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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 07 Sep 2017    Zacatecas, Zac    Juan Antonio de Labra | Opinión     
...es precisamente eso: un atrevimiento terrible, despiadado...
La Tauromaquia de Alfonso López Monreal se deleita en sus recuerdos, en ese pasado misterioso de su propia memoria, a través de una obra que viene a complementar las otras dos tauromaquias existentes en el arte universal. La primigenia, la de Goya, y la de Picasso, más cercana a nuestra época, sólo para mostrarse como algo "viejo" que resulta ser "nuevo".

Se trata, pues, de algo tan nuevo y recurrente como ese afán impredecible del artista que se afronta y que se e enfrenta a sí mismo, sin temor, ni petulancia, por el simple hecho de crear desde una perspectiva íntima que está tocada de ese individualismo que caracteriza al hombre arrojado y valiente; al artista que se atreve a desafiar el pasado… y los hechos consumados.

Decía el gran escultor norteamericano Richard Serra, que los buenos artistas son aquellos que sólo obedecen a sus instintos y el terreno del arte, no hay nada concluyente. Siempre existirá una "ventana" abierta para todo aquel que quiera traspasarla y atreverse a mostrar lo que siente.

Así que esta Tauromaquia de Monreal, creada en pleno siglo XXI, 200 años después de la de Goya, resulta precisamente eso: un atrevimiento terrible, despiadado y provocador. ¿Quién puede impedirlo? Nadie. Ab-so-lu-ta-men-te nadie. Los límites del arte atañen únicamente a la creatividad de cada artista.

Y aunque se afirme que ya "todo está inventado", la mirada de Alfonso es capaz de reinventar la fiesta de los toros a través de los 33 magníficos grabados que evocan una forma de ser y de sentir que late al ritmo provinciano y cadencioso de este gran grabador mexicano forjado en Irlanda, de donde regresó a su natal Zacatecas para reencontrarse con su esencia taurina; sus recuerdos de infancia; sus pesares y sufrimientos, sus alegrías.

La genialidad siempre está un paso más cerca de la locura que de cualquier otra cosa. Por original, abigarrada y hasta subversiva, esta obra encierra la magia de un buril capaz de trazar imágenes distintas en las que se esconde el subconsciente del toreo.

Estamos ante un alumbramiento doloroso en el que subyacen elucubraciones de índole desconocida. No es preciso encontrar una explicación a esos sentimientos que provocaron esta Taurormaquia tan singular, porque mirar arte, como dice el fotógrafo John Berger, es un acto de una solemne individualidad. De tal suerte que cada quien va a encontrar lo que quiera ver. Y eso resulta fascinante.

Los 33 grabados de Monreal, en los que utilizó técnicas antiguas en todo el proceso, invitan al a reflexión, a que el observador se vea reflejado en el cobre del que nacieron esas impresiones tan vívidas y sensuales que conforman esta Tauromaquia.

Y así como Alfonso se ha recreado en dejar plasmada su sensibilidad hacia un arte -el del toreo- que siempre está en movimiento, a nosotros nos toca "sentir" los grabados de esta obra, tal y como se siente la poesía; es decir, de una forma tan natural como intensa.


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