Desde el barrio: Un otoño de despedidas
Martes, 20 Oct 2015
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Ya llegaron las canales, que diría un castizo. Empezaron a gotear las aceras los canalones de las fachadas, saturados de las lluvias del otoño que anuncian que la temporada española ha tocado a su fin, como un ciclo vital. Con la misma melancolía de siempre, con esa luz que se apaga tibiamente a media tarde y nos encoge el espíritu ante el largo invierno sin toros que se nos avecina, bajamos por ese tobogán de euforias y desánimos que se repite cada año con rutinaria frecuencia.
Este turno, además, esa tristeza otoñal ha traído de la mano dos sentidas muertes de amigos, la de Paquito, el querido mozo de espadas, y la de Noel, un "guiri" transformado en madrileño: dos piezas inconfundibles del clásico panorama urbano del Foro que también se ve amenazado por la toma del poder ciudadano a cargo de perroflautas y "progres" de bicicleta.
Francisco González Blanco, no era como sus apellidos puedan indicar, hermano del famoso Raúl, ese famoso futbolista "vikingo”, aunque con inicios "colchoneros", que también por estos días dice adiós al fútbol en el Cosmos de Nueva York.
Paquito era un tío auténtico, heredero de esa vieja raza de taurinos madrileños a punto de la extinción, el último de esos mozos de espadas clásicos que vestían guayabera blanca y tomaban chatos de vino en los bares del centro ahora aniquilados por las puñeteras franquicias multinacionales.
Castizo y cheli, Paquito también le sirvió las espadas a los clásicos toreros de Madrid, y a casi todos los mexicanos que pasaron por Las Ventas en los tiempos difíciles, cuando anunciarse en San Isidro era toda una aventura, y una excepción en sus carreras, para unas figuras aztecas que, injustamente, no tenían entonces el billete de ida y vuelta de que sí gozaban los punteros españoles.
Era, sobre todo, buena gente. Y aficionado cabal. Y parte inequívoca del paisaje de ese barrio de Ventas donde vivía y donde trabajaba, porque, serio y digno profesional, tuvo que quedarse de portero en la plaza de sus amores ante la llegada de tanto arribista y coleguita que amenaza con desvirtuar el difícil pero sangrado oficio que es, no sólo, servirle las espadas a un torero.
Se nos fue Paquito, demasiado joven, de un seco infarto, sin hacer ruido, y se nos ha ido también Noel Chandler, paseante en corte, figura inconfundible también de ese Madrid de los Austrias adonde se vino desde Gales siguiendo su ciega fiebre del oro del toreo.
Cincuenta años estuvo corriendo los encierros de San Fermín, junto con otros famosos "guiris" de la carrera blanquirroja, como Joe Distler o Jim Hollander. Pero, a diferencia de estos, sus escarceos con la tauromaquia no se limitaban al derroche de adrenalina en Estafeta, sino que se emocionó con el buen toreo de la mano de Antonio Ordóñez, y estuvo siguiendo a los grandes artífices de este arte desde entonces hasta José Tomás.
Tenía 76 años cuando nos dejó este exdirectivo de Fujitsu que se hizo “gato” de Madrid con todos los honores y explorador de ferias desde el cuartel de su gran biblioteca taurina, pero sin olvidar esos orígenes con los que se reencontraba todos los inviernos en los cálidos pubs madrileños donde se proyectan los partidos del Seis Naciones.
Apasionado también por el rugby, como tantos aficionados franceses que disfrutan de ese otro tipo de "pases", quizá se llevó la alegría de la última victoria de sus "red dragons" ante Inglaterra y, como siempre socarrón, se fue a tiempo de evitarse el disgusto de su derrota ante los "springboks" sudafricanos en cuartos de final del mundial que se celebra apenas a diez kilómetros de Newport, el lugar donde nació.
Madrid pierde a dos clásicos, como el rejoneo se queda también sin los suyos con la retirada de uno de los mejores. Fermín Bohórquez dijo adiós a la profesión el pasado domingo en Zaragoza, en una tarde sin alegrías ni triunfos que celebrar con los muchos amigos que le rodearon en la fecha señalada. Discretamente, como es él, pese a su gran talla física, así se fue de los ruedos este ganadero metido a rejoneador que sabe hablar y pensar de toros como pocos.
Después de complementar con su clasicismo jerezano la revolución portuguesa de Hermoso de Mendoza, de aguantar al toro en vez de quebrarlo, Fermín se va sin alardes ni espectacularidad para dedicarse en cuerpo y alma a la ganadería. Porque han sido treinta años los que el rubio de "Fuente Rey" ha pasado subido a un caballo sólo para poder disfrutar de cerca su verdadera afición: el toro bravo.
Es así como el toreo a caballo ha perdido a una de sus máximas figuras de los últimos tiempos, pero con su retirada de la lidia activa la crianza del toro ha ganado a uno de los jóvenes que más y mejor la viven y la pueden proyectar hacia el futuro como lo que es, un auténtico arte de gentes apasionadas.
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