El maestro José José fue un excelente aficionado a los toros. Hace unas cuatro décadas, asistía con frecuencia a los festejos en la Monumental Plaza México. Tenía sensibilidad para apreciar el espectáculo taurino. Nunca negó su afición y no se perdía las transmisiones por televisión. Sus problemas de salud lo obligaron a alejarse en definitiva de los tendidos.
La imagen corresponde a la corrida del 4 de diciembre de 2005 en el coso metropolitano. El cartel estaba integrado por Jorge Gutiérrez, Enrique Ponce y José Mauricio, que esa tarde recibió la alternativa con el toro "Tres Tordillos", número 72 con 523 kilos de la ganadería queretana de Teófilo Gómez.
Yo acababa de ser vetado por la empresa en turno y Pepe, solidario, me acompañó a presenciar el festejo desde una barrera. Llegamos a la plaza con mucha anticipación, así que hubo tiempo de sobra para poder escuchar sus reflexiones en torno a la vida en general y el tema taurino en particular. Esa tarde, Jorge Gutiérrez le brindó un toro.
Melancolía sublime
Se fue "El Príncipe de la Canción" con su melancolía sublime. Decir dos veces José es reiterar una enorme calidad interpretativa que han disfrutado hasta los que no hablan nuestro idioma. Cómo será milagrosa la magia de los sentimientos que una vez en Washington me tocó un taxista de origen pakistaní, que sin conocer una sola palabra en español, venía extasiado tarareando las interpretaciones del ídolo de la colonia Clavería.
Y es que muchas veces no es necesario entender; basta y sobra con sentir. Acaso para dar cumplimiento a un destino existencial, José José dedicó su vida a cantarle al amor y el desamor, poniéndose en los zapatos de los que sufren y los que purgan la condena del sentimiento mal correspondido. Sé de memoria sus canciones y en ellas prevalece una sensación de abandono y al mismo tiempo de entrega, como la que experimenta el que se rompe a través del sollozo.
Su largo repertorio es refugio para deprimidos que se reconocen en letras donde queda clara una premisa básica: amar y querer no es igual. José es, en su canto privilegiado el aprendiz de seductor, el fracasado, el preso, el farolero, el gorrión dentro de la jaula y el triste, que en el colmo del masoquismo quiere saborear su dolor.
No puedo concebir su soberbia voz en tardes que no sea nubladas, tequileras, "propicias" para el corte de venas y para llorar la pena en el impávido vacío de las horas.
El Príncipe merecería un título nobiliario más alto porque consiguió un logro extraordinario: tocar el corazón de los hispanoparlantes, sirviendo de fondo musical durante los actos fundacionales de millones de familias latinoamericanas.