Sobra decir que el futbol y el toreo son actividades diferentes. El torero se juega la vida y el futbolista no necesariamente, no obstante que se trata de un deporte de contacto.
El domingo pasado, Cristiano Ronaldo sufrió una herida en la cara durante el partido contra el Deportivo La Coruña. Sangró, la cara se le hinchó y los moretones saltaban a la vista. El partido estaba resuelto y el goleador luso abandonó la cancha cuando faltaban pocos minutos para el silbatazo final.
De inmediato pidió un teléfono celular para usarlo como espejo y poder mirar las huellas de la "batalla". Estaba seriamente preocupado. Un gesto más de metrosexual que de guerrero. Bendito móvil que sirvió de reflejo para una cara como la de Ronaldo. Quizá lo conviertan en pieza de museo. “Espejito, espejito, ¿se me quitará lo bonito?" El portugués vive del futbol, pero también de su aspecto. Muchos millones de euros se han invertido en su célebre faz, que incluye cejas cuidadosamente depiladas para formar dos arcos delgaditos y perfectos, y dos lóbulos adornados con aretes.
Al ver a Cristiano tan agobiado por el peligro que corrían su belleza y su sonrisa de revista, pensé en los toreros que con las carnes abiertas ni siquiera se voltean a ver la pierna herida. Tras sufrir graves cornadas, se quedan en el ruedo o van a la enfermería unos instantes y regresan a plantarle cara al toro. No se miran la ropa, no dramatizan, no se hacen las víctimas, no se revuelcan ni piden un espejo para ver cómo quedó su cara, esa sí demudada y macilenta.
A lo largo de los años he visto a jugadores fingiendo faltas, exagerando leves contactos para impresionar al árbitro o de plano llorando por lesionarse. Esto último es muy respetable; cada quien tiene su umbral del dolor.
Cuando hacen drama por poco o nada, los futbolistas no tienen por qué acordarse de los toreros. Quizá los asumen como seres distantes y anacrónicos. Pero yo sí me acordé de ellos y sentí el deseo de reivindicarlos, más ahora que se les falta al respeto con irresponsable facilidad. Los diestros se ponen otra vez delante del toro a los quince días de un percance.
Lo malo es que la imagen de Cristiano mirándose al espejo da la vuelta al mundo y la de un torero herido en la femoral puede quedarse en las sombras. Así anda el patio.
Acumulación de pérdidas
Entre marzo y enero han fallecido varios personajes de la Fiesta mexicana: Chucho Solórzano, Miguel Espinosa "Armillita", Fabián Ruiz, Juan Silveti, Luis Álvarez Bilbao, Alberto Regueiro y Ricardo Balderas.
Luis, querido amigo, murió el lunes pasado a los 68 años. Fue un taurino de prosapia, conocedor, exigente, lapidario, mordaz, sin pelos en la lengua, y un ganadero comprometido con la seriedad del espectáculo. Había nacido el jueves 11 de agosto de 1949.
Alberto tenía apenas 42. Era puro entusiasmo y transparencia. Tenía un portal cibernético donde informaba y opinaba. Su partida significa un dolor muy grande en su pareja, nuestra querida amiga Bernardita, hija del legendario Jesús “El Ciego” Muñoz.
Ricardo falleció el viernes pasado a los 96. Sobrino del malogrado Alberto Balderas, fue matador de toros, subalterno, apoderado y un muy buen juez de plaza, que en su momento elevó el nivel de exigencia para cortar una oreja en la Plaza México. Recordaré su excelente trato y sus agallas cuando se le presentaron situaciones sumamente difíciles.