Tauromaquia: Destinos cruzados
Lunes, 23 May 2016
México, D.F.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
De las revistas de toros que frecuenté en mi niñez de hijo y nieto de taurófilos cabales –El Universal Taurino, El Eco Taurino, El Clarín, Madrid Taurino, Los Ases…– recuerdo con claridad aquellas copiosas efemérides que culpaban a mayo de ser el mes más trágico del calendario. El de las cornadas mortales de más toreros famosos, desde Pepe-Hillo en 1801, a Manuel Granero y Curro Puya, pasando por Gallito, un 16 de mayo, que todavía se conmemora con reverencia en los cosos españoles.
Con el tiempo, comprobé que el signo funesto de agosto iba haciéndose equiparable al del mes florido, con Ignacio Sánchez Mejías y Manuel Rodríguez "Manolete" como su doble símbolo indeleble, y decesos posteriores –El Yiyo, Pepe Cáceres–, ya ubicados plenamente en mi propio tiempo de aficionado. Como el de Francisco Rivera "Paquirri" un septiembre, otro mes abundante en ferias, corridas y cornadas. Sin olvidar que en nuestro país, por razón natural, han sido los meses de otoño-invierno los más pródigos en percances de muerte, y otros de diversa importancia y gravedad. El tema es caviloso y triste, pero… ¡qué sería de la Fiesta sin su persistente halo trágico!
Paradójico azar
Luego de muchos mayos venturosamente blancos, el del año presente amaneció con una impaciencia funesta. No se había completado aún su primer día cuando cayó Rodolfo Rodríguez, nuestro Pana, volteado por un castaño acapachado de Guanamé en una placita del norte del país, y diagnosticado a los pocos días con tetraplejía irreversible. El percance ocurrió en Ciudad Lerdo, Durango, y de ahí fue trasladado primero a Torreón y más tarde a Guadalajara, donde permanece hospitalizado. Él, que tanto hizo en los últimos años por dejarse la vida en las astas de un toro, condenado de pronto a la inmovilidad total, consciente y al mismo tiempo imposibilitado de valerse por sí mismo para las más nimias funciones corporales.
¡Pregúntenle al Pana!
Así tituló Hernán González G. su más reciente Aprender a morir, la reflexiva, aleccionadora y a menudo conmovedora columna quincenal que publica en el periódico La Jornada. Entresaco las siguientes líneas, que ilustran, creo, el sentir de la mayoría de los aficionados a toros, enfrentados de pronto al drama de Rodolfo Rodríguez:
"Hoy que cinismo, hipocresía y un falso vitalismo permean como nunca en la sociedad… la ancestral lucha por una vida digna olvida que ésta incluye, inexcusablemente, una muerte digna… Me entero con tristeza que un mexicano de oficio torero, en el otoño (64 años) de su accidentada carrera… resultó arrollado por un toro… lesionándose gravemente la médula espinal y quedando cuadrapléjico o sin movilidad ni sensibilidad en tronco, brazos y piernas. Sin poder hablar, pues se le hizo una traqueostomía y tiene una sonda nasogástrica para alimentarlo, seguirá paralizado, pero consciente. A la espera de encarnizamientos terapéuticos que no redundarán en su recuperación física.
Ya tuvo un paro respiratorio y el miércoles pasado un paro cardíaco, pero consiguieron estabilizarlo en una Unidad de Cuidados Intensivos. Tiene los ojos abiertos y puede mover párpados y cejas. ¿Por qué no le preguntan si su deseo es continuar o terminar? Cualquier respuesta es su irrenunciable derecho a decidir. ¿O no?" (La Jornada, 16 de mayo de 2016).
Tocante al mismo caso del infortunado Brujo de Apizaco, Jorge Arturo Díaz Reyes, médico cirujano que por internet emite cada día desde Cali, su ciudad colombiana de residencia, una página de información taurina completísima, ejemplar en todo sentido, incluyó en su Viñeta 154 del pasado martes 17 la siguiente reflexión:
"Qué injusto. Has debido acabar allí. No había derecho a impedírtelo. Pero quién lo iba a saber. El pronóstico desgraciado sólo vino a confirmarse días después… la obligación de los médicos era salvarte la vida… Lo hicieron, y lo volvieron a hacer cuando tu valiente corazón se detuvo solo. Dándote la oportunidad de un terminar sereno. Pero te resucitaron… ¿Para qué? La muerte digna es un derecho, y la dignidad, concepto subjetivo, debería ser decidida por cada uno. La tuya, nos lo dijiste, hubiese sido de luces y en la arena.
… Qué injusto. Lo digo como médico y como aficionado que ha visto morir, bien y mal, a muchas personas y a muchos toros… Tú, Pana, naciste torero de raza, para jugarte la vida, para morir en la plaza".
Una fatalidad evitable
Imagino, por lo que en seguida se referirá, que Ciudad Lerdo será Londres comparada con Malco, población del interior de Perú, en fiestas por estos días. El martes 17 se celebraba allí una novillada sin caballos, con ganado de Colorado y Navarrete Hermanos para el español Emilio Serna, el colombiano Gustavo Zúñiga y los peruanos El Yeta y Renato Motta del Solar, de 20 años y alumno de la Escuela Taurina de Acho. A Renato su novillo lo desarmó y él corrió a refugiarse en un burladero cercano. Pero hizo un mal cálculo –o quizás tuvo un mal sueño--, e imaginándose a salvo se giró con impaciencia justo antes de ganar la protección del olivo, informa, desolado, su amigo y alternante Emilio Serna. El astado –no se aclara si joven o viejo, pero en todo caso habitando un sueño más realista– fue por él y le hundió el pitón hasta la cepa, apoyándose en la solidez de la barrera. De inmediato brotó del muslo herido un florón rojo por donde escapaba a chorros el torrente de la femoral y la safena, irremediablemente rotas en el trágico lance. Al pasmo general siguió una nerviosa movilización, y dado que en la placita de Malco no hay enfermería, en camioneta se decidió trasladar al herido a la cercana población de Chala, bajo el supuesto de que existirían allí los elementos técnicos indispensables.
Decisión fatal
Porque al arribar al principal centro hospitalario de Chala, se comprobó que allí no había siquiera sangre suficiente para una transfusión. Y con la misma precipitación se decidió emprender el camino inverso y tomar desde allí la ruta del oeste, hacia Nazca, por una carretera estrecha y sinuosa, sin elementos sanitarios ni humanos capaces de estabilizar mientras tanto al torero herido. Renato Motta falleció en el trayecto, a pesar –seguimos escuchando a Emilio Serna– de que cuando arribaron a Chala permanecía tranquilo y consciente. Como todo un torero.
Triste paradoja
Un torero viejo, El Pana, anhelante de muerte gloriosa, yace en una cama de hospital, sin esperanzas de recuperación pero con un arsenal tecnológico y médico presto a prolongarle indefinidamente la agonía. Y un torero joven, con todo por hacer en la vida y en los ruedos, sacrificado por la ausencia de unos mínimos recursos quirúrgicos, y por la irresponsabilidad criminal de quienes organizan festejos taurinos pensando solamente en su lucro, a cambio de soslayar el riesgo inevitable que afrontarán los protagonistas del espectáculo.
Será la fatalidad. O tal vez el modo que ha tenido mayo –este mayo de 2016– de recordarnos por qué está considerado el mes más trágico de la tauromaquia.
Luis David, herido y encumbrado
Decíamos que Luis David Adame, el hermano chico de Joselito, era el único mexicano bien tratado en la cartelería isidril del presente año. El lunes 16, el novillo de su debut –"Grabador", de El Montecillo– era en realidad un toro de 480 kilos. Lo esperó a portagayola sin un titubeo, lanceó con asentamiento y clase, lo llevó al caballo hermosa y lucidamente –se llaman tapatías, señores cronistas–, y en el quite recreó la chicuelina de mano baja. Y todo con arrojo de novillero ansioso pero con soltura de gente mayor. Brindis fraterno a Joselito, el ausente más notorio de la cartelería de este San Isidro, conjuntamente con Morante. Inicio de faena en los medios, con un cambiado de perfecta estatuaria. Y a plantearle al correoso y descompuesto astado –lo dejó entero en varas– la faena que habría merecido un ejemplar pastueño y entregado. La cornada –el gemelo izquierdo atravesado– llegó en la segunda tanda derechista, no por error del torero sino porque "Grabador" sacudía sin pausa la bien arbolada testa.
Pero Luis David, apenas incorporado, volvió a la cara como si nada. Como si aquel novillo con genio obedeciera sin protestar, como si su pierna no sangrara profusamente. Y volvió para hacer el mejor toreo de la tarde, relajado, mandón, con temple de privilegiado. Hubo un pinchazo arriba antes de la estocada definitiva. Aun así, la oreja se pidió con fuerza y en la plaza de Las Ventas quedó, sobre la impresión de la grave cornada, el murmullo de las grandes ocasiones.
Unánime, la prensa y demás medios han resaltado, incluso por encima del sereno valor del hidrocálido, sus inmensas posibilidades artísticas. Sin desmedro de la gesta del colombiano Juan de Castilla, que por cogida y lesión de Filiberto, primer espada, tuvo que despachar cuatro astados y rindió el examen con nota de valiente. Y con la oreja del sexto en la espuerta.
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