Desde el barrio: Urdiales sabe torear
Martes, 17 Nov 2015
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Hace ya muchos años, después de hacerle una entrevista para la recordada revista Toros ‘92, el gran periodista José Carlos Arévalo le mostraba a José María Manzanares su extrañeza de que el alicantino tomara el avión hacia México apenas 48 horas antes de hacer el paseíllo en la apertura de la Temporada Grande en el embudo de Insurgentes.
"¿Cómo no te vas con tiempo suficiente para hacer campo y adaptarte al ritmo del toro mexicano, José Mari?", preguntó algo asombrado el escritor madrileño. "¿Adaptarme, a qué? Como no sea a la altura", contestó socarronamente el maestro, que remachó su respuesta con esta sabrosa media verónica: "José Carlos, que yo sé torear…"
Y es que ya lleva mucho tiempo extendido entre los aficionados, los periodistas y los propios profesionales de ambos lados del Atlántico ese tópico que asegura que la embestida del "saltillo" de México necesita, por ritmo, intensidad y duración, de un tiempo de acoplamiento por parte de los toreros españoles que llegan a tierras aztecas después de una larga temporada europea con toros de muy distinto comportamiento.
Pero la frase final del llorado maestro Manzanares en esa antigua conversación, más que una baladronada de torero orgulloso, encerraba una aplastante lógica taurina que, pasados los años, sigue sirviendo para desmontar de un soplido el inestable castillo de naipes de este tópico tan arraigado.
Con ese "yo sé torear", el maestro venía a resumir de manera tan escueta como rotunda la eterna convicción de que la mejor técnica del toreo, la bien entendida y mejor asimilada, sirve como solución universal para todo tipo de interrogantes que pueda plantear el toro de cualquier encaste y país.
Y es precisamente esa frase la que ahora nos sirve muy oportunamente para explicar la soberbia actuación de Diego Urdiales el pasado domingo en la México, cuando tantos compañeros de la prensa se extrañaban, como Arévalo hace casi tres décadas, de que el riojano se acoplara de manera tan brillante a su lote habiendo llegado el miércoles al aeropuerto del D.F. y sin haber toreado antes ninguna corrida de toros en el país.
La extrañeza es lógica, porque hace ya diecisiete años, desde que Tauromex le hizo torear en Morelia y en Monterrey como novillero, que Diego no pisaba México ni se había puesto delante de ningún animal nacido en los potreros de la República.
Pero lo que no sabían los comentaristas, porque nunca lo habían visto en directo, es que el torero de Arnedo atesora una técnica de auténtico privilegiado, un virtuosismo lidiador amasado despacio y cocido a fuego lento en tantos años de reflexión y atenta observación desde el más opaco ostracismo.
Porque Diego Urdiales, como tardía pero oportunamente le han dejado mostrar en España, también "sabe torear". Y tiene en sus muñecas y en su cabeza todo un vademécum de respuestas técnicas a muchos tipos de embestidas, entre ellas, como una más de las tantas que pueden darse cada tarde de corrida en cualquier parte del mundo, la de ese toro mexicano al que cuajó con la muleta con asombrosa facilidad.
Con la ubicación exacta en los cites, con la suavidad y la precisión de los toques, con el temple líquido de una tela dúctil en cada trazo, con esa clave absoluta que fue su manera de graduar las arrancadas con el brazo relajado y de soltarlas a una altura más elevada sin forzar las trayectorias, fue como Urdiales sacó lo mejor de las no muy largas, y al principio atrancadas y casi negadas, embestidas del toro de Bernaldo. Y también así como equilibró sus viajes y alivió hacia la cadencia la doliente actitud de un animal resentido de los cuartos traseros.
La cuestión es que ese "saber torear" del veterano torero riojano asombró el domingo en la México porque es algo poco habitual de ver en estos tiempos de conceptos rígidos, embroques tensos y pensamiento único, poco dado a entender la maravillosa diversidad de comportamientos del toro bravo.
Pero lo mejor y más característico de esa técnica fundamental y eterna que sabe adaptarse a todo tipo de encastes es que los grandes toreros que la desarrollan nunca se la dejan ver al público, como el mago esconde los secretos de sus números, sino que la envuelven en la fascinación del arte o de la emoción.
Es así como esa desarrollada técnica de Urdiales, igual que la de otros virtuosos actuales, tales que José Tomás o Morante de la Puebla, no salta a la vista del espectador, por avezado que sea, ya que quienes la desarrollan nunca la "venden" ni la colocan en la primera línea del escenario. Toda esa armazón de toques, alturas, ritmos y medidas, que sólo aprecia el toro, siempre queda oculta por la expresión del artista.
Y así fue como con una maravillosa simplicidad, con la naturalidad más clásica, con los dos talones siempre asentados en la arena, con la cintura como guía flexible y acompasada de cada pase, y con el pecho volcado hacia el vértice de pitones y muleta, Diego no sólo volvió a sacar de los cimientos de La México aquellos olés apasionados de tiempos lejanos sino que marcó un hito en la Temporada Grande, más allá de las orejas y los titulares ditirámbicos.
Que a nadie le extrañe, por tanto, que sea ya "torero de toreros" y que se haya convertido en un espejo para muchos jóvenes que quieren descubrir el eterno secreto, para bien del espectáculo. Y es que este Urdiales, como Manzanares le dijo entonces a Arévalo, también "sabe torear".
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