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Zumbiehl borda en Zacatecas un gran pregón

Miércoles, 04 Sep 2019    CDMX    Redacción | Foto: NTR | Briones     
Durante el evento de apertura de la actividad cultural taurina
El intelectual francés François Zumbiehl dictó anoche un gran pregón que pone en marcha los eventos culturales de la Feria de Zacatecas 2019, que además sirvió como marco a la premiación de los triunfadores del ciclo del año pasado, en una gala a la que acudieron las autoridades municipales y estatales, además de diversas personalidades de la fiesta de los toros.

Aquí está el brillante y emotivo texto íntegro leído por François Zumbiehl en el auditorio del Museo de Arte Abstracto "Manuel Felguérez":

En este momento no sé muy bien si mis palabras bastan o sobran para  expresar mi emoción de volver a encontrarme, algunos años más tarde, en esta querida "Zacatecas, tierra de toros" –nombre que por otra parte con tanto acierto lleva la empresa organizadora de la feria de la cual me incumbe el honor de pronunciar ahora mismo el pregón. Todo mi agradecimiento a mi amigo Manuel Fernando Sescosse Varela por su amable y generosa invitación y, como aficionado, por su encomiable trabajo al frente de la ganadería Boquilla del Carmen.

Hace unos minutos fue la hora en la que uno no tiene más que dejarse deslumbrar por la increíble belleza de esta ciudad, coronada por su catedral, que termina de vestirse de rosa y oro antes de entablar su complicidad con la noche. La misma hora en la que la corrida cobra sus mayores encantos y su significado más evidente, cuando –según dijo Carlos Fuentes– se convierte en “una misa de luz y sombras, teñida por el inminente crepúsculo”. Es la hora de este último toro de la tarde en la que Juan Belmonte –él mismo lo confesó– despertaba su faena más inspirada. 

Pero "el sentimiento la razón no quita", reza una copla flamenca y eso nos devuelve a hechos históricos e indiscutibles: Zacatecas es en México una de las cunas de la tauromaquia y por lo menos la matriz de las ganaderías bravas en este país. Sólo falta para convencerse de ello hojear "El Cossío", la monumental enciclopedia de los toros. El tomo I insiste sobre la importancia y existencia en los albores de la Nueva España de la ganadería de Malpaso, que luego se fue desarrollando a lo largo de los siglos con vacas criollas cruzadas con toros de distintas ganaderías españolas, como Saltillo, que aquí floreció en esta tierra colorada y bendita, en la famosa finca de San Mateo, de don Antonio Llaguno González, ganadero inolvidable y padre del toro bravo mexicano. Capítulo aparte es también la divisa de Torrecilla, de su hermano Julián, hombre de campo donde los haya.

Seguidamente, "El Cossío" desgrana el rosario de las otras ganaderías afincadas en tierras zacatecanas. Y digo rosario porque varias de ellas llevan nombres de otros santos: Santa Bárbara, San Antonio de Triana o Santa Fe del Campo.

En una etapa de ese recuento llegan a ser doce, como los doce apóstoles o como los doce Pares de Francia, también protagonistas en la Morisma zacatecana. Esta cifra sagrada y emblemática nos invita a intuir que la fiesta taurina, con todas sus referencias, ritos y tradiciones, escenifica la eterna lucha, en este mundo, entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, y, más concretamente en nuestro entorno cristiano, entre santos y demonios. El toreo en sí mismo se estructura en la oposición y a la vez en la convivencia entre estos dos polos de la existencia. Buena prueba de ello la tenemos con la historia en Zacatecas, relatada por "El Cossío", de un proceso inquisitorial del siglo XVII en el que fueron acusados unos aspirantes a toreros de haberse encerrado en una cueva con el demonio para que éste se convirtiera en su maestro y les enseñara, a cambio de su alma, las suertes perfectas con las que podrían triunfar. El príncipe de las tinieblas consintió el trato y al terminar les dejó como propina este consejo: que jamás toreasen a un toro negro porque uno de ellos llevaría el demonio en los cuernos. En contrapartida, los cánones exigen, para hacer las cosas como Dios manda y quedar a salvo, torear siempre al amparo de la cruz. Conviene cruzarse con el toro con la muleta, hay que matarlo en la cruz y además, para el momento de la estocada, el gran escritor José Alameda, mexicano de adopción, recuerda con razón el famoso dicho de Fernando "El Gallo": "En la suerte suprema, el que no hace la cruz se lo lleva el diablo".

