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Tauromaquia: Con sello de figura

Lunes, 02 Nov 2015    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
Se puede triunfar fuerte y no ser figura del toreo. Se puede torear bien, incluso muy bien, pero si se carece de una expresión personal que arrebate a los públicos y distinga al hombre de luces del resto de sus colegas, todos los reconocimientos que se allegue no bastarán para entronizarlo como un as verdadero. Esa expresión, ese sello, esa suma de rasgos diferenciales, decisivos e incopiables de las figuras auténticas marcó, de cabo a rabo, la tarde de Joselito Adame en la inauguración de la presente temporada mayor.

¿Qué le correspondió el mejor lote del flojo encierro mixto de Julián Hamdan y Xajay? Razón de más: los grandes –reconocibles por su actitud, por su aura, por el sitio que tienen con el torosiempre parecen favorecidos por esos diosecillos caprichosos que se cuelan inadvertidamente entre los sombreros de sortear. Que el juez de la México –Jorge Ramos haya ordenado arrastre lento para los restos tanto de "Gravado (sic) en el alma" como del cierraplaza "Javito", solamente subraya la bancarrota taurina del sujeto del palco, no una casta brava ausente en los citados bichos, al último de los cuales, el de las dos orejas y aquella zapopina monumental, fue y vino como imantado con clarividencia asombrosa y un poderío de seda por la muleta del inspiradísimo maestro hidrocálido, siempre a la distancia y con el pulseo precisos, pues de otra manera, el acochinado cardenito de Xajay habría sido carne de destazadero en un santiamén.

Antes, con el tercero, provocó Adame el primer alboroto sostenido y triunfal de su gran tarde, inicialmente con verónicas de imperiosa cadencia, y más tarde al mantener en pie a un animal suavote y obligarlo a ligar las embestidas con los sutiles trazos de su muleta mágica. Faena ésta prodigiosa de temple, en la que Joselito se gustó y recreó como nunca por ambos pitones, y que iba rumbo a los máximos apéndices cuando un pinchazo y la morosa agonía del astado limitaron el premio a una oreja.

Como oreja había cortado Manzanares por un trasteo afanoso y una estocada fulminante al incómodo segundo, un manso probón de Hamdan que salía siempre con la cara por encima del estaquillador. Porque Zotoluco, ante par de inválidos, no tuvo ninguna opción. 
Manifestantes. Luego del paseíllo, un grupo de porristas, con pancartas y numerosos niños, dio una vuelta al ruedo solicitando que dejen a la fiesta en paz sus abundantes y gratuitos impugnadores. Conmovedora iniciativa, que sería más de agradecer si los taurinos se decidieran de una vez por todas a romper con su endogamia –protestar dentro de la plaza y en el marco de la corrida, ¿qué sentido tiene?, ¿quién, que no sea aficionado, se va a enterar?– para salir a la calle y airear con energía y sobra de buenas razones su oposición a taurófobos y politicastros abolicionistas. Por ahí va, precisamente, la exhortación de Sebastián Castella en su carta abierta del pasado agosto.   

Moro en el recuerdo

A Humberto Moro Treviño (Linares, Nuevo León, 18-10-1929-Aguascalientes, 21-10-2015) se le anunciaba en los carteles como "El de la izquierda de oro". Hablo de los carteles de los años cincuentas y sesentas del siglo pasado, que la presencia del rubio neoleonés engalanaba con el vuelo pausado y terso de su sarga y el son profundo de sus pases naturales. No siempre, que conste. En terminología de Alameda era un diestro claramente "natural", a quien el toreo "cambiado" se le dificultaba bastante. Y en aquel entonces no eran infrecuentes toros con cierta jiribilla, esa que obliga al lidiador a mantenerse alerta y alternar ambos pitones, preferentemente en pases de castigo. Con animales así, Moro sufría; uno de ellos, de la Viuda de Franco y sobre el enfangado ruedo de Xico, casi lo mata (24-07-60): cornada en el escroto que un cirujano de apellido González Ulloa prácticamente le reimplantó, salvándoles la vida a él y a sus futuros descendientes, uno de los cuales, Humberto Moro Mier, sería también matador de toros.

