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Espectro: Buenas intenciones

Sábado, 27 Abr 2019    CDMX    Jorge Raúl Nacif | Opinión   
"... lleno de frases hechas y melosas..."
Dicen que el camino al infierno está plagado de buenas intenciones, y en la Fiesta de los Toros no es diferente. Esfuerzos hay por promover el espectáculo, pero las cosas no se hacen bien y se ha llegado a hablar del espectáculo de una manera falaz.

Hoy en día abundan grupos de "neotaurinos" que no han alcanzado a comprender la esencia de un arte que es crudo por naturaleza, en el que un hombre se juega la vida en pos de una creación artística.

No se cuenta bien lo que es el toreo e incluso no llegan a respetarse las tradiciones de un rito antiquísimo. Todo está lleno de frases hechas y melosas,en las que la comunicación es incompleta. Será inmediata, a través de redes sociales, pero carece de sustancia.

La tauromaquia es un sacrificio consagrado por el torero que, con su estoque, da muerte al toro luego de lidiarlo. Es precisamente el que oficia y lleva al espectador a la concepción misma de afirmar la vida a través de la muerte. Es, justamente la muerte uno de los elementos intrínsecos a la Fiesta, y si la quitásemos estaríamos mutilando una parte esencial.

El torero no solamente oficia, sino que también se coloca en la posibilidad de morir. Esta situación representa un sentido de profundidad muy intenso, ya que, de alguna forma, es una alegoría del hombre que ofrece su vida en pos del sacrificio cruento del toreo, que siempre está impregnado de una muy especial liturgia.

Sin embargo, el torero no se queda en el ámbito del sacrificio, base fundamental de la tauromaquia, sino que su figura es también la de un artista, la de un ser humano que es capaz de crear un caudal de sentimientos y emociones delante un toro bravo, unión de dos almas que se conjugan entre la vida y la muerte.

El torero, en esta acepción, requiere entonces esa capacidad para crear, para generar arte ante el peligro que representa el toro. La belleza plástica en la ejecución de las suertes es lo que genera la emoción en el buen aficionado, misma que debe ir acompañada siempre con el sentimiento que expresa un torero.

Y es que, por más plasticidad que exista, si el torero no se emociona o se entrega en su obra, haciendo las cosas con corazón, la trascendencia no será superior, sobre todo en la concepción del toreo actual.

La figura del torero requiere, de suyo, contar con una muy definida personalidad, la cual también proyecta hacia la afición; ser torero, pero también parecerlo y sentirlo, tanto en el ruedo como fuera de él, así como un sacerdote es y debe sentirse como tal aunque no se encuentre oficiando.


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