La Fiesta Brava vs. la diversidad de ocio
Miércoles, 12 Nov 2008
Tlaxcala, Tlax.
Carlos Pavón
Otros tiempos, otros gustos
Mis coetáneos, los que como yo, vimos toros desde 1942, afirman con dureza que la fiesta brava contemporánea es incomparable con aquella de nuestra niñez.
Que desde 1943 los novilleros llenaban la plaza de El toreo, y que de 1946 a1951 lo hacían en la monumental México. Sostienen también que eso se debe a la decadencia que hoy en día padece nuestro espectáculo favorito.
Bien, si más adelante nos ocuparemos de las enormes lacras que campean por toda la república –que son ciertas y evidentes– hay que señalar que en aquellos hermosos años, no había más entretenimientos dominicales, que el cine, algunos teatros y ocasionalmente circos.
A la plaza de toros acudían desde las personas paupérrimas hasta las altas élites de la sociedad capitalina, los primeros ocupaban las localidades de “azotea” en sol; y en las barreras de sombra, las más importantes personalidades del arte, los más famosos políticos y los más acaudalados empresarios. Un poco más arriba, la clase media alta y la “no tan alta” dando siempre a los toros una importancia semejante a la ópera. Señoras de la clase media vestían pieles (aunque fueran de conejo o de otro animal accesible), en ocasiones, tocadas de sombreros con redecilla; y los señores casi siempre lucían traje, corbata y sombrero.
Los aficionados que de plano no podían ir a la plaza permanecían en su casa oyendo la transmisión por radio.
A partir del 1957 toma un definitivo auge la Televisión, en ella hay programas para todos los gustos: de música folclórica, de música selecta, nacional e internacional, popular y romántica.
Mas tarde los deportes, y corriendo los lustros, los eventos deportivos internacionales, como el fútbol, el béisbol, el tenis, las carreras de motos y de autos, y las olimpiadas; el circo y los noticieros llenos siempre de reportajes filmados. Ahora además, el fútbol americano de la NFL.
No es posible que los cuatro millones de habitantes capitalinos que aportaban el glorioso UNO por ciento de la población a la corrida de toros, sigan sosteniendo esa expectación ante la enorme competencia de espectáculos. Aunado a esto, el crecimiento demográfico de la capital y zonas conurbadas con geométrico incremento hasta los actuales veintitrés millones, ha tenido necesariamente que diversificarse en gustos y preferencias.
No es justo juzgar que se debe a “decadencia” la gradual disminución de aficionados a los toros. Decadencia, eso sí, si continúan las intervenciones de empresarios piratas que sólo desprestigian a la fiesta, los protagónicos e inútilesn papeles que desempeñan tantos y tan importantes pseudo taurinos y la falta de verdadero amor de tantos “magnates” de nuestra fiesta brava.
Una de las lacras que campean –lo he dicho arriba– es la de que haya integrantes de la corrida que permitan que en México se pique con la puya más grande de todo el mundo taurino y se use el peto muralla que ni en España, ni en Francia ni en América del Sur se emplean. ¿Serán cuestiones como esta, las que tanto indignan a los cada vez más numerosos enemigos de la Fiesta Brava?
Sin tanta reglamentación, comisiones taurinas ni asociaciones de asociaciones la fiesta de los cuarentas y cincuentas, vivió la Época de Oro del Toreo en nuestro país.
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