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Opinión: Una iniciativa sin fundamento

Miércoles, 03 Feb 2010    México, D.F.    Ceci Lizardi / Foto: Cuartoscuro   
Vargas, toda una "Fichita"

La iniciativa presentada por el diputado priista Cristian Vargas Sánchez (conocido como el "Dipuhooligan" por sus constantes arranques de violencia, por sus alardes de mala educación y por sus escandalosa falta de civismo) a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, ha sido turnada a la Comisión de Preservación del Medio Ambiente y Protección Ecológica, donde espera a ser dictaminada.

Para el efecto, se han abierto varios foros de discusión que continuarán a lo largo del mes de febrero, y se tiene prevista una clausura simbólica de la Plaza México el próximo 5 de febrero a las doce del día, así como una manifestación en el zócalo capitalino el sábado 6.

Al respecto debe decirse que la iniciativa contiene antecedentes incorrectos, afirmaciones erróneas, hipótesis jurídicas falsas y hasta faltas de ortografía; pero, sobre todo, que carece con mucho de los requisitos que debe contener un documento serio; más aún, ni siquiera deriva de una investigación que pueda sustentarla.

Comienza el diputado diciendo que las corridas de toros "tienen su verdadero origen en la prácticas militares en las que se adiestraban a los soldados para la guerra haciéndolos practicar la lanza con el toro".

La anterior afirmación no tiene más sustento que la imaginación del diputado. Lo cierto es que la Fiesta Brava tiene origen en tradiciones milenarias, principalmente en tiempos de las griegos, godos y tartesios. Se habla de los rebaños de toros rojos bravíos que tenían los Geriones, hace diez mil años, en las Islas de Cártare, y que Osiris, el egipcio fundador de Sevilla, empezó la primera génesis taurina de la historia cuando arrebató a Gerión sus toros rojos.

Probablemente el diputado se refiera a los garrochistas, que se cree que fueron los primeros en luchar en lugares cerrados con toros, adiestrándose en el manejo de la lanza para su caza o lucha con ellos. Así, tenemos al Rey Abis de Tartessos, que era un ágil cazador que consiguió le dieran el título de gran conocedor en lides taurinas por dominio de la fiera.

Señala luego el diputado que "la primera plaza de Toros fue construida hasta 1749, época en que la inquisición se muestra más poderosa y multiplica los autos de fe, torturas  y ejecuciones humanas y animales estaban a la orden del día".

Afirmación imprecisa. En México, la primera corrida de toros se celebró en el año de 1526, según lo relata el propio Hernán Cortés en una carta de relación dirigida a Carlos V, y a partir de entonces las corridas se celebraron antigua plazuela del Marqués, que comprendía el terreno dentro de los límites de las calles Escalerillas, Empedradillo y Seminario, ocupando parte del espacio de la catedral. Frente al Monte de Piedad estaba el corral de los toros en donde se colocaba un portal que servía de resguardo para el ayuntamiento y los trompeteros encargados de amenizar el festejo.

En las postrimerías del siglo XVI, se inauguró la plazuela del Volador, construida en la esquina de las calles de la Universidad y Acequia. Asimismo se celebraron corridas en la Plaza Mayor y en algunas plazuelas de edificación posterior, como en la Plazuela del Rastro, un coso edificado sobre la plaza de San  Francisco, en un patio del edificio de Chapultepec o en la Plaza de San Diego.

Por otro lado, parece que el diputado identifica a la Fiesta de los Toros con el Tribunal de la Santa Inquisición.

Tal afirmación además de falsa es absurda.

El Tribunal de la Santa Inquisición fue una institución eclesiástica que tenía por fin la represión de la herejía, pues su establecimiento se hizo para conseguir la unidad española sobre el principio de la uniformidad religiosa. Por tal razón primero persiguió a los judíos y moros, luego a los luteranos y calvinistas, y en una tercera etapa a los que profesaran ideas racionalistas y liberales. Jamás llevó a cabo ejecuciones animales.

Lejos de eso, la Iglesia Católica, con los papas Pío V, Gregorio XIII, Sixto V y Clemente VIII, intentó acabar con la Fiesta Brava, sin éxito, porque desde entonces parecía estar en la sangre del pueblo.

Continúa el diputado diciendo que la Tauromaquia se remonta a finales del siglo XVII en España, afirmación que también resulta errónea pues se sabe que las primeras regulaciones de la Fiesta Brava en España se remontan a las VII Partidas del rey Alfonso X el Sabio,  compilación de leyes que data del siglo XI.

En lo que no se equivoca el Dipuhooligan, es en afirmar que a partir de su nacimiento, la Fiesta de los Toros pasó a formar parte de la cultura de España, Francia, Colombia, Ecuador, Venezuela y México.

Por supuesto que la tauromaquia no ha estado exenta de tragedias y que en ella han ocurrido decesos muy lamentables. Sin embargo esto no es jurídica ni moralmente reprochable.

En efecto, la salud y la vida se protegen jurídicamente, sancionando la agresión a tales bienes jurídicos cuando ésta proviene de terceros, pero no cuando proviene del sujeto mismo. Además, el derecho a la vida es una garantía individual y el Estado debe abstenerse de actuar si en uso de su libertad, con pleno conocimiento de causa y de manera libre y voluntaria, un torero decide arriesgarla, porque ese es su derecho.

Y, ¿qué decir de la insinuación de que el toreo incita a la violencia y al morbo por la sangre? no sólo es ridícula sino absurda y contradice la esencia misma del toreo.

Además, los aficionados no somos psiocópatas, como el diputado nos ha llamado, pues no hacemos alarde del sufrimiento del animal sino de aquella sensación de estar presenciado momentos sublimes e irrepetibles que nos permiten contemplar una hermosa manifestación artística.

También son erróneas las afirmaciones hechas en cuanto al sufrimiento del toro. Estudios científicos realizados por la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, han comprobado que el toro de lidia tiene una respuesta totalmente distinta a la de las demás especies animales pues no huye ante el castigo sino que se crece ante él. Y además se ha llegado a comprobar, por medio de medidores de estrés, analizando las hormonas hipofisarias y las adrenales, que el toro tiene durante la lidia hasta tres veces menos niveles hormonales de sufrimiento que durante su transporte a la plaza.

Respecto al tercio de varas, que ciertamente sirve para restarle fuerza al toro y para descongestionarlo mediante el sangrado, se ha dicho que a los pocos minutos de que ha finalizado, los niveles hormonales del toro son casi normales. Además, a lo largo de este proceso se liberan betaendorfinas, que son las hormonas que producen placer o de felicidad; de manera se bloquean los receptores de dolor hasta el punto en que se equiparan el dolor y el placer.

No sobra apuntar que si las corridas de toros se reproducen por televisión y por radio es precisamente porque gozan de tal aceptación y rating que su emisión resulta altamente rentable, una prueba más de que alrededor del toro giran gran cantidad de oficios: ganaderos, toreros, subalternos, empresarios, monosabios, transportistas, medios de comunicación, imprentas, vendedores, etcétera, convirtiéndose así en un importantísimo motor de la economía nacional.

En cuanto a la afirmación del diputado en el sentido de que la mayoría de los ciudadanos del país rechaza "esa práctica cruel y bárbara", me gustaría que nos diera a conocer la fuente en que se sustenta, pues tal "estadística" más bien parece una ocurrencia por demás ilógica, pues ha sido precisamente el público, protagonista primero de la fiesta, el que le ha dado continuidad y permanencia a través de su ya varios siglos de existencia.

También exhortamos al legislador Vargas a que presente las pruebas que sostengan sus afirmaciones en el sentido de que en la Fiesta de los Toros se obliga y se somete a menores de edad a presenciar; o, peor aún, a ejercer la actividad taurina en situaciones de explotación física y económica.

¡Qué extraviado se encuentra, señor diputado!

Quizá deba enterarse de que es precisamente en la infancia cuando la afición taurina se gesta; que es el sueño de miles de niños convertirse algún día en figura del torero mundial; y que, por si esto fuera poco, la actividad novilleril, salvo algunas honrosas excepciones, no es una actividad susceptible de explotación económica porque no es financieramente provechosa.

En cuanto a que ¿el toreo no es una profesión?, es aceptable poner en tela de juicio su carácter de arte, pues la apreciación del arte es meramente subjetiva y vivimos en un país en que deben respetarse las ideas;  pero de eso a afirmar que el toreo no es un oficio no sólo es desacertado sino que es jurídicamente incorrecto.

El artículo 5° constitucional establece el derecho fundamental de libertad de oficio, lo que implica la posibilidad de que cualquier persona pueda desempeñar la actividad profesional que prefiera, con la única limitación de que se trate de una actividad lícita, y que no se restrinja por resolución gubernativa o judicial cuando se veden derechos de tercero o se ofendan derechos de la sociedad.

Ninguna de esas limitantes tienen cabida en el toreo.

Asimismo, establece la Ley Reglamentaria del Artículo 5° Constitucional, que para el ejercicio de las profesiones en el Distrito Federal, las leyes determinarán cuáles son las que requieren título y cédula. Es decir que la misma ley reconoce que tales requisitos no son siempre necesarios.

Además, cabe recordar que en México existen varias escuelas taurinas reconocidas por la Secretaría de Educación Pública, lo que evidencia objetivamente que la afirmación del diputado es una mentira.

Por todo lo anterior, es que la iniciativa de ley presentada por el diputado Cristian Vargas a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal debe desestimarse, pues no tiene más base que su ignorancia supina.


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