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Tauromaquia: Cortar oreja en La México

Lunes, 09 Nov 2015    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de los lunes en La Jornada de Oriente

El pasado domingo, interrogado por el entrevistador y hablando en directo por un micrófono, El Conde, un tanto pesaroso, manifestó su desconcierto porque cierta petición de oreja –repetida a la muerte de sus dos toros en la segunda corrida de la Temporada Grande– había sido reiteradamente desoída por el juez. "No me habría venido mal –declaró– salir esta tarde a oreja por toro… claro que no es gran cosa, pero de algo habría servido, aparte la satisfacción de haber estado bien, haciendo lo que pedían los toros". 

El quid del asunto está en ese "claro que no es gran cosa", resignadamente pronunciado por el diestro tapatío. Hay que concederle la razón. Porque, efectivamente, hoy a nadie se le ocurriría que pueda representar gran cosa desorejar dos toros en la Plaza México. Lo que en otros tiempos y circunstancias era casi un sueño, el anhelo de todo torero que partía plaza en la capital del país, reducido a pequeña mercancía, a baratija sin mayor significado; "aparte la satisfacción" del deber cumplido, claro.

La huida hacia adelante

La devaluación de los premios en la Monumental viene, por lo menos, de hace un par de décadas, cuando al gerente de la plaza le dio por "autorregular" también el desempeño de sus jueces de plaza. Suyos de él, o para decirlo más suavemente, empleados de la empresa, sin más. Por eso, una de sus primeras decisiones –acatada sin rechistar por el delegado de la Benito Juárez en turno– fue ordenar el cese del maestro Jesús Córdoba, el último juez preocupado por defender desde el palco el prestigio de La México como categórica reserva de la autenticidad. De ahí arranca el cúmulo  de irregularidades que de manera casi natural se fueron sucediendo –el utrero que "por equivocación" le soltaron a Enrique Ponce un 5 de febrero, el cese del juez Ochoa por abusar del patriotismo de pañuelo, la habitual aprobación de encierros dignos de plaza de trancas, entre otras perlas y hasta integrar larguísimo etcétera.

Pero centrándonos en el asunto de las orejas, está la evidencia de que otorgarlas sin ton ni son falsea la realidad y redunda en detrimento de la fiesta, pues no sólo vulgariza "triunfos" antaño muy caros –una oreja en la capital de México, vaya gesta, sino, como consecuencia, ha decepcionado y alejado tanto al aficionado de pro como al público en general. Todo ello expresado con entera sinceridad por Alfredo Ríos, un torero perfectamente consciente de lo que hace y de lo que dice: que hoy día, los premios que se otorgan en la ex primera plaza de América "no son gran cosa". Señal de que ni dan cuenta de hazañas toreras reales y puntuales ni han servido para crear afición. Al contrario.

Ejemplos al vuelo

Cualquier aficionado medianamente enterado sabe que dos faenas inmortales, registradas para siempre en los anales de El Toreo de la Condesa, las cuajó Fermín Espinosa con "Tapabocas" de Coquilla (20-03-38) y "Clarinero" de Pastejé  (31-01-43). Dos toros a los que Armilla les cortó… una oreja. Quizá porque a "Tapabocas" –luego del delirio provocado por imponente faenón, y de tres cuartos de espada en buen sitio– tuvo que descabellarlo, acertando a la tercera. Y algo parecido le ocurrió con "Clarinero": lo había bordado inolvidablemente al natural y estoqueado arriba, pero tuvo que emplear dos veces el verduguillo. Eso sí, en ambos casos se vio obligado a recorrer varias veces el anillo entre aclamaciones interminables. 

Algo muy similar viviría Paco Camino la noche aquella de "Catrín", otro pastejeño de nombre imperecedero, esta vez en El Toreo de Cuatro Caminos (27-03-63). Nadie discute que ha sido una de las faenas más arrebatadoras presenciadas por el público capitalino –aunque dicho coso se enclavase fuera del Distrito Federal en la conurbación de Naucalpan de Juárez, ni que Camino sublimó con tan noble bicho el pase natural. Pero como pinchó dos veces –en lo alto, que conste, y debido quizá a que había pañuelos blancos antes incluso de que se perfilara para matar, el juez creyó oportuno concederle una oreja. Mas la plaza entera lo desaprobó y Paco tuvo que tirarla, antes de dar varias vueltas al ruedo entre la entrega y el fervor del mismo público que acababa de rechazar el indebido apéndice. Indebido de acuerdo con el rigor de los parámetros entonces vigentes. 

