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Desde el barrio: Torea Morante, torea la historia

Martes, 13 Dic 2016    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...comenzar a fluir los recuerdos de las viejas postales, esa...
Lo realmente revolucionario en el toreo, y más en estos tiempos confusos, sigue siendo el clasicismo. Para saberlo basta con comprobar los efectos que ha tenido en el público, ya sea en la plaza, en la televisión o en las redes sociales, la faena del domingo en la México de Morante de la Puebla, que a cada lance, a cada muletazo, a cada remate con "Peregrino", parecía volver a revelar la verdadera esencia de este arte maltratado.

Y es que, lo diremos por enésima vez, en las muñecas y el corazón de Morante pervive la historia toda del toreo. En cada una de sus grandes faenas, todas distintas e impredecibles, o incluso en sus tardes aciagas o sin suerte, afloran recuerdos de otros tiempos, que brotan espontáneos desde lo más íntimo de un artista de amplia cultura taurina y embargado por el sepia de las fotos antiguas.

El domingo se notaba feliz a Morante ya antes de que salieran sus toros. Una sonrisa limpia y una actitud relajada hacían presagiar que a poco que ayudaran los de Teófilo Gómez, al menos a su manera, del disco duro de su alma torera podían comenzar a fluir los recuerdos de las viejas postales, esa memoria tan honda como para rescatar el decimonónico quite “de frente por detrás”, tan olvidado que nadie acertó a clasificar.

Pero, tras las lineales e inteligentes chicuelinas que centraron al abanto, también tuvo tiempo para rememorar su adorada Edad de Plata, con el manguerazo de Villalta, y hasta la competida época novilleril de los cincuenta con el, nunca repetido desde entonces, remate del abanico del malagueño Pepe Ortíz, esa especie de revolera por la espalda que abre la tela en arcoíris.

El caso es que esos guiños al pasado fueron sólo concesiones a la alegría de un capote de temple intrínseco, de vuelos precisos y suaves para el lance y también para la brega, como pasa con el de Carretero, otro clásico y erudito del toreo práctico, empeñado en no enseñar los tirantes ni para dar celo y confianza a los toros tal que hizo con "Peregrino".

Cuando tocaron a matar la sonrisa de Morante era ya pletórica, asumida totalmente la sobrada calidad y la justa raza del sensible material con que redondear su obra: ese típico toro mexicano de embestida humillada y al paso, que se cohíbe con la brusquedad y con el que tantos aguerridos españoles fracasaron a lo largo de los tiempos.

Un toro, pues, de preguntas y respuestas sutiles, sólo apto para el descomunal valor oculto que se necesita para dejar la muleta laxa a la embestida y esperar hasta el último momento a fin de evitar los desengaños que provoca la duda. 

Primero acompañó Morante el camino de "Peregrino" hacia las afueras, dicen que al estilo del Ortega de Borox, aunque más pareció versionar con gracia, y que nadie se eche las manos a la cabeza, los inicios de faena cordobesistas: esos en que otro grande pero iconoclasta disimulaba con desdén su inteligencia lidiadora.

Y después, esa sutileza de la tela en la derecha, a pesar de la espada, la espera de la muñeca y las yemas para tirar de la lenta arrancada, el compás pausado del pecho, puesta la entrega en los centros vitales por los que asoma el alma. Y así una, dos, tres series de pases, rematados con lánguidos e introvertidos pases de pecho o, fantasía y color, con cambios de mano de birlibirloque gallista, para poder  irse finalmente de la cara con majestuosa melancolía.

La difícil facilidad le llamaron a esa manera natural de torear, sin efectismos, sin brusquedades, sin giros sicodélicos ni posturas forzadas tan aburridamente al uso: torear por derecho aplicando la ley del mínimo esfuerzo físico, apenas un giro de talones, sólo un deslizar de la mano, para el máximo rendimiento artístico. 

El domingo Morante evocó, puede que sin saberlo, a Paco Camino en Querétaro, con aquel "Navideño" de la perfecta madurez del camero. Pero este otro genio lo hizo en esa Monumental donde los aficionados, abducidos también por la historia de la plaza, saltaban de alegría y asombro como cuando vieron las grandes tardes de Manolete.

Cuando cayó “Peregrino” –las faenas inolvidables siempre se acompañan en México con el nombre indeleble del toro que las propició-, Morante le acarició el lomo, con la misma gratitud y cariño con que lo acarició toreando. Y la plaza, con una de las mejores entradas de la Temporada, sonreía de felicidad, que es lo que el toreo genera sin remedio cuando llega a sublimarse. Cuando se torea por y para la historia.


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