Aquella triste noche del 4 de agosto de 1984, un accidente de motocicleta le arrebató la vida a Valente Arellano, suceso en el que se vio truncada la existencia de un joven torero que iba en camino para convertirse en referente de nuestra tauromaquia.
Aunque Valente sí llegó a doctorarse, ha quedado en la memoria como ese prototipo de lo que debe ser un novillero, debido principalmente a la entrega que nunca faltaba en cada una de sus actuaciones.
Si bien es cierto que no llegué a verlo, debido a que la fecha de mi nacimiento fue en 1987, tres años después de su muerte, las referencias consultadas a lo largo de mi vida como aficionado denotan que el impacto que causó durante su etapa como novillero fue practicamente insólito.
Valor, carisma y hambre de ser, son solamente algunas de las virtudes que el diestro de Torreón manifestó a lo largo de las cerca de 170 novilladas que sumó entre 1979 y 1984, así como en las pocas corridas de toros en las que actuó antes del trágico día.
En ese espejo de Valente Arellano deberían verse todos los novilleros. Y es que durante los últimos años he asistido a varias de las novilladas de lo diferentes certámenes organizados, así como en las campañas de La México, y no pocos muchachos salen simplemente a "cumplir", desaprovechando las de por sí pocas oportunidades que hay.
Daba un poco de coraje, si cabe la expresión, ver a algunos novilleros llegar a las plazas con poses de “figurines” e incluso tratar con desdén a los miembros de las cuadrillas, mareándose en un ladrillo sin haber demostrado absolutamente nada delante del de "las patas negras".
Con tan pocos festejos novilleriles que hay en nuestro país, y en este año todavía menos que en los anteriores, los muchachos no pueden brindarse el lujo de no aprovechar sus oportunidades y el esfuerzo que representa dar novilladas, pues en un amplio número suelen ser deficitarias.
Finalmente el ofrecer festejos menores representa contribuir a las “fuerzas básicas” de nuestra Fiesta, pues en estos caminos comienzan a germinarse los que, en determinado momento, irán ocupando las plazas y las posiciones del toreo mexicano
Volviendo a Valente, un torero variado en quites, banderillas y muleta, mencionar que a la par de los éxitos llegaron los percances y las lesiones de importancia. Primero, sufrió rotura de ligamentos de rodilla; al recuperarse y volver a los ruedos, padeció la fractura de la clavícula izquierda.
Al superar estos imponderables, llegó el día de recibir la alternativa, lo cual tuvo lugar el 4 de junio de 1984, en Monterrey, Nuevo León. Fue su padrino Eloy Cavazos, mientras que por testigo fungió Miguel Espinosa "Armillita", ante toros de San Miguel de Mimiahuapam. Esa tarde saldó su actuación con el corte de una oreja.
Fueron solamente nueve los festejos que Valente Arellano cumplió como matador de toros, pues exactamente dos meses después tuvo lugar el fatídico suceso que terminó con su vida, una vida de tan sólo 19 años que deja una huella imborrable y permanente recuerdo.