Sin ir más lejos, hace apenas una semana recordaba aquí la triple salida en hombros --espontánea, clamorosa-- de Humberto Moro, Joselito Huerta y el ganadero José Julián Llaguno (18-02-61), mientras los tendidos de la México compartían esa plenitud extática de las tardes de veras grandes; y resulta que la cosecha de ambos diestros no había ido más allá de un apéndice por coleta, aunque, eso sí, el neoleonés trazó, con su izquierda de oro, dos faenas exquisitas, y otras tantas, de temple y dominio magistrales, El León de Tetela, dentro del corte recio y bravío que lo caracterizaba.

Podría seguir recordando auténticas efemérides en que el número de apéndices fue lo de menos: El Calesero, a lo largo de sus 27 años de matador y artista sin par, apenas cobró dos orejas en la Monumental y una en la Condesa; las tal vez dos mejores faenas de Manolo Martínez en la México –a "Jarocho" de San Mateo (16-01-72) y a "Gotita de miel" de Xajay (25-02-79), sin contratiempos con la espada ninguna de ellas—no añadieron ningún rabo a la vasta estadística del regiomontano; y Mariano Ramos, tras su asombrosa exhibición de denodada maestría con el célebre "Timbalero" (21-03-82), solamente pasearía un apéndice. Sin contar con la respetable suma de faenas sentidísimas e inolvidables de David Silveti, que nadie hubiera pretendido tasar con trofeos (remember "Presumido”, "Ojo Alegre" –se le fue vivo y aun así lo llamaron a dar una vuelta al ruedo, "Mar de Nubes" o "Solitario", último que mató en la capital, vuelta al ruedo tras dos avisos). Son apenas unos cuantos ejemplos arrancados al vuelo a la memoria –a botepronto, que dijo el futbolero, pero sirven para ilustrar la degeneración operada en la entraña misma del público capitalino… o lo que de él va quedando.   

En conclusión, que la política de las orejas fáciles es contraproducente y lastima el buen nombre de las plazas, de los toreros y de los cónclaves que equivocadamente las prodigan.

Moruchada

Abundando en la México y su presente, resulta inexplicable que el juez en funciones –Ruiz Torres– haya aprobado el absolutamente impresentable encierro de Lebrija corrido en la segunda de la temporada. Es difícil imaginar un encierro de presentación más desastrada y desigual  que el del domingo, aunque no lo fuera tanto presagiar el juego que semejante mescolanza podría dar: efectivamente, además de anémicos y patas de trapo, ninguno tuvo una sola embestida de bravo y sería muy complicado elegir al más buey.  

De modo que mucho hizo El Conde con mantener la línea ante su lote, estar torero en los tres tercios y estoquearlos con verdad y eficacia; además, entendiendo quizá la liviandad de sendas peticiones de oreja no mayoritarias, prefirió saludar con discreción los aplausos a emprender vueltas al ruedo de escaso contenido. Por su parte, El Zapata sobresalió en banderillas, particularmente con el quinto, pese a que fue en el otro que se soltó dando una vuelta rapidita tras su innovador segundo par, que él sugiere llamar par "de la carrillera", en honor a su creador, un muy joven novillero tlaxcalteca de apellido Carrillo.

En cuanto a El Fandi, salió vestido de peón –un terno naranja y negro sencillamente horrendo– y como tal se le vio durante la afanosa lidia de sus dos burros con cuernos. ¿Significa esto que Lebrija quede desterrada en lo sucesivo de los carteles capitalinos? La experiencia nos dice que volverá, más pronto que tarde, de la mano de la misma empresa que mantiene vetadas tantas divisas de ejecutoria mucho más digna.


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