiere una transformación del alma, que puede incluir arrebato, pasión y delirio sagrado.
"Un poeta que confía en el arte sin la locura de las Musas, está condenado a la mediocridad". De esta manera, Platón nos explica que la genialidad es una apertura a lo trascendente, un vehículo de lo divino.
El toreo de Morante es una evolución constante. Impresiona como, con los pies plantados sobre la arena, se embragueta, se pasa al toro tan cerca que sus ternos quedan manchados de sangre. Pero no se queda inmóvil, acompaña la embestida con la cintura dándole hondura a sus pases. Mueve los hombros al compás, los brazos, como una prolongación natural de las muñecas, se resuelven en el movimiento sutil de las telas.
Antonio José Pradel en su libro "Elogio y refutación de la quietud" dice: "No hay líneas rectas en el toreo de Morante de la Puebla. Y por lo tanto no hay rigidez, sino todo lo contrario, fluidez." El escritor afirma que su quietud es más espiritual que corporal, más interna que externa.
Y si esto era verdad hace 12 años que Pradel escribió el libro, lo es más ahora que Morante ha logrado interiorizar su sufrimiento y exteriorizado en una estética barroca, personal, única.
En el referido diálogo de el "Fedro", Platón introduce un saber basado en la memoria del alma, la pasión amorosa y la inspiración divina. Así, el genio se vuelve instrumento de una verdad que lo excede y lo arrastra.
Beethoven encarnó a esa figura que, a través del sufrimiento y la fragilidad, accede a una forma de expresión artística que trasciende lo formal, lo armónico en sentido clásico. Su sordera, sus crisis afectivas, su aislamiento, no son solo circunstancias biográficas: se convierten en material expresivo que reconfigura la forma musical.
Del mismo modo que en Beethoven, donde el sufrimiento no solo acompaña la creación sino que la transforma desde dentro, en Morante de la Puebla asistimos a una genialidad nacida del límite. Ambos encarnan una estética nacida de la fragilidad, donde la técnica no desaparece, pero se subordina a una verdad que no se enseña, sino que se revela en el umbral del dolor, de la locura o del éxtasis.
La experiencia límite de la enfermedad, lejos de silenciar a Morante, ha engendrado una forma de creación que desborda la técnica. Una disponibilidad que no surge del control racional, sino de una vivencia que lo arrastra más allá de sí mismo.
¿Qué pasó en Madrid en la corrida de la Beneficencia? La inspiración de Morante, manifestada en al borde de la locura o del éxtasis, provocó en los aficionados una experiencia que no fue solo estética ni racional: una conmoción que rozó lo inefable, como si el arte, en ese instante, tocara el misterio.