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Un festival taurino en medio del bosque (fotos)

Viernes, 05 Feb 2010    México, D.F.    Juan Antonio de Labra / Foto: Sergio Hidalgo     
Marco Jiménez y los toreros
En días pasados, cuatro matadores de toros acudieron a torear un festival privado en medio del bosque, invitados por el entusiasta Marco Jiménez, que después de haber sentido la emoción del toreo en su época de novillero, ahora se dedica a dar rienda suelta a su afición.

"Yo empecé en esto como muchos, queriendo ser torero. En mi juventud andaba pegado a la generación del maestro Mariano Ramos. Ahí, entre la bola de torerillos pude dar mis primeros capotazos y más tarde debuté como novillero. Al final tuve que dejarlo, pero aquí estoy ahora, con este ranchito, trabajando y haciendo amistades", dice con simpatía el ingeniero Jiménez.

Así como muchos han empezado a cuidar o criar ganado de lidia, Marco tuvo oportunidad de quedarse con algunas vacas de La Paz, que también le vendió una camadita de novillos, mismos que están en un par de amplios corrales construidos debajo de una vegetación poco usual: pinos, oyameles y coníferas.

El padre de Marco era sastre y en los últimos años de su vida profesional arreglaba vestidos de torear a determinados toreros:

"Así conocí a los matadores Raúl García, Víctor Pastor y Sergio Zetina, que iban a la sastrería de mi papá a llevar su ropa. Desde entonces me entró muy fuerte la afición, porque a mis padres les gustaban mucho los toros. Mi mamá era originaria de Aguascalientes, y tuvo la friolera cantidad de 25 hermanos, algunos de los cuales tenían amistad con el matador Luis Briones".

La andadura de Marco Jiménez como novillero fue fugaz, ya que sólo pudo torear seis novilladas en plazas como La Aurora, La Tapatía o el Rancho del Charro.

Continuó con sus estudios hasta egresar de la Universidad Nacional Autónoma de México como Biólogo, y después realizó un posgrado en Ingeniería Biomédica, y cursó otros estudios en la empresa Siemens, sobre el Tamiz Neonatal y Enfermedades Infecciosas.

Un gesto de generosidad

En los últimos cinco años, Marco ha sido empresario de la placita de San José Villa de Allende, que celebra su feria alrededor del 19 de marzo, día de San José. Sin embargo, éste año le quitaron la plaza -algo tan frecuente en nuestra Fiesta- y pensó que era hora de sacar el ganado que tenía, así que aprovechó su cumpleaños para organizar un festival privado con matadores de toros.

"Quise invitar a varios toreros amigos míos, y creo que el cartel quedó muy bien. Aquí lo importante es que ellos disfruten y se sientan como en casa. Tenía preparado todo y, al final, si no puedo dar la corrida allá, en la plaza del pueblo, aquí mismo organizo un festival y todos contentos".

Esta manera de proceder, tan natural y generosa, permitió la posibilidad de ver un festejo diferente, en este lugar alejado del bullicio y con tanto verde alrededor, en el rancho denominado "Don Marco".

Para la ocasión, se tenía un encierro compuesto por novillos de la ganadería michoacana de Rodrigo Tapia, de los que un par resultaron buenos.

Humberto Flores lidió al primero, un ejemplar ensabanado, bajo y agradable de cara, que tuvo mucho que torear. El torero de Ocotlán le plantó cara con decisión y le cuajó series de naturales muy sabrosas, en las que el novillo metió la cara con clase. Mató de una estocada entera, en la que alargó el brazo con facilidad.

Después salió a relucir el oficio bien aprendido de Christian Ortega, ante el ejemplar más complicado de todos, un novillo castaño que nunca humilló y embestía mirando mucho al torero. A base de tarparle la cara, y centrarse, el hijo de José Luis y sobrino de Marcos, terminó arrancándole muletazos de mucho merito.

A la hora de matar se fue como un cañón tras de la espada y ejecutó la estocada de la tarde, misma que hizo rodar sin puntilla al castaño, patas arriba.

Fabián Barba pechó con otro de los más hechos del encierro, corrido en tercer lugar, y que hizo una salida briosa, rematando con fuerza en los burladeros de la placita de piedra. Sin embargo, desde que el hidrocálido se abrió de capote, el de Rodrigo Tapia comenzó a hacer extraños y desarrolló sentido.

El puyazo arriba que recetó el picador Moisés Chávez, no fue suficiente para atemperar las embestidas del novillos, que llegó con mucha guasa al último tercio.

Se nota que Fabián está mentalizado y puesto con el toro, pues nunca le llegó el agua al cuello, vamos, ni siquiera a los tobillos, y lidió con mucha soltura al complicado salinero al que despenó de una estocada entera, en buen sitio, a la que añadió un par de golpes de descabello.

Cerró plaza Jorge López, que toreó bellamente con el capote, relajando los brazos con mucha suavidad, y aprovechando la dócil embestida de su novillo.

Aunque no suele banderillear, a lo largo de la tarde anduvo muy servicial  y clavó pares de banderillas con facilidad, tanto en los ejemplares anteriores como en el suyo, mientras en las labores de brega estuvieron auxiliando Roberto Ramírez "El Oriental" y Alejandro, un novillero de los de antes.

Jorge hizo una faena variada, con detalles de calidad, en los que enseñó que es un torero más maduro que tiende a gustarse mucho. Y como la competencia con la espada había estado a tope, también colocó una estocada de gran limpieza, precedida de un pinchazo, que hizo doblar al novillo.

De pronto, casi como un espontáneo, El Tato, reconocido taxidermista, apareció en escena para pedirle la puntilla a don Paco y dejar una pincelada de su arte, que evocó a los grandes puntilleros mexicanos, seguros y elegantes, y con un certero golpe de puntilla dio por terminado el festejo al calor de un "¡olé!" de todos.

El sabor de la barbacoa

Desde por la mañana, el olor del consomé se metía por la nariz y despertaba el apetito. Ni siquiera el día frío y lluvioso interfirió con los planes, pues en un momento de la tarde el cielo se abrió y hasta salió el sol, un buen regalo para el anfitrión y sus invitados.

Los tacos de barbacoa circularon entre las manos de los toreros, y aquel sabor tan especial del México prehispánico se apoderó del convite, amenizado por las charlas de toros que rondaron una agradable sobremesa, en medio de aquel singular paraje de montaña y bosque tupido.

Y desde luego que un brindis con un caballito de tequila queda perfecto. Al fin y al cabo merece la pena brindar por este día de campo tan agradable.

La afición del ingeniero Marco Jiménez no conoce límite. El hombre disfruta a tope estar aquí, a veces en medio de la soledad, distraído por el trabajo que supone poseer un rancho, por más pequeño que sea, pero convencido de que él pertenece a este mundo, el de los toros y el toreo; un mundo que, para muchos, a veces resulta inescrutable.


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