Lo primero que ofrece Valentín Azcune en sus muchas páginas es un documentado estudio de la inmensa y mayor parte de las obras dramáticas que guardan una relación significativa con el mundo del toro, y no están todas porque, como bien explica su autor, dar cuenta de ellas es imposible, desde los comienzos del teatro en castellano hasta nuestros mismos días.
Un trabajo que tiene en cuenta las corrientes literarias o tradiciones escénicas en que se insertan las piezas dramáticas, así como también los caracteres de la lidia existente en cada momento de un relato que se explaya a lo largo de más de cinco siglos, brindando así su adecuado marco a cada uno de los títulos reseñados.
Resultado de una investigación rigurosamente científica que constituye todo un hito dentro de la historia de la literatura taurina, que aporta una extensa bibliografía dividida entre las obras de segura atribución, las obras de autenticidad dudosa o sencillamente no susceptibles de comprobación segura y, finalmente una solvente selección de los estudios críticos anteriores sobre las piezas y los autores tratados.
Resulta llamativa la escasa presencia de los toros en el teatro español del Renacimiento, en el que apenas puede el autor citar los escasos ejemplos de la "Comedia Florinea" de Juan Rodríguez Florián y la "Comedia Pródiga" de Luis de Miranda, ambas impresas en 1554.
Pero es que lo mismo sucede en el Siglo de Oro, cuando y de acuerdo con el autor "En el inmenso, por cantidad y calidad, repertorio del teatro español del siglo XVII no hay una sola comedia dedicada íntegramente al mundillo de los toros".
Azcune demuestra de modo convincente el antitaurinismo de un dramaturgo tan prolífico y tan popular como Lope de Vega, cuya negativa actitud al respecto José María de Cossío trató de ocultar por todos los medios en su famoso tratado enciclopédico. De este modo, queda como contrapunto un curioso auto sacramental, "Los toros del alma", de Felipe Godínez que coloca a la fiesta en el corazón de su mensaje, naturalmente alegórico.
El siglo XVIII es todavía más parco, cosa que se podía esperar por ser el siglo ilustrado y la época antitaurina por excelencia, allí aparecen los sainetes, por un lado, del madrileño Ramón de la Cruz, que estrenó, en el teatro del Príncipe en 1768, uno con esta temática, "La fiesta de novillos", y del gaditano Juan Ignacio González del Castillo, con tres sainetes titulados respectivamente "El aprendiz de torero", "Los caballeros desairados" y "El día de toros en Cádiz."
Una breve aunque interesante alusión a las famosas tonadillas del siglo XVIII deja paso a un desmesurado capítulo de casi trescientas páginas (143-411) dedicado a los siglos XIX y XX.
Hay naturalmente una razón para este exceso: el siglo XIX combina el gusto costumbrista con la actitud casticista para producir un elevadísimo número de obras dirigidas a un extenso público (burgués o popular) que se deleita con las producciones musicales pensadas para la escena, es decir por las zarzuelas o por las piezas del "género chico", muchas de las cuales tienen a los toros como motivo, como trasfondo o como anécdota.
De acuerdo con el autor, el teatro taurino español muere después de la guerra civil. Algunos autores prolongan la agonía del teatro musical con algunas obras de indiscutible mérito pero el público se pronuncia por otro tipo de producciones dramáticas.
El diagnóstico del abandono de la temática taurina será certero: "Causa mucho más importante es la citada desaparición del teatro costumbrista, mundo natural del que se nutría el teatro taurino, y también, la creciente pérdida de prestigio e influencia de los toros en la vida española, que pasan de ser el primer espectáculo nacional en el siglo XIX y en los años anteriores a la Guerra, a tener una importancia secundaria, superados por el cine o el fútbol".
Bibliografía:
Azcune, Valentín. "Los toros en el teatro". Unión de Bibliófilos Taurinos. Madrid. 2015.