A mitad del siglo pasado, un aspirante a torero podía vestirse de luces por vez primera un 8 de enero, y estar recibiendo su alternativa apenas un año y una veintena de novilladas después (04-02-51, Plaza México: Manolo dos Santos cede a Humberto Moro muleta y estoque en presencia de Jesús Córdoba, y en el tercio contrario "Muchachito" de San Mateo en el tercio contrario, que hirió al nuevo doctor). Entreverada quedó su fulgurante revelación como muletero de alcurnia, iniciada en Aguascalientes, continuada en Monterrey y confirmada en la temporada chica capitalina, donde el triunfo definitivo llegó con el novillo "Cabrillo" de Pastejé  (03-09-50).

Pero la pronta alternativa más que impulsar su carrera la metió en un bache de pocos contratos y problemáticos triunfos, impasse que ni siquiera el consabido viaje a España resolvió: en 1952 actuó en Sevilla, sin pena ni gloria, y aunque cortó orejas en la Vista Alegre carabanchelera, Las Ventas y el refrendo doctoral  nunca llegaron, por lo que, de vuelta en México, su travesía por el desierto continuó, anónima casi su presencia mientras contemporáneos suyos como Capetillo, su concuño Rafael Rodríguez, Silveti, El Ranchero, José Huerta o Alfredo Leal les disputaban los puestos de vanguardia a Fermín Rivera, El Calesero, Velázquez o Procuna. 

Pero al de la izquierda de oro también le llegaría su hora, y fue gracias, justamente, a su imperial manejo de la zurda en tandas de lentificado recorrido y perfecta redondez, cuya impronta particular era, precisamente, la naturalidad, esa aparente ausencia de esfuerzo que levantaba de asombro y júbilo a los públicos sensibles. Y como en eso el de la Plaza México llevaba mano, fue en Insurgentes donde el linarense, a partir de la temporada 1956-57, plantó con mayor firmeza su bandera. Cuando su gravísimo percance de Xico, acababa de cortarle las orejas al cárdeno “Fandanguillo”, de Torrecilla, por un faenón cumbre por naturales con Calesero y Capetillo por testigos, un lujo de cartel (24-04-60). Como de lujo fue el de su reaparición tras la cornada, directamente en la Monumental –19-02-61: Manolo dos Santos, que fue herido nada más abrirse de capa, y en forzado mano a mano, Humberto Moro y Joselito Huerta, paseados en hombros al final junto con un joven José Julián Llaguno, que había enviado bravísima corrida: los matadores sólo cortaron una oreja cada cual, pero ambos acababan de cuajar un par de sensacionales faenas por coleta, las de Moro a “Petenero” –el que cogió a Dos Santos--, premiada con oreja, y al 5º, “Rondeño”, toro de bandera, al que le hubiera cortado todo si no llega a pinchar: le hicieron dar tres vueltas al anillo.

Todavía, en esa misma campaña, desorejaría a un torazo de Tequisquiapan, “Don Verdades”, en aquella corrida de la Prensa marcada por las cuatro orejas y el rabo cortados por un imperial César Girón (26-03-61). Instalado ya en la primera fila, el artista de Linares continuaría a su aire, salpicadas de grandes faenas sus no muchas apariciones. La mejor, para mi gusto, la cinceló con otro de José Julián –su divisa talismán--, toro de gran calidad pero encastado y codicioso, “Orgulloso” de nombre, que le salvó una etapa complicada y al que tuvo que aguantar y someter antes de bordarlo por naturales con un arte, un son y un sabor maravillosos: y aunque lo pinchó le dieron la oreja, última suya en Insurgentes (12-01-64).

Y allí mismo fue su adiós, de nuevo con José Julián Llaguno y José Huerta, en terna con Curro Rivera. Era ya un veterano que toreaba poco, y apenas acertó a defenderse en tarde apoteósica de El León de Tetela, que reaparecía tras la cornada de “Pablito” e inmortalizó al 5º, “Rebocero”, faena que Moro presenció ya sin el añadido, pues acababan de desprendérselo, a los acordes de Las Golondrinas y los vítores de un público emocionado, a la muerte de “Durangueño”, negro y astifino, el último toro de su vida (31-01-71).

Artista de enorme clase este Humberto Moro, que acaba de dejar el mundo de los vivos pero sigue presente en el vívido recuerdo


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