Pero caminemos de nuevo por la senda del bien recordando otra historia que me conmovió al leerla y que seguramente hubiera podido nutrir un sinfín de cuplés y corridos. Ocurrió en 1894 en la plaza de toros de toros anterior a la actual Monumental, santificada ella también por el nombre de San Pedro. Toreaba Ponciano Díaz, tan famoso por su maestría como por su legendario bigote de charro bravío, y al ver en el palco a una bella jerezana, llamada Rosario, le obsequió con su capote de paseo y con un brindis antes de entrar a matar, diciendo: "Por la reina de esta tarde, la más hermosa entre las hermosas zacatecanas" –¡lo que era mucho decir! Al final de la corrida, el mozo de espada fue a recoger el capote en el cual estaba escondido un medallón con el retrato de Rosario. El torero y ella nunca se volvieron a ver. Pero cuando murió Ponciano, encontraron en su pecho el medallón con el retrato de su amor imposible.

José Alameda nos regala con sus reflexiones filosóficas sobre el arte de los toros en su libro El toreo arte católico, publicado en 1953 por el Casino Español de México. También muestra en esta obra cómo el arte barroco es –contra el luteranismo– la máxima respuesta católica de la Contrarreforma impulsada por el Concilio de Trento. Y ya lo dijo Eugenio d’Ors: "El toreo, como toda expresión barroca, es el arte de las formas que vuelan", que se saben nacidas en un mundo perecedero, y que quieren compensar su carácter efímero con la búsqueda insaciable de la belleza en el laberinto del movimiento". Sólo falta admirar la fachada de la catedral de 

Zacatecas, o la portada del ex convento de San Agustín –en la cual el santo caballero postrado se encuentra, en un instante, con la eternidad–, para convencerse de ello.

Por eso el arte del toreo que esperamos ver durante esta feria que está por comenzar, me parece en total sintonía con el marco incomparable que ofrece esta ciudad. Como me lo dijo un día el gran maestro Pepe Luis Vázquez "el toreo es una cosa del aire que se aposenta un momento y luego desaparece".

A nosotros, los aficionados, el arte del toreo nos deslumbra y nos produce tan honda emoción, porque la belleza de este arte, al surgir, tiene toda la delicadeza, la fragilidad y lo esquivo de las cosas humanas. Sí, de verdad, en él todo es vida y muerte, luz y sombra enfrentadas y conjugadas.

Por ello el temple es su mayor virtud, yo diría incluso su templo –valga el juego de palabras–, pues es el intento, lentificando las suertes, por retrasar la muerte ineludible de la obra que el hombre está dibujando durante estos segundos con su toro en el ruedo, a sabiendas de que esa muerte se producirá en el mismo momento de la muerte del animal que se ha acoplado con el torero para su creación. 

¿Acaso no es el mismo intento que se realiza en las filigranas tan esquivas que de alguna manera son "vistas y no vistas" –como el toreo según José Bergamín– pero que vemos recogidas, y de alguna manera aprisionadas en las piedras de estos edificios zacatecanos, obras exquisitas de las que tanto cuidó con amor don Federico Sescosse Lejeune?

Sin embargo, del mismo modo que, en estos edificios, la inmensa complejidad de sus detalles deja, a pesar de ello, contemplar la geometría de la estructura arquitectónica, también en el toreo la laberíntica construcción de la faena se sostiene en una arquitectura rigurosa que conduce, por la vía acertada y nítida de la belleza, a su final. Lo hace concluidos los tres actos o tercios, los mismos que utiliza la tragedia griega para llegar a su desenlace, que también es un desenlace de muerte. Entendemos entonces por qué el toreo es al mismo tiempo un arte clásico y barroco, y por qué la tauromaquia se inscribe en la herencia milenaria del patrimonio mediterráneo, perpetuando a su manera la eterna lucha de Teseo con el Minotauro en el laberinto de la vida. 

México y, en particular Zacatecas, han recogido y enriquecido de forma notable este patrimonio. En efecto –y aquí permítanme citar textualmente esta reflexión de Pepe Alameda: "La historia del toreo es, en realidad, la historia de una emigración que se va produciendo, primero, por la ribera norte del Mediterráneo y, después, saltando por sobre el Atlántico… para venir a instalarse aquí, entre nosotros". Con los toros se produjo verdaderamente un encuentro entre dos mundos y un mestizaje cultural entre la civilización prehispánica de México y la que tomó tierra en la Nueva España. "Se mestizaron dos universos sacrificiales" –puntualiza Carlos Fuentes. Pero sería absurdo e insultante ver en ellos actos de crueldad. Carlos Fuentes nos ayuda a entenderlo: el torero es el hombre que se expone al sacrificio a cambio del sacrificio correspondiente de la naturaleza, naturaleza que nos alienta y nos amenaza a la vez, a la que pertenecemos pero también a la que nos sobreponemos. Todo sacrificio en cualquier civilización –y entre ellos el que propicia la tauromaquia– es un acto ritual y un intento para lograr la renovación de la vida… a pesar de la muerte. 

