En el invierno de 1942-43, la plaza "El Toreo" de la Condesa vivió una de sus temporadas más esplendorosas. A nadie se le hubiera ocurrido reducirla a estadísticas, imposible medir la magnitud de faenas como las de "Clarinero", "Tanguito", "Zamorano", "Barnicero" o "Cocotero", duelos en banderillas como el de Armillita, David Liceaga y Carlos Arruza con "Pichirichi"; nostalgias y fervores tan hondos como las suscitados por las despedidas de Pepe Ortiz y Lorenzo Garza; tercios de quites capaces de llenar de contenido una corrida aparentemente gris o, en fin, el florecimiento de estilos y temperamentos tan diversos como los del elenco completo de una época de oro en plena eclosión…
O corridas como la del 13 de diciembre de 1942. Tercera de una campaña que, hasta ese momento, sólo había dejado la huella sangrienta de la terrible cornada en que "Calao" de Piedras Negras le seccionó la femoral a Luis Castro "El Soldado" en el festejo inaugural (22-11-42).
Ficha de la corrida
Redactada a la usanza actual no parece decir nada excesivo: Toreo. Tercera de la temporada. Toros de San Mateo: bravos y nobles, con vuelta al ruedo al tercero; Lorenzo Garza (marfil y oro): Petición y dos vueltas al ruedo y vuelta al ruedo. Silverio Pérez (azul y oro): Vuelta al ruedo y varias vueltas al ruedo, una de ellas con el ganadero y sus dos alternantes. David Liceaga (tabaco y oro): Oreja y rabo y Ovación. Plaza llena.
Aunque tras los escuetos datos se adivina una buena tarde, para encontrar un reflejo más fiel de la misma vamos a recurrir a una crónica escrita en caliente (Carlos Septién García), y a una remembranza tardía, salida de la memoria y la pluma de Víctor Manuel Esquivel.
Carlos Septién García "El Quinto"
"Si tuviera que describir gráficamente el ritmo que siguió la corrida, habría de dibujar una espiral. Porque hay corridas tortuosas y corridas llanas… Hay otras que se levantan bruscamente como centellas… Pero el sueño de un aficionado es asistir como parte viva y actuante a una corrida que vaya ascendiendo en espiral, con emociones rítmicas que permitan la sensación de vuelo y levedad… Vuelo barroco hacia la altura...
Lo grande para mí radicó en el hecho de que haya sido Lorenzo Garza el que imprimió a la tarde semejante ritmo… cincelador categórico del toreo rectilíneo, de obras trazadas a plomada, fue precisamente quien comenzó a labrar la columna salomónica… de allí mi asombro del domingo cuando Garza se dio a torear de capa con una tela suave y larga, ondulante y rítmica, templada y hasta impregnada de finísima dejadez. Verónicas de pie y de rodillas, revoleras plásticas, lentas, sin la congestión que solía darles la angustia de voluntad del Garza antiguo. Gaoneras señoriales, de ritmo justo, exentas del pecado del atropellamiento. Pases del velo que no eran el mazazo categórico de ayer, sino que llenaban el aire con un revuelo de moruna espiral. Y con la muleta… ¡qué claro sabor de ascensión y qué ajuste entre el ritmo interno del torero y la ejecución de los pases! Hasta aquel muletazo con una rodilla en tierra resultó esta vez un modelo de suavidad. Con menos facultades que antes, con menor sacudimiento emocional que en su época de gloria, Lorenzo Garza ha llegado a lo interno de su madurez artística. Lo que haya perdido en voluntad, lo ha ganado en belleza.
Si Lorenzo imprimió el tono e hizo nacer en el centro del ruedo la voluta del goce, Silverio la llevó a sus más altas y profundas posibilidades. En su primera faena, con ese toque de arrebato y con esas pinceladas que son como jirones temblorosos de un genio que no conoce límites de línea ni fronteras de perfil depurado. Nada tiene que ver con la filigrana y la línea cuidadosa sino con la angustia creadora y la repentina luz de la creación. Claridad y tiniebla se penetran y se apartan mutuamente en un absurdo encuentro amoroso; y hay por ello dolor y goce de alumbramiento en cada muletazo de Silverio. Si Garza es el drama de la voluntad, Silverio es el drama del alma...
Y sin embargo, en su segunda faena el trazo fue perfecto. Nada de perfiles balbucientes, por el contrario, líneas austeras y precisas. Aquello era tan justo, tan exacto, que daba la impresión de estar labrando una copa de hierro con temple de cristal. Ascensión artística, no sólo material. Del tercio a los medios en una plástica sucesión de pases, el torero llevó a la bestia prendida de su muleta, obediente y alegre de poder subordinarse a un mando tan imperioso y bello. Ya en los medios, el artista se entregó de lleno a la creación del pase con la derecha y del muletazo por alto y del lasernista y de los ayudados. Y en aquel momento comprendimos que la columna no podía llegar más arriba porque ya no había otra cosa que agregarle, ni un mayor ímpetu que pudiera lanzarla hasta que se perdiera de la mirada. Y Silverio, sin cortar orejas por la espada, fue el más alto triunfador.
Lo que Liceaga puso en la columna fueron las flores y los frutos que adornan los paños desnudos que va dejando la espiral de cantera. Alegró los espacios con júbilo de banderillas y decoró los claros con valor indomable. No es posible recordar detalles porque sería excesivo pedirle a él tales cosas. Su obra fue un conjunto feliz de facultades y esfuerzo; tarea de ágil decorado indispensable.
Y en el centro de esta arquitectura, dando la espina dorsal necesaria para el levantamiento y la elevación, estuvo San Mateo. Con seis toros de ducal nobleza, entre cuyos cuernos se fue prendida la gloria de esta tarde inmortal". (El Tío Carlos-El Quinto, Crónicas de toros. Editorial Jus. México. 1948; pp 48-50).
Víctor Manuel Esquivel
"Los aficionados del cercano ayer nos conformábamos con poder gozar de algún detalle que "desquitara el importe del boleto", no exigíamos a los toreros que cada tarde nos ofrecieran faenas maravillosas. Y sin embargo, éstas se sucedían con bastante frecuencia porque la lucha era demasiado dura, entre figuras de verdadera categoría. Tres de cada cinco corridas daban qué hablar toda la semana: ya de Garza, que tenía muy apasionados partidarios; o de Armilla, cuyos simpatizantes eran por lo general conspicuos señores de bastón; ya de Silverio, el "revolucionario", que gozaba de muchísima popularidad entre los jóvenes aficionados; o de Ortiz, que contrastando con el Faraón tenía mayor número de apasionados entre los viejitos; ya de Solórzano, o Liceaga, o El Soldado, o cualquiera con arrestos para conmocionar al "medio".
Recuerdo las discusiones que suscitaban las faenas de Silverio, que después de realizadas en el ruedo se prolongaban toda la semana en las variadas interpretaciones de sus partidarios. Y no faltaba quien dijera que el texcocano era un mixtificador y un tramposo, que avisaba al toro para que hiciera salida contraria en cada suerte. Y todos discutían y se apasionaban y hasta se peleaban a golpes ¡Tiempos de grandes figuras y grandes corridas!
Entre éstas recuerdo especialmente una que probablemente haya sido la mejor que he visto en mi vida de aficionado: la celebrada del 13 de diciembre de 1942. Participaron en ella nada menos que Lorenzo Garza, Silverio Pérez y David Liceaga en la lidia de seis toros de San Mateo. El primero había tenido una temporada fatal el año anterior, digamos que hizo mucho ejercicio con el brazo derecho: para cobrar, para insultar y para matar de pescueceras. Silverio ya tenía en su haber las grandes faenas a "Pizpireto", "Guitarrista", "Peluquero" y "Pescador", una triunfal campaña por América del Sur y una jindama que ¡válgame Dios! Y Liceaga ya era a estas alturas un veterano con muchos altibajos: desde ganar una Oreja de Oro hasta haber renunciado a la alternativa. Pero en esa tarde las cosas fueron maravillosas, de ensueño. Vimos seis grandes faenas, seis faenas prodigiosas.
"Colombiano" y "Manzanito" para Lorenzo Garza. "Divertido" y "Mosquetero" para Silverio. "Zamorano" y "Sardinero" con David Liceaga. Nueve nombres que forman el ideal más caro de todo aficionado. Garza con sus pases naturales. Silverio con sus asombrosos derechazos. David con su par cerrado en tablas y sus muletazos de frente mirando al tendido (alarde que veíamos por primera vez en México). Don Antonio Llaguno con sus seis toros, todos de bandera, como en muy pocos lugares del mundo se habrán visto. El empresario, que hizo un lleno total. El público, que no había sido defraudado (¡caramba!).
Por todo eso el 13 de diciembre de 1942 es una fecha señalada con letras de oro para la fiesta de toros. Una fecha de gloria, una tarde para la historia… (Burladero, semanario. 13 de abril de 1957).
Efectivamente, aquello debió acercarse al sueño de la perfección, aminorada por los muchos pinchazos y el escaso saldo de apéndices. Que tampoco era algo que les robara el gusto y regusto de una tarde imborrable a los buenos aficionados de entonces.
Película
En uno de los DVD taurinos publicados por la UNAM están capturados momentos estelares de esta corrida. Y pueden paladearse varias tandas de naturales portentosos de Garza a "Colombiano", algo de las asombrosas faenas de Silverio con "Divertido" y "Mosquetero", el añejo cambio de rodillas –especie de zapopina de hinojos– con que Liceaga saludó a "Zamorano”, antes de jugar con él en banderillas y cerrar el tercio con apretadísimo y sin embargo gallardo, desahogado quiebro al hilo de las tablas. Instantes que certifican que, efectivamente, aquel 13 de diciembre de 1942, la legendaria plaza "El Toreo" de la Condesa vio elevarse a cumbres insospechadas el más asolerado arte de torear.