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Desde el barrio: Un oasis de Aguas Calientes

Martes, 05 May 2015    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Una ciudad entregada al toreo. Eso ha sido, y aún está siendo, Aguascalientes durante estos días de abril y mayo en los que la afición a los toros se respira, se palpa y se vive por todos sus rincones. Por José Tomás y no sólo por él, sino porque la ciudad hidrocálida se ha convertido desde hace años en un perfecto refugio para la Fiesta en estos tiempos difíciles.

Desde el gobernador regional al alcalde, todos los políticos de Aguascalientes están implicados sin complejos con la tauromaquia, a la que apoyan con su presencia en los tendidos y con hechos y programas de fomento que se integran como un elemento más a sumar al óptimo caldo de cultivo que la ciudad supone para el toreo.

La fulgurante aparición de José Tomás en los carteles de la feria de San Marcos de este año no ha hecho sino darle una mayor dimensión si cabe a esa condición de oasis taurino, en tanto que a la apasionada afición local se han unido miles de personas que han acudido al reclamo desde el resto del país y desde muchas y más lejanas latitudes, hasta hacer de la ciudad el momentáneo epicentro mundial de la tauromaquia.

De no ser por el ya enquistado vicio, tan extendido en todo México, de la desigualdad en la presentación del toro, el abono sanmarqueño podría colocarse casi a la misma altura de las más importantes citas de la temporada mundial. Porque, de hecho y como dato incontestable, en el ruedo de su monumental han hecho este año el paseíllo cuatro de las más importantes figuras ausentes de Sevilla y con mayor frecuencia que en San Isidro.

Los llenos en los tendidos, con capacidad para 16 mil espectadores, y la gran atención informativa que ha generado el abono han tenido también un buen reflejo en la arena, donde Alejandro Talavante, en el marco más adecuado, ha hecho una de las faenas más imaginativas y entregadas de su carrera con esa fusión de tauromaquias de ambos lados del Atlántico, o donde El Juli ha seguido defendiendo su condición de primera figura por encima del escaso juego de sus toros.

Entre dianas y recias "Peleas de gallos" como banda sonora, por la parte mexicana Joselito Adame apeló al orgullo local encerrándose con seis, Armillita IV apuntó sus virtudes para el relevo dinástico y El Payo puso sobre el tapete los sólidos argumentos de valor, moral y capacidad con los que, se admiten apuestas, dará con toda seguridad un fuerte toque de atención en el arranque de San Isidro.

Y si Zotoluco hizo, una vez más, el esfuerzo de intentar estar a la altura de su carrera y de las circunstancias, fue Diego Silveti quien acabó firmando la faena de la feria, al cuajar de cabo a rabo a un bravo toro de Fernando de la Mora que, una vez ya indultado, aún le pegó una cornada en la pantorrilla derecha, en un caso insólito en la historia del toreo.

Pero la tarde estelar, la cita señaladísima fue, antes, durante y después de la corrida, la vuelta de José Tomás al mismo escenario que cinco años antes regó a borbotones de femoral. Esa vuelta a la vida, como el mismo la calificó enjugándose el sudor del último toro, nos devolvió al torero sutil y sublime, al del valor sereno y el pulso inmutable, al de la sencilla pureza y las verdades clásicas.

Ajeno a los ditirambos vacíos que en nada le definen y a las modas mediáticas que no pasan más allá del morbo y el esnobismo, José Tomás volvió a señalar el camino en el lugar en que casi perdió el rumbo hacia la eternidad. Y salió en volandas ahora por otra puerta más grande y menos siniestra, entre el calor y el ardor vital de quienes le consideran hermano de sangre.

Allí vive ahora el de Galapagar, en ese Aguascalientes que también ha tomado como refugio temporal, al abrigo de las bajas pasiones y alejado del fuego de los intereses cruzados que le consideran una amenaza contra tanta mentira institucionalizada.

Sintiendo Aguascalientes de primera mano se entiende ese exilio dorado de José Tomás. Basta con dejarse llevar por la marea taurina de sus gentes, que abarrotan también los actos paralelos, donde se presentan, y se compran, libros de toros, o donde Morante deja que los niños se acerquen a él, porque, les dijo, quisiera algún día llegar a torear con la pureza y la inocencia de un sueño infantil.

Y, más allá de todo esto, de lo visto y disfrutado en la calle o en la plaza, Aguascalientes nos deja este año como memoria vibrante un potente latido de esperanza: el del corazón al unísono de cientos de niños viendo torear a niños entre la solera de la vieja plaza San Marcos, durante una becerrada organizada por la Academia Taurina local.

Sin complejos, sin traumas, sin políticos censores -y con la envidia de quienes padecemos tanto cinismo en la que debería ser cuna española- sobre la arena parda de aquel histórico recinto los niños soñaron a ser toreros con los becerros. Y un pequeño de ocho años, de mente superior y carácter de hombre, adivinó sobre un barrizal, cambiando golpes por muletazos surgidos desde el alma, un futuro promisorio para el toreo durante las inmediatas generaciones. Le anuncian El Maletilla y él también dejó su huella, breve pero profunda, en el oasis de las aguas calientes.


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