...las actuales empresas no se lo están poniendo fácil al cliente...
Desde que se cantó el "Pobre de mí" en los Sanfermines, durante el resto de este verano que ya se va lo menos habitual ha sido ver una plaza de toros totalmente llena. Ni en Alicante, ni en Santander, ni en San Sebastián, ni en Bilbao, ni en Málaga, ni en Almería, ni en ninguna otra feria de mayor o menor categoría, de primera, segunda o tercera, se ha colocado, salvo por raro acaso, el ansiado cartel de "no hay billetes".
Billetes, en cambio, sí debe de haber en los bolsillos de la gente, aunque parece que últimamente no los dedican a pagar entradas de toros tanto como a todos nos gustaría. Pero es ya un hecho fehaciente que las empresas taurinas contemplan esa reducida asistencia de público como algo totalmente asumido, con tanta resignación como inoperancia por ponerle solución.
Hemos llegado al punto de que un aforo cubierto en sus tres cuartas partes nos parece todo un éxito, de tanto como nos hemos acostumbrado a ver las plazas ocupadas en apenas su mitad, en un tercio o incluso en un cuarto de su aforo, por mucho que luego la prensa asimilada se empeñe absurdamente en hinchar las entradas en sus fantasiosas reseñas.
Pero la realidad no entiende de mentiras piadosas que a nadie engañan. Y que, por no ir más lejos en el tiempo, en Linares pasaran por taquilla sólo 2 mil 400 personas para ver el único festejo programado en la que fue una asolerada feria que ahora sobrevive de milagro, habla muy a las claras de la situación por la que atraviesa el negocio taurino en España.
El del coso de Santa Margarita es sólo uno de los muchos casos elocuentes que este verano hemos tenido como muestra de tan crítica coyuntura. Pues ahí está también el de la feria de la Virgen de San Lorenzo, de Valladolid, donde la piedra caliza de su graderío ha sido la triste protagonista de un abono que hace apenas un año se vendió en su totalidad, para regocijo de la casa Matilla. Claro que entonces fue al reclamo de las dos tardes en las que estuvo anunciado ese torero que ya todos ustedes saben.
Así pues, sin el "salva ferias" de Galapagar, la feria de Valladolid se ha chocado de nuevo contra el rocoso muro que asfixia al toreo: esa perentoria pérdida de público en un espectáculo que se maneja haciendo equilibrismo sobre números de auténtica crisis. Y la evidencia es tan apabullante, tan agresiva, que hace aún más incomprensible e inexplicable la pasividad y la falta total de reacciones de la gran patronal del toreo.
En realidad, poco cabe esperar de una clase empresarial como la taurina que ha sido la única, de entre todos los sectores industriales o artísticos de España, que no supo ni quiso tomar ningún tipo de medidas durante la honda crisis que comenzó en 2007 y de la que dicen que ya hemos salido, sino que se dejó ir con el indolente y despectivo tancredismo organizativo que ha sido el que acabado llevando a sus protagonistas a la actual situación de dependencia.
Sí, poco cabe esperar para revertir está grave coyuntura económica del toreo de una gran patronal ahora reducida, por dicha pasividad, a su mínima y más débil expresión. Y que incluso se ha cerrado en banda numantinamente para no aplicar a las entradas siquiera la rebaja de los once puntos IVA, esa que tanto se venía reclamando y que el gobierno decretó por fin a primeros de verano para todos los espectáculos culturales en directo.
Prefieren las empresas que ese descuento del IVA, del que se supone que son meros intermediarios entre el cliente y la Hacienda pública, se quede en sus taquillas con la excusa de que no suben el precio de las entradas, algunas tan "asequibles" y "cómodas" como las de la pasada feria de Mérida, donde, para ver una corrida de figuras a más de cuarenta grados de temperatura, un escaño de sol costaba la "módica" cantidad de 36 euros (unos 800 pesos). Evidentemente, la plaza no se llenó, para estupor únicamente de los incautos.
La cuestión es que las actuales empresas, sin descuentos, ventajas ni concesión alguna, no se lo están poniendo nada fácil al cliente, ese aficionado y ese público en general que está dejando de pasar por taquilla y no sólo por cuestiones económicas.
Y es que, al margen de otras consideraciones, como la repetitiva emisión de las ferias por televisión, las grandes empresas siguen empeñadas en convertir los abonos en un permanente intercambio de cromos, pero siempre los mismos, los intocables toreros de su órbita, ya sean los que ellos o sus adláteres apoderan, para buscar la ganancia no tanto en la taquilla como en las comisiones.
Así es como los mismos nombres se repiten una y otra vez con aburrida monotonía en los carteles, siempre juntos, bien arropaditos para asegurar la media entrada, cuando no dejan algún sitio esporádico a alguno de los baratos compañeros que sirven para rematar, a bajo coste, el resto de festejos obligatorios de los abonos.
Puede que, por encima de los precios desorbitados y de la falta de atenciones de las empresas, sea esa sensación de más de lo mismo la que haga retraerse a un público saturado de tanto nombres tan sonoros como manidos que, por muchas faenas históricas, por muchos indultos y por mucho que estén toreando mejor o atraviesen un gran momento, según dicen los complacientes, cada vez llevan menos gente a las taquillas. Va a ser por todo eso por lo que el "no hay billetes" es ya una utopía.