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Especial: Un torero hecho de sacrificio

Miércoles, 04 Abr 2018    Quito, Ecuador    Santiago Aguilar | Foto: Archivo   
Se trata del diestro ecutoriano Álvaro Samper

Los amaneceres de Puembo, hermosa parroquia enclavada al oriente de Quito, son una acuarela viva que con el paso de los minutos alterna los tímidos tonos ocres, que se abren paso entre las sombras, con los brochazos naranjas y rojizos que pregonan la presencia del sol en el horizonte. Los trazos de luz pincelan el firmamento con alargadas betas  que, poco a poco, se difuminan en la azulina del nuevo día, al tiempo que el ecosistema propio del horario completa su pulso, sonido y color.

El agudo chirrido de la puerta, el encuentro con la frescura de la atmósfera y el vaho terroso que satura el ambiente, sacuden los sentidos del hombre que busca los húmedos senderos del campo para fortalecer su cuerpo, despejar la mente y colmar su alma.

El trote sostenido deja atrás kilómetros en un exigente mirar hacia adelante con un irrevocable compromiso profesional a la vuelta de la esquina; es que la capacidad física, la claridad de ideas y la vocación son los reclamos de un trabajo exigente y magnífico como ningún otro. No hay duda que los toreros están hechos de sacrificio y sudor, de valor y de gloria.

Álvaro Samper ha vivido puntualmente cada una de las estaciones de su oficio; desde las implacables jornadas de entrenamiento al rayar el alba, las dolorosas heridas que desgarraron sus muslos, las frustrantes corridas de poca fortuna, hasta las aromáticas tardes de clamor y triunfo.

En el código  genético de Álvaro se encuentran las trazas de su inquebrantable afición,  cuidadosamente alimentada en los campos de Atocha por su abuelo el ganadero de toros de lidia Ramiro Campuzano y sus entusiastas tíos que pronto avistaron los dotes taurinos del rubio muchacho, al punto que con apenas nueve años de edad le sometieron a la prueba de capotear una becerra, inolvidable encuentro que, una y otra vez,  repetiría con lúdico entusiasmo junto a su primo Martín con quien compartió la infancia y su devoción en graciosas correrías toreras vestidos de corto.

Las faenas camperas y festivales le formaron el bagaje técnico y la seguridad para enfrentar a los astados, experiencias que estimularon su idea de convertirse en novillero en la Plaza "Belmonte" de Quito en agosto de 2004 e inclusive –meses después-  viajar a España para torear cinco festejos con picadores, previos a su sonado debut en la Monumental de Iñaquito.

Siguiendo la huella de sus recuerdos, Álvaro rememora las emocionantes temporadas siguientes; tres años de ir y venir por cosos de Ecuador y Europa con notables escalas en el ruedo andaluz de Jaén, el anfiteatro romano de Arles y Madrid en cuya arena derramó su sangre. Treinta novilladas dieron forma a una meritoria campaña interrumpida más tarde por las incómodas lesiones que sufrió en el hombro y la rodilla; no obstante, continuó caminando hacia el doctorado finalmente obtenido en la Plaza de Toros Quito la tarde de 30 de noviembre de 2009 con David Fandila “El Fandi” y Sebastián Castella en el cartel.

Ya con la borla de matador de toros fue perfeccionando la técnica y delineando su estilo, entendiendo que la lidia es la inteligencia que domina a la fuerza y el toreo es la caricia que conduce a la fiereza. Convencido también de que la conjunción de talento y sensibilidad da lugar a la inspiración y ésta a la emoción: la piedra angular de la fiesta de los toros.

La secuencia de triunfos en todas las plazas del país que señalaron sus tres posteriores temporadas con celebradas faenas en Iñaquito, Ambato y Riobamba correspondieron al interés de empresas y aficionados; hasta que el gobernante inescrupuloso le arrebató, como a muchos otros, su principal fuente de trabajo a través de una amañada consulta popular que mutiló el rito, deformó al espectáculo y cerró el anfiteatro capitalino.

Superado el mal trago; evoca, concentró su quehacer en los escenarios provinciales con renombradas actuaciones en Latacunga, Guano y La Belmonte. A la cabeza del escalafón local en junio de 2017 volvió al escenario  riobambeño para vivir un mágico encuentro con el toro "Sombrío" de Campo Bravo, con el que consumó sus sueños de hombre y de artista en un intercambio sincero de nobleza y entrega.

El zumbante aleteo de un picaflor y el lejano canto de un jilguero lo regresan a la vereda rural en la que repite sus firmes zancadas liberándose de aquel devaneo de ayeres y nostalgias. Vuelve a mirar hacia adelante con el sol ya buscando el cenit y en el paisaje encuentra, otra vez, a la plaza de Toros "Raúl Dávalos" y su anual feria del Señor del Buen Suceso en la que en pocas semanas deberá oficiar de torero.


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