Tauromaquia: San Isidro, por naturales
Lunes, 13 Jun 2016
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
El final de la mostra de 2016 fue un caudaloso homenaje al pase más rotundamente hermoso y decisivo de la tauromaquia: el bendito –y tan regateado– pase natural. Naturales como vueltos a inventar –por sabor y hondura– de José María Manzanares; naturales inesperados, por su largura y redondez, los de Rafaelillo a todo un miura; naturales dormidos, lentísimos, de Sebastián Castella al quinto toro de Adolfo Martín.
Y antes, naturales aguerridos, enormes, de El Juli a su último toro de la feria –tan injustamente tratado como fue– y de Talavante, crecido ante un jabonero de Núñez del Cuvillo; naturales exponiendo y toreando al filo de la cornada de Roca Rey en su confirmación; naturales de temple herido –como el propio novillero ya lo estaba– del hidrocálido Luis David Adame a un utrero de El Montecillo. Y de entrega total en las muletas de Paco Ureña y David Mora, que soñó el toreo y lo hizo soñar, breve la muleta e infinito el trazo, con "Malagueño" de Alcurrucén, que iba a ser para muchos el toro de la feria.
Siempre que una muleta torera recupera el pase natural en su desnuda cabalidad, el toreo se eleva a alturas clásicas, y es entonces cuando el hombre vestido de luces ilumina como nunca ese trozo de lienzo tendido al sol que es el ruedo de una plaza de toros. Y también, por supuesto, el alma de quienes tengan el privilegio de vivirlo. Del propio autor hasta el último espectador.
Manzan-arte
Casi todos los premio de la feria los acaparó la prodigiosa lidia y faena de José María Manzanares al toro quinto de la Corrida de Beneficencia, un negro veleto de Victoriano del Río bautizado "Dalia", que, haciendo honor al raro remoquete, durante su lidia se comportó con finura y clase de dama linajuda. Salió rematando por bajo en los burladeros y así continuaría, humillado y fijo, hasta el final.
Ya las verónicas del alicantino, de hondo y sosegado dibujo, chorrearon templada belleza. Como las chicuelinas del quite, bajas las manos, rítmico el giro, hermosísima la media del remate. Y la faena. Un faenón digno de aquellos años 70 en los que tanto brillo cobró el falso apellido Manzanares en el capote y la muleta del primer José Mari.
Desde el casi olvidado inicio, enlazamiento de suaves trincheras y firmazos del tercio a las afueras, ganado pasos y trazando pinturas toreras –evocaciones de Paco Camino o El Viti–, hasta la estocada recibiendo en la mera yema que hizo a "Dalia" caer sin remisión sobre bocanadas de su propia sangre. Hacía viento, pero el artista se lo tomó con calma, preparando sin prisa esa primera serie derechista que ya calentó el clima de la faena. Pero cuando puso a todos a levitar fue cuando se puso la muleta en la zurda para servirse del excepcional pitón izquierdo del de Victoriano del Río para hacer del pase natural un contínuum de locura, sucesión de esculturas en que todo el cuerpo de José María toreaba –es decir, sentía y hacía arte– y todo el cuerpo de "Dalia" seguía encastadamente pero con solemne fijeza el engaño, rojo como el vestido del torero y como el fuego –al rojo vivo– que incendió la plaza entera. Fueron dos tandas a cual mejor, que iniciaba con un muñecazo deliberadamente duro, imperioso, como enseñándole al toro el camino del arte que traerían naturales de ensueño, plenos de temple y estética en su inconsútil ligazón.
Por la derecha, "Dalia", sin ceder en calidad, se revolvía encastado, tanto que en uno de ellos perdió pie el torero y tuvo que escapar rodando. Lo resolvió con un molinete fugaz, dibujó trincherazos cortantes, asevillanados. Y ya decíamos que con la espada fue un misil. Una faena de ésas que hacen preguntarse a los justos por qué razón en Madrid está proscrito el rabo como trofeo, la misma pregunta que nos hicimos cuando la faena aquella de Talavante al toro de El Ventorrillo de 2011, y se habrán hecho los madrileños en esas ocasiones –pocas– en que la obra desborda abrumadoramente la pequeñez del premio de dos orejas. Máxime en una tarde como ésa del jueves 2 de junio en que el presidente acababa de otorgarle el par de apéndices a un trasteo azaroso de López Simón, en las antípodas de la obra de arte que poco después bordaría Manzanares.
Con ambos en hombros se resolvió –se disolvió– la inolvidable tarde. Que para Castella será más bien olvidable, no así para Victoriano del Río, que sirvió una corrida formidable.
El bravo Rafaelillo
Cuando se anuncian toros fuertes y encastado –de Miura y Adolfo Martín, por ejemplo– hay que poner a Rafaelillo, que en materia de bravura no tiene igual. Bravura de torero de cuerpo entero, como se demostró la tarde de los adolfos, en espacial con ese cuarto que cazaba moscas a derrotes y terminó sometido al mando y la entrega del murciano. Pero lo grande llegaría en la corrida final, con el primero bis de Miura, un "Tabernero" dispuesto a vender muy caro cada trago de sus 608 kilos. Intocable por el derecho, tuvo, sin embargo, un pitón zurdo por el que obedecía bien y hasta seguía largo el engaño, sin perder su característica revoltosa de buen miura. Avispado, listísimo, tan valeroso y torero como siempre, Rafael Rubio captó enseguida el resquicio y se dejó ir por ahí hasta conseguir tandas al natural de mucho mando, buen temple y trazo completo.
Y no una, varias, aprovechando a tope lo que "Tabernero" tenía de aprovechable. Se encontró al matar con que el burel le tapaba la salida y naturalmente lo pinchó, perdiendo la posibilidad de premios. Pero dejando bien claro que hasta los miuras son susceptibles de torearse al natural si se es torero de verdad y se tiene el corazón bien puesto.
Dio la vuelta al ruedo más celebrada de la feria.
De Castella al toro de Adolfo Martín
Sobre el francés recaía el peso de la feria. Y sabedores del caso, los del 7 cargaron sobre él, seguidos por la plaza entera. Resultado, que el triunfador del año pasado fue el villano del presente, la figura impuesta por la empresa a la que no se le perdona nada. Hasta que salió el quinto de Adolfo Martín –remarcable el gesto del galo de anunciarse con una divisa de las duras–, y se vio que embestía como un saltillo mexicano (aquí preferimos hablar de la sangre Llaguno, sin más intención que sacar adelante el apellido señero de ese alquimista de la bravura con clase que fue el viejo don Antonio). Y con la izquierda, lo toreó a cámara lenta, con temple inmaculado y belleza clásica. Así salvó Castella su complicada feria, aunque fuese con sordina: ni el público ni la prensa le hicieron gran aprecio a esa faena, tal vez porque el toro les pareciera demasiado suave.
Discrepancias
Un mes de toros representa, inevitablemente, una invitación al hartazgo. Siempre se nota a la hora de barajar lo visto y tratar de evaluarlo, que es la misión de los jurados de los distintas instituciones que se abocan a distinguir la mies del rastrojo y premiar en consecuencia.
Veamos ahora: para Taurodelta –el jurado de la empresa de Las Ventas– la mejor faena y el triunfador máximo no fue otro que José María Manzanares (avalaría este criterio la mayoría de los cronistas), pero el Círculo Amigos de la Dinastía Bienvenida, lo mismo que Onda Cero, optaron por David Mora, que también cortó dos orejas y estuvo realmente colosal.
En lo que todos coinciden es en señalar como el toro de la feria a "Malagueño" de Alcurrucén, el del triunfo de David. Nuevas discrepancias entre Taurodelta y Onda Cero acerca del mejor encierro, que para la primera sería el de Victoriano del Río y para la segunda el de Baltasar Ibán –que tuvo casta y echó un gran "Camerín", al que Alberto Aguilar le cortó la oreja–.
Tampoco hay acuerdos en quién ejecutó la mejor estocada (premiados Manzanares y Juan del Álamo, respectivamente, y por los bienvenidistas Andrés Roca Rey); éste fue, para Taurodelta el torero revelación. La diversidad de pareceres se extiende a las nominaciones de subalternos de a pie y de a caballo –la verdad es que hubo muchos con méritos sobrados–, pero desaparece cuando se trata de elegir al mejor rejoneador –Leonardo Hernández, que abrió dos veces la puerta grande– y al mejor novillero –no otro que el mexicano de Aguascalientes Luis David Adame, que se presentó triunfando en grande a pesar de tener una grave cornada en la pantorrilla.
Una mención que todos se guardaron pero no nosotros sería la de la rejoneadora francesa Lea Vincens, que confirmó su alternativa el sábado 4 y sorprendió por calidad, valor y carisma, al grado de recibir por aclamación general la oreja de su segundo, luego que haber suscitado fuerte petición por su labor con el primero de la tarde. Antes, el 9 de mayo, el colombiano Juan de Castilla había hecho la hombrada de quedarse con cinco utreros en el primer festejo novilleril y cortar, en reconocimiento, la oreja del sexto, lo que le valió la sustitución del hermano de Joselito Adame para la tercera, donde no se entendió con un magnífico novillo de La Ventana del Puerto.
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