Con un estoque entero dentro del cuerpo, “Nazarito” se resistía a doblar. La espada, un poco caída hacia el lado contrario por efecto de lo mucho que el matador se estrechó al ejecutar el volapié, era la causa probable de la demora en caer de un toro literalmente muerto en pie. Como estaba a punto de cumplir seis años, el negro bragado de Zalduendo, en dos meses más habría tenido que ser oficialmente descartado para la lidia, de acuerdo con el reglamento español vigente.
Y sin embargo ahí estaba, con la agonía abrillantándole los ojos, la cabeza descolgada, en milagroso equilibrio. Pero la escena se prolongaba, había sonado ya un aviso y, tras el calor de la faena --muy por encima el torero del complicado bicho--, la gente volvía al frío de una tarde particularmente desapacible. Joselito Adame permanecía erguido y desafiante, a pocos centímetros de los pitones, y sin apartar la vista del burel extendió la mano hacia el banderillero que le acercaba ya la espada de cruceta.
Y en eso, en un mínimo parpadeo, ocurrió todo: el arreón postrero del moribundo, tan agresivo como inesperado, el matador prendido por los machos y sacudido en el aire con una violencia que no se sabe bien de qué resto de vitalidad extrajo “Nazarito”, la doble paliza –en el aire y en la arena—sufrida por el diestro, el revuelo de capotes al quite… Joselito Adame, con la taleguilla destrozada a lo largo de la pernera izquierda, retomó su idea inicial como si nada, fijó al animal en la muleta y acertó al tercer golpe de verduguillo. El público, todavía sobresaltado, respiró, al ver al torero dirigirse a la enfermería por el callejón, cojeando levemente pero sin ningún gesto de más.
El comentarista de la televisión advirtió incluso que le hubiera convenido abreviar el recorrido cruzando el ruedo, lo que además habría obligado a la gente a despedirlo con la merecida ovación. A falta de esa aclamación general, José, en su tránsito doloroso por el pasillo, fue recogiendo fuertes aplausos de reconocimiento, casi personales, de parte de los espectadores de barrera. Se sabría después que suplicó al cuerpo médico de la plaza de Valencia que le hicieran una cura provisional porque quería salir a contender con su segundo toro. Pero nada más explorar la herida, el doctor Cristóbal Zaragoza y su equipo resolvieron anestesiarlo y operar. Llevaba un cate de tres trayectorias en la cara anterior distal del muslo izquierdo. Además, podía tener la rótula afectada. Imposible que un hombre en tales condiciones pudiera lidiar con otra mole astada.
Al final, mientras Juan del Álamo, triunfador de la gélida tarde, era paseado en hombros por el costalero de costumbre, una ambulancia salía del coso y se abría paso por las estrechas calles aledañas, llevando al hospital, todavía sedado e inconsciente, al gran torero de Aguascalientes. Que si el domingo 6, acompañado de Garrido y Roca Rey, había abierto la puerta grande en Olivenza, hoy, martes 15 de marzo, en plena feria de Fallas, conocía la cara más amarga del oficio de torear. La durísima cornada le impidió regresar a México para cumplir compromisos inmediatos. Y pone en duda su participación en la feria de Sevilla, donde está anunciado para una única corrida, la del 6 de abril.
Riesgo permanente
Este tipo de percances, asestados en una última y agónica arrancada por toros virtualmente muertos, son infrecuentes pero no escasos en la historia de la fiesta. No hace mucho, Curro Javier, tercero de la cuadrilla de Manzanares hijo, fue alcanzado por el derrote de un toro que intentaba apuntillar y que con esa cabezada postrera le infirió una grave herida en el rostro. Y no olvido el relato de mi padre sobre el gañafón con que un torazo de La Punta, al que se aprestaba a descabellar, le destrozó la taleguilla a Armilla –el mismísimo Fermín Espinosa--, la tarde de la alternativa de Silverio (Toreo de Puebla, 06-11-38); menos mal que el Maestro se desquitó con su segundo, “Malagueño”, cortándole el rabo. Sin olvidar que la cornada más grave sufrida por Vicente Pastor, el recio torero de Madrid, se la infligió otro toro muerto en pie cuando intentaba quitarle una banderilla (Santander, 25-07-1911). Y que a un Morenito de Caracas, allá por 1950, la gente que lo llevaba en hombros al final de la corrida tropezó con el cadáver del último toro, arrastrado por las mulillas, con tan mala suerte que el diestro fue a caer sobre los pitones y resultó con una cornada de cierta consideración.
También, en ese último estertor, los toros han cobrado vidas. Como la de José Cubero “Yiyo”, al que el toro “Burlero” de Marcos Núñez, con todo el estoque clavado en lo alto, volteó, buscó en la arena y puso en pie de una cornada en el corazón causándole una muerte instantánea (Colmenar Viejo, 30-08-85). Pero el caso más patético es posible haya sido el de Fermín Muñoz “Corchaíto”, modesto matador murciano, muerto por “Distinguido”, de Félix Gómez, en la plaza de Cartagena (09-08-1914): el animal, con una estocada atravesada, ya había doblado dos veces, mismas que el diestro ordenó a sus peones lo levantaran, pues quería enmendarse por el defectuoso espadazo; lo consiguieron al fin y a toro parado, muy cerrado en tablas, entró nuevamente a matar. “Distinguido” no lo dejó pasar, lo volteó y corneó contra la barrera, y Corchaíto llegó prácticamente muerto a la enfermería.
Valiente decisión
Antes de ser herido en Valencia, Joselito Adame ya había tomado la decisión de no ir a Madrid. Como en años anteriores, Taurovent le ofreció dos fechas con alternantes y ganado de segunda clase. Otras veces aceptó, entendiendo que, para poder aspirar a lo más alto, conviene hacer méritos en campaña. Siempre superó con éxito la prueba. Pero no más. Al triunfador absoluto de la temporada mexicana, al representante más conspicuo de un país donde los españoles –y no sólo figuras—son colmados de atenciones y se llenan de dólares los bolsillos, no se le puede tratar con ese desdén colonialista. Y mal haría en seguirlo permitiendo el afectado. Joselito Adame ha dicho basta en un rasgo que honra su dignidad como torero y como mexicano, y con el que tendría que solidarizarse el taurinismo local –vana ilusión: no existe conglomerado más insolidario y mezquino que el que pulula en torno a este mundillo--. Será la empresa madrileña, no el diestro hidrocálido, la única responsable de que el público de Las Ventas se prive de admirar, una vez más, la entrega y la capacidad de nuestro gran torero.
Si actuarán en San Isidro los “aztecas” Octavio García "El Payo" (mayo 10, con Eugenio de Mora y Juan Bautista, y un encierro de Robert Margé, divisa debutante) y Diego Silveti (sábado 14, con dos gladiadores como Fernando Robleño y Miguel Ángel Delgado y toracos de Flor de Jara); en cambio, mucho mejor tratado irá, a dos festejos, el novillero hidrocálido Luis David Adame, hermano menor de Joselito, para mayor ironía; torea los lunes 16 (utreros de El Montecillo, con Filiberto y Juan de Castilla) y 23 de mayo (al lado de los punteros Alejandro Marcos y el peruano Joaquín Galdós, un encierro mixto de Puerto de San Lorenzo y Ventana del Puerto).
Cantar victoria, error
Impresionante como fue –más de 40 mil personas reunidas en torno al coso de la calle de Xátiva—la manifestación pro taurina del domingo 13 en Valencia debiera ser analizada en sus alcances antes que cacareada como grandísimo logro. Histórica, sí, pero no sabemos qué tan efectiva. De entrada, el texto que leyó Enrique Ponce no aporta nada nuevo a la defensa de la Fiesta –como sí lo hizo la carta que Sebastián Castella envió a las redacciones de los principales diarios el año pasado--.
Luego, el mérito exclusivo de la convocatoria no recae en el colectivo taurino, modelo de parálisis y aislacionismo vacuo, sino en la afición levantina, representada por la Unión Taurina de la Comunidad Valenciana que preside Vicente Nogueroles. Pesa, además, la sesgada cobertura de medios, la mayoría de los cuales equiparó el multitudinario plantón con los simultáneos que unas cuantas docenas de antitaurinos montaron en la misma Valencia y otras poblaciones de la península. Por lo demás, al alcalde de ciudad, antitaurino confeso, la marcha lo hizo recular en busca de una solución intermedia: no se le ocurrió nada mejor que sugerir la adopción de corridas incruentas, como si estuviera en Houston o Las Vegas.
Quienes menos tendrían que envalentonarse son los que han dado en anticipar una inminente réplica de tal manifestación aquí en México. Si nuestros toreros y quienes viven a sus costillas –apoderados, criadores, empresarios, publicronistas—son tradicionalmente inaccesibles al autorrespeto, la inteligencia y la organización conjunta, mal puede esperarse que tomen una iniciativa similar peñas y asociaciones de aficionados, fantasmagorías que, por número y capacidad de convocatoria, a estas alturas prácticamente no cuentan. Y que, más allá de unos cuantos marbetes, tal vez ni existan.