Es positivo que a un torero mexicano se le anuncie en Valencia, en Sevilla, en Madrid. ¿Pero en qué condiciones? Tal vez sea mucho pedir ganaderías de primera para un torero como Arturo Macías, que primero debe pagar el derecho de piso antes que pensar en lujos; es posible que no había otra opción que aceptar los marrajos de Palha para presentarse en Sevilla.
Pero lo cierto es que el torero de Aguascalientes ha sido víctima de la falta de reciprocidad imperante desde hace muchos años entre las Fiestas española y mexicana. Mientras que los diestros ultramarinos vienen a México cobrando carretadas de dólares por lidiar reses de discreta presencia de las ganaderías comerciales bajo condiciones de exagerada comodidad, Macías se zumba a los llamados "miuras portugueses" de las pésimas ideas, y claro, acaba en el hule con un cornadón de órdago. ¿Hasta cuándo esta inequidad?
Por lo demás, Arturo mostró ayer en Sevilla el mismo carácter que le valió el reconocimiento un mes antes en Valencia. "No vengo de vacaciones", reiteró en la entrevista que le realizaron en la puerta de cuadrillas de La Maestranza. Y nuevamente salió herido porque no se raja. Fue pavorosa la colada del toro que lo caló. Se desentendió de la muleta en un derechazo y fue a atravesarlo.
Es momento de reconocer el valor auténtico de Macías, su decisión. Pero habrá que demandar una mayor justicia para el toreo mexicano porque lo de ayer no fue una oportunidad.
Temple es sincronía
En un libro de reciente aparición donde recopila valiosas opiniones sobre el temple, concepto dogmático de esa ciencia inexacta que es el toreo, don Luis Ruiz Quiroz nos dice que la mayoría de los escritores modernos sostienen que es el torero quien impone al toro la velocidad de su embestida. Pero no faltan quienes se inclinan por la antigua teoría que afirma que el torero se debe acoplar a la velocidad de la embestida del toro para poder templar.
"Uno se acopla a la velocidad del toro. No existe uno sólo que sea llevado a la velocidad que el torero quiere. Eso lo creerá un loco”, afirma Jesús Solórzano en el libro "El Toreo-Verdad". Por su parte, el maestro José Alameda asegura categóricamente que "torear con temple es torear despacio".
Pero no necesariamente. Torear despacio es el ideal del temple, más no el temple mismo. Templar es acoplarse a la velocidad de la embestida del toro sin que éste alcance los engaños con los pitones, ensuciando el toreo, echando por tierra la intención del acoplamiento.
Por consiguiente, se puede templar a un toro que acomete rápido. Torear con temple es torear con limpieza, con precisión. Ahora bien, hay toros a los que definitivamente no se les puede templar debido a la brusquedad de su embestida. Torear con temple es llevar toreado al toro, que no es lo mismo que acompañar su viaje.
Y al templar se obliga a los toros. Coincidimos con Gregorio Corrochano: "Templado no es igual a lento, aunque alguna vez, para torear a un toro muy agotado, se haya toreado con mucha lentitud. El temple depende del toro, como todo lo que se hace en el toreo".
No se puede negar que el toreo lento dura más y se saborea de una manera especial. ¿Pero la lentitud es una ilusión óptica? Otra opinión que aparece en el libro es la de Evaristo Osuna: "El temple lo trae el toro y está cotejado con su propia bravura, pues a bravura entera temple más duro y a menor bravura, temple más suave". ¿Menor bravura o menor velocidad?, cuestiono.
Hoy en día, con la aberrante domesticación que ha permeado en esas factorías de animales en serie que son las ganaderías comerciales, podría asegurarse que algunos toros que salen al ruedo ya vienen templados "de origen". Si además se les dan varios puyazos en un solo encuentro, pierden velocidad en sus embestidas y es más factible torearlos despacio.