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El apunte: El reto de ser un Silveti

Viernes, 27 Nov 2009    Juriquilla, Qro.    Ceci Lizardi   
Un abuelo orgulloso

Decía el poeta inglés Rudyard Kipling: "Si puedes esperar y no cansarte en la espera, si puedes soñar y no hacer de los sueños tu dueño, si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo, si puedes encontrarte con el triunfo y con el desastre y tratar a esos dos impostores de la misma manera, si puedes forzar  tu corazón, nervios y tendones para jugar tu turno mucho tiempo después de que se haya terminado, y mantenerte cuando no queda nada dentro de ti excepto la voluntad que dice : ¡resiste!. Si puedes hacer todo eso… serás un hombre, hijo mío".

Ad hoc resulta este poema para la vida y obra de Diego Silveti, que a sus 24 años ha debutado como novillero en su país, México, en la profesión en que sus antecesores han sido reyes, y ha resultado un espectáculo emocionante y conmovedor.

Las comparaciones son, la mayoría de las veces, odiosas, y no es mi objetivo ni el del propio Diego que se  le compare una y otra vez con aquellos hombres que han forjado y le han transmitido la sangre azul que posee, pues insiste en que él es diferente a todos y que lo que logre lo hará por méritos propios y de nadie más.

Lo que sucede y lo que sucedió a lo largo de toda la noche, es que somos conscientes de que es un torero de pura casta y que, inevitablemente, el gran parecido físico que guarda con su progenitor hizo que se le enchinara la piel a más de uno  que lo vio torear alguna vez, y a algunos otros que vieron también a su abuelo Juan Silveti Reynoso. Me pregunto: ¿Habrá estado en su debut mexicano alguien que también haya visto a su bisabuelo?.

Por eso, el acontecimiento resultó un capítulo muy relevante para la historia de la fiesta de los toros México. Me cuenta mi maestro Humberto Ruiz Quiroz que él mismo tuvo la oportunidad de ver torear al bisabuelo, en persona, y presume con orgullo que Luis, su hermano, aunque mayor que él, no lo haya visto nunca.

Para él, ver torear a Diego SIlveti resultaría una experiencia inigualable y de la que pocos podrán presumir, al haber sido testigo presencial de las cuatro generaciones y de por lo menos cinco de los integrantes que conforman la dinastía de los Silveti, que nació con El Tigre de Guanajuato, Juan Silveti Mañón.

Todos ellos toreros caros, pletóricos, triunfadores, y portadores de ese gen mágico que ha hecho que cada uno haya brillado por luz propia.  Como se espera de Diego; porque es un hecho que si la genética fuera infalible y perfecta, lo de Diego sería el pináculo ideal del arte de torear, y no tendría más mérito para él que el de haber nacido Silveti.

El evento lo ameritaba. Más de cincuenta personas viajaron desde el estado de Guanajuato, algunos de la ciudad de Salamanca, en donde Diego nació y creció, y otros más de  Irapuato en donde estudió hasta la preparatoria antes de irse a vivir a la ciudad de Querétaro para estudiar Relaciones Internacionales en el Tec de Monterrey. Un sinfín de ganaderos, algunos toreros en el tendido, y muchos, pero muchos profesionales del mundo del toro, se dieron cita en Provincia Juriquilla para presenciar un hecho que resultó tan relevante como emocionante.

¡Viva el Rey David, viva Diego!, entonaba un gritón seguido por el ¡viva! que coreaba la plaza llena, porque cierto que alguno habrá querido ver rasgos de su padre en él, pero en realidad sólo presenciamos una esencia que es exclusiva de su ser: su verdad. Salir a los medios, tarde tras tarde, y vencer esas querencias que tanto pesan, será de ahora en adelante su reto más importante.


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