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En el adiós de El Juli

Lunes, 02 Oct 2023    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Foto: Plaza 1     
"...nunca dejó de ocupar un sitio en la primera fila del toreo..."
"Quiero brindar este toro a la afición mexicana… ya que por circunstancias políticas no he podido despedirme de mi querida Plaza México". Palabras al micrófono de El Juli ayer, en Sevilla, dedicándonos el primer toro de la corrida de su adiós a la profesión. Luego, durante su última vuelta al ruedo, Julián recibiría del tendido una bandera mexicana, misma que conservó en la mano izquierda durante el resto de ese sentido recorrido final, hasta ponerla en manos de su mozo de espadas para que la guardara en la espuerta.

El Juli, en el centro del suceso

El fin de semana último pasará a los anales de la Fiesta porque Julián López toreó por última vez vestido de luces, primero en Madrid, el sábado 30, y al día siguiente en La Maestranza sevillana, las dos plazas más importantes de un universo taurino hoy más reducido que nunca. Durante un cuarto de siglo, El Juli fue figura señera –de niño prodigio a maestro en sazón–, y nunca dejó de ocupar un sitio estelar en la primera fila del toreo.

De la seriedad con que supo arrostrar siempre tan destacada posición es de esperar que el paso dado sea en firme, aunque hay indicios de que puede tratarse de un simple alto en el camino, alimentados por el hecho de que el añadido de Julián queda intacto, sin que el simbólico corte de coleta se consumara.

Julián se doctoró en Nimes (18-09-98) y confirmó su alternativa en México (06-12-98) antes que en Madrid (07-05-2000), plaza ésta tan esquiva con él que esperó hasta su último toro para, por primera vez, premiarlo con las dos orejas de un mismo astado. "Faraón", de El Puerto de San Lorenzo, era negro, pesó 515 kilos y no valía gran cosa, docilón pero flojo y con poca humillación; con él dictó El Juli un cara lección torera, la postrera de su dilatada ejecutoria en Las Ventas, que le dispensó una de las salidas en hombros más emotivas que ahí se recuerden, a trueque de que su elegante terno morado y oro terminara medio destrozado por los excesos de la muchedumbre.

El adiós en Sevilla

El sábado 30, segunda de la feria de San Miguel, Sebastián Castella abrió por primera vez la Puerta del Príncipe de la Maestranza, favorecido por el lote bueno –o mejor, magnífico– de una corrida ligera y muy dispar de Victoriano del Río. Póngale usted delante al francés par de astados de clara nobleza y cierto picante y lo verá desenvolverse como pez en el agua. Una ventaja adicional viene dada por el sitio adquirido por las figuras a estas alturas de la temporada.

Otra, la buena disposición del público hacia Sebastián, opuesta a la frialdad con que se recibió la notable faena de Roca Rey al sexto, un manso bronco y querencioso por el que nadie apostaba un cacahuate hasta que Andrés se le puso delante muleta en mano y lo obligó a embestir, cambiando sus ásperas oleadas iniciales en una repetitividad manejable, no exenta de cierta probonería. No hubo ni música ni mayor respuesta en los tenidos, sólo torerismo neto y nato sobre la arena. Me gustaría saber si los sevillanos se enteraron de lo que estaban viendo.

La víspera sí que saborearon lo a gusto que anduvo Pablo Aguado con un nobilísimo y mortecino ejemplar de los García Jiménez, "Derribado" de nombre. Quite chicuelista y faena inspirada la de Pablo, impregnada de un sevillanismo minimalista oloroso a los años 50 y 60 del XX, sin toques casi la muleta, a puro juego de muñeca y suave naturalidad. Fue, a ritmo de minué, el toro ideal para un torero de sus características de Aguado, que con el bicho codicioso suele perder colocación y compás. Claro que le dieron la oreja, pese a que Manzanares se había llevado antes el toro de la corrida y, como viene siendo habitual en él desde hace algún tiempo, dejó que lo arrastraran con las orejas en su sitio.

Ese viernes, la mala suerte de Morante en los sorteos se repitió con terca puntualidad. Bordó verónicas de ensueño, se envolvió en rítmicas chicuelinas y les buscó las cosquillas en el último tercio, pero tan sin el resultado apetecible que decidió cortar de tajo su temporada y desligarse del cartel de despedida de El Juli en la metrópoli andaluza.

Sentido adiós

Mucho se esperaba del encierro de Garcigrande-Domingo Hernández destinado a la despedida de El Juli –terciado, fino, de cuidada nota– y a la hora buena falló con estrépito. El abreplaza no tenía un pase y Julián López lo despachó cuanto antes. Sorprendió su actitud de recibir a porta gayola al último de su vida torera, trance que resolvió con la fácil precisión que ha caracterizado a su tauromaquia entera. Bien veroniqueó y se dedicó después a cuidar minuciosamente la lidia porque el animal, que embestía con clase, adoleció de escasez de fuerzas.

Esa mácula que condicionó la faena, brindada al público entre clamores que se redoblaron en fuerza y sentimiento al terminar con un estoconazo apenas ido un trasteo que sólo podía ser resuelto como lo hizo El Juli, a base de tandas cortas  de mimoso temple a media altura. Se pidieron con fuerza las dos orejas, pero el presidente sólo mostró un pañuelo. Lo mejor, el espontáneo estallido de reconocimiento y los gritos de "¡torero! ¡torero!" correspondidos desde los medios por un Julián López visiblemente conmovido. Se reprodujeron emotivamente cuando, finalizado el festejo, el torero que se iba cruzó el ruedo de La Maestranza por última vez.

La faena de la tarde la bordó Daniel Luque con un castaño, "Titiritero", que no valía un céntimo y dio mucho quehacer a las cuadrillas a lo largo de dos primeros tercios de sustos y arreones descompuestos. Pero en cuanto Luque le presentó la muleta fue otra cosa: mando, cadencia, arte y maestría a raudales, la cabeza alerta, la muleta a rastras y la decisión a tope.

Gran faena, a derecha e izquierda, lujosa de remates –la trincherilla zurda, el desdén, los larguísimos de pecho, pinturas toreras–, y más aún por lo inesperada, milagrosa casi. Estoconazo y las dos orejas mejor ganadas en mucho tiempo. Y en el último –otro manso–nueva petición, esta vez desoída por el palco. A Daniel Luque no le duelen las cornadas y ya es tiempo de que las empresas le vayan dando el sitio que merece.

Repetía Castella en reemplazo del renunciante Morante, pero esta vez no pudo ser, pese al buen inicio de faena con el segundo, que se rajó de súbito y no quiso saber nada más. Contrastó con las efusiones de la víspera el trato indiferente del tendido hacia el francés, incluso cuando recibió a portagayola al segundo suyo, otro manso imposible.

Madrid, el sábado pasado

El sábado, al lado de El Juli, partieron plaza Uceda leal y Tomás Rufo, dos toreros de su entero gusto, un veterano de culto y un recién llegado que viene arreando. Uceda, vertical y elegante, amagó con cuajar al abreplaza pero le faltó toro; Tomás, con el mejor lote, fue tratado con mucha frialdad y exigencia en el buen tercero, pero terminó por imponer su sincera entrega y magnífico acento muleteril ante el excelente sexto. El estoconazo, resumen de las cualidades apuntadas, le valió alzar una justa oreja.


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