Un reciente artículo de Irene Vallejo me hizo comprender por qué la sociedad se ha vuelto cómplice de la ideología antihumanista que está manipulando a los gobiernos autoritarios para acabar, primero con la fiesta de los toros y, después, con los valores emanados de las culturas grecolatinas y judeocristianas.
Irene Vallejo cuenta que Artemisia, de la dinastía Hecatómnida de Caria (en la actual Turquía), consumida por el dolor tras la muerte de Mausolo —su esposo y hermano—, llenó de arte el mundo griego. Convocó a retóricos para que cantaran sus alabanzas e invitó a arquitectos y escultores a erigir un monumento fúnebre en su honor. Aquella obra, conocida como Mausoleo, fue considerada una de las Siete Maravillas del mundo antiguo. Se decía que alcanzaba los cincuenta metros de altura, distribuida en cuatro niveles decorados con relieves y estatuas tan llenas de vida que la piedra parecía tensarse como músculos. Desde entonces, a las sepulturas hermosas se les llama mausoleos. Es decir, la aflicción de Artemisia aún habita nuestros cementerios.
El ser humano utiliza liturgias acompañadas de arte para afrontar los misterios de la vida. Necesitamos consuelo ante la tristeza, "desahogarnos para evitar la asfixia", afirma Irene Vallejo. Pero nuestra sociedad ha reducido la huella de la muerte. Lo que antes se proyectaba en gigantescos monumentos, ahora se esconde. Hoy, avergüenza la muerte, la sangre y los ritos que la acompañan.
Como lo hizo Artemisa en la antigua Grecia, en Michoacán se sigue acompañando el dolor por los familiares muertos con ceremonias, adornos y escenificaciones. Los cementerios michoacanos, en especial en la zona lacustre y en parte de la meseta Purépecha, se llenan de ofrendas a finales de octubre y principios de noviembre. El ayuno, la penitencia, el sacrificio ritual han estado presentes tanto en los cultos precolombinos como en la tradición católica, por eso pervive con la misma fuerza en los camposantos que en las plazas de toros.
Sin embargo, esta tradición milenaria está hoy bajo asedio. Desde una ignorancia profunda, alentada por el antiespecismo, ideología de corte animalista radical que ha incentivado al Partido Verde, el Congreso de Michoacán quiere eliminar la sangre, la muerte y uno de los ritos litúrgicos más enraizados en Michoacán: las corridas de toros.
Lejos de comprender la responsabilidad que asumieron cuando fueron electos, ni las consecuencias de sus decisiones, la mayoría de diputados locales levantó la mano en el Congreso del Estado de Michoacán para modificar artículos y prohibir una ceremonia inscrita en la memoria de los michoacanos desde hace casi quinientos años.
¿Qué sigue? ¿Prohibirán también el Día de Muertos? ¿Impedirán que los artistas expresen su duelo mediante liturgias? ¿Eliminarán cabalgatas y actividades ecuestres? ¿Censurarán la celebración de la Santa Misa? ¿Volverán veganos a los michoacanos?
Una prohibición abre la puerta a muchas más. Estamos ante el inicio de una deriva ideológica, una suerte de nueva religión laica, que pretende vaciar de símbolos nuestras culturas. Frente a ello, la resistencia no puede limitarse al ámbito político: debe ser cultural, creativa, encarnada.
Como Artemisia como los pueblos de Michoacán, hemos de responder al dolor con belleza. Es ese el aliento que sostiene la vida. Es esa la raíz de nuestro legado.