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Tauromaquia: Las lecciones de José Tomás

Lunes, 04 May 2015    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Corresponsal   
La columna de hoy en La Jornada de Oriente

Macías, la espectacularidad; Rivera, el toreo
 
El lleno que enmarcó la segunda corrida de feria es señal evidente de que, a pesar de los esfuerzos gubernamentales por privarlo de su fiesta, existe en Puebla un público ávido de toros y dispuesto a responder a la menor convocatoria. Dos de rejones procedentes de San Pablo y cuatro de Xajay para Macías y Rivera, todos decentemente presentados, constituyeron la materia prima este 1 de mayo en El Relicario, en que Mónica Serrano –entre sustos, avisos y protestas– redondeó una noche de infortunio, al contrario de los Forcados de Puebla, cuyos cabos Jorge Alarcón y Lauro Contreras realizaron aclamadas pegas.

A pie, el contraste. Porque si Arturo Macías calentó a los feriantes con alardes más cercanos a la espectacularidad que al arte de torear, y por ese camino se llevó las orejas del mejor toro de Xajay, el noble y repetidor cárdeno que hizo quinto, Fermín Rivera, poco favorecido en el sorteo, se empeñó en someter a un incierto y probón cierraplaza, y a fuerza de pisarle el terreno y aguantar arreones consiguió fijarlo en su tersa muleta y correrle la mano con primor. Faena para el aficionado, no para la galería. Y, tras media estocada tendida, la oreja mejor ganada de la noche.  

Manifestantis

Una escena ya común en el paisaje exterior de las plazas de toros en día de corrida –en Puebla también– es el de algún reducido grupo de antitaurinos manifestándose antes del festejo, con sus coros y pancartas consabidos –"Toros sí, toreros no", "La tortura no es arte ni es cultura", etc., y en actitud generalmente provocadora, que contrasta con el talante tranquilo del aficionado que acude al coso. En España, durante las Fallas de Valencia de este