Pretender dar cuenta, como se lo merecen, de todos los episodios gloriosos a que ha dado lugar este mestizaje taurino es tarea imposible. Tan sólo me voy a limitar a dos, porque me han impactado a mí. En primer lugar, Manuel Rodríguez "Manolete", cuya personalidad humana y torera, con su figura propia de un Greco, la solemnidad de su quietud inquebrantable, y las últimas gotas de su sangre derramadas en las sábanas del hospital de Linares, me ha marcado desde mi infancia y ha nutrido gran parte de mi afición. Por ello le dediqué uno de mis libros.  Manolete ha amado profundamente a México, y ese amor fue testificado por él en una carta al salir de este país, poco tiempo antes de encontrar la muerte en la ciudad andaluza. Aquí fue un ídolo en vida, casi más que en España; aquí tuvo la libertad de ser feliz con la mujer amada y, por lo tanto, aquí tuvo la intención de seguir su vida después de su retirada, en ese mes de octubre de 1947, que  nunca llegó para él. Pasó por Zacatecas, comiendo en el Hotel París con Gitallino de Triana y el ganadero Julián Llaguno. No tuvo ocasión de estar anunciado en una corrida de esta ciudad, pero sí de tentar en el campo zacatecano, en la prestigiosa ganadería de Torrecilla, y de pasar unos días agradables debajo de aquel sol picoso de invierno, en compañía de los Llaguno. Por cierto, fue el toro Gitano de Torrecilla con el que se presentó y confirmó su alternativa en la Plaza El Toreo de México, el 9 de diciembre de 1945, siendo el padrino de la ceremonia Silverio Pérez. El quinto toro le propinó su primera cogida grave en México. De aquella tarde, una película ofrece todavía a nuestros ojos admirados sus portentosas verónicas dibujadas en un palmo de terreno a su primer adversario,  y rematadas por una media de cartel, después de la cual Manolete se yergue, alza la cabeza y mira desafiante a los espectadores, casi todos levantados de su asiento por el entusiasmo. Y luego saludarán el desarrollo de su faena triunfal con una nube de sombreros esparcidos en la arena.

Otra imagen que me sigue impactando pertenece esta vez a la película de Carlos Velo, "Torero", una de las obras maestras del cine taurino que en su estreno, en 1956, fue premiada en los festivales de Cannes y de Venecia. Nos permite presenciar un hecho que, si no me equivoco, sólo se ha producido esta única vez en la historia. Acaeció durante la actuación de Luis Procuna en México, el 15 de febrero de 1953. Después de dos fracasos rotundos castigados por unas broncas de época y una multa, Luis Procuna pidió el sobrero, de nombre "Polvorito", y triunfó de tal manera que algunos saltaron de repente y se lo llevaron en hombros cuando el toro, con el estoque hundido en todo lo alto, estaba todavía sin caer. Basándose en este acontecimiento inédito, el director del largometraje explora la psicología muy compleja de un torero, en este caso la del maestro Procuna, que habla en primera persona, enfrentado con el miedo, con las dudas y la soledad del artista –a pesar de estar rodeado por su familia–, y con todas las vicisitudes de su trayectoria. Por cierto, Carlos Velo, exiliado de la guerra civil española y acogido en México, así como José Alameda, han sido unos vínculos fundamentales para la afición de los dos países y para sus lazos culturales. 

Puede parecer que me estoy alejando de Zacatecas y de la próxima feria que me incumbe pregonar… pero no es así porque todos los festejos que se van a celebrar dentro de unos días aquí, en la Monumental zacatecana, llevan la herencia de unos 25.000 años de relación fascinada, mítica, artística, religiosa y ritual entre el hombre y el toro, desde las pinturas de las cuevas de Villars, Lascaux y Altamira, hasta Rodolfo Gaona y José Tomás, pasando por los frescos de Cnosos, las esculturas de Babilonia , de los iberos, y la charrería. Lo que se va a presenciar en esta feria es una vez más, con la alegría y los sentimientos propios del público de la Monumental, la confrontación y la complicidad entre el ser humano, armado de su inteligencia y de su arte, y un animal temido pero admirado.

Y ya que nos encontramos aquí, en Zacatecas, en una tierra de toros, criados en la libertad del campo, cuidados en estas prestigiosas ganaderías que nos rodean, quiero recordar que en la corrida el dominio del torero sobre el toro durante la faena descarta cualquier violencia y brusquedad. Es una empresa de seducción. El hombre debe adecuarse a su oponente, percibir lo más pronto posible sus reacciones y sus querencias para construir su faena en relación con éstas, y lograr lo que taurinamente se llama acoplamiento. La expresión lo dice todo. Ninguna belleza puede surgir en el ruedo si la lidia no llega a convertirse en una complicidad entre el torero y el toro y si no se compenetran para lograr conjuntamente la coreografía que viene a ser el toreo. Para ello la racionalidad del torero debe saber acoplarse con la irracionalidad de la fiera, lo que el matador Juan Posada tradujo por una imagen: el torero debe en ese instante hacerse a la vez hombre y toro, Minotauro de alguna manera, permitiendo a su oponente expresar todas las potencialidades de su bravura que han contribuido a la obra de arte y que sin el toreo hubieran quedado totalmente inéditas.

La tauromaquia se basa en definitiva en el respeto por el animal y en un acercamiento excepcional con su animalidad. Entre paréntesis diré que esto es uno de los cinco criterios y argumentos que permiten reconocer la Fiesta de los toros como Patrimonio cultural Inmaterial. Ese criterio, mencionado en el artículo 2 de la Convención de la UNESCO se refiere –lo recuerdo– "a los conocimientos y prácticas relacionados con la naturaleza y el universo". Este es el gran aporte de esta fiesta a la ecología. 

Al terminar, quiero señalar tres motivos de satisfacción y de alegría para todos los aficionados del mundo, que debemos a Zacatecas:

En primer lugar, el hecho de que por decreto y ley la Fiesta de los toros está reconocida en este estado como Patrimonio Cultural Inmaterial desde 2013, al lado de otros siete estados de la República Mexicana, y bien merece la pena nombrarlos: Aguascalientes, Colima, Guanajuato, Hidalgo, Jalisco, Querétaro y Tlaxcala.

Este interesante mapa configura una dinámica que, sin lugar a dudas, coloca este querido país a la cabeza de los ocho países taurinos para lograr la inscripción de la tauromaquia por la UNESCO en la lista representativa de este Patrimonio. Esta meta sería una coronación para Zacatecas que ya, como conjunto artístico y arquitectónico, ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad en 1993.

En segundo lugar, el hecho de que el programa de los festejos que se van a celebrar me parece sumamente adecuado para fomentar la afición y sobre todo para transmitirla: 5 corridas, una novillada y un festival de escuelas taurinas; o sea, toda la escala de los espectáculos taurinos y de las generaciones que participan en ellos, pues también se incluye la presencia de un rejoneador y un grupo de forcados; es decir, "la tauromaquia integral".

Es de notar que, para la convención de la UNESCO sobre el PCI, para que sea reconocida la validez de un patrimonio cultural inmaterial, la condición prioritaria es que no quede estancado en el tiempo y se transmita continuamente a los jóvenes, a las siguientes generaciones. Eso es lo que va a favorecer este programa.

El tercer motivo de alegría, y hasta de admiración, es el apego de esta ciudad y de esta región a la diversidad de sus culturas y tradiciones. Después de varios siglos siguen ahí, a nuestro alcance, para su goce y disfrute. A pesar de las circunstancias de la historia y de la política, siempre se ha defendido aquí esa libertad fundamental de los Derechos Humanos, libertad de una comunidad humana, cual sea su número o su peso social, de fomentar su cultura reflejo de su identidad y de su forma de sentir.

Sé que, por diferentes motivos ideológicos, en el siglo XIX hubo unos intentos para prohibir los toros, y también la Morisma, pero cada vez la determinación del pueblo zacatecano resistió y al final supo imponerse, demostrando que estas fiestas, cuando son verdaderamente del pueblo, ni la política ni nadie puede con ellas. Así que esperemos que esto siga así, con la ayuda de todos ustedes, queridos aficionados, el sustento de nuestra Fiesta Brava.

Y con esta esperanza mis últimas palabras serán para decir: ¡Viva la FENAZA 2019! ¡Viva Zacatecas!... ¡Y viva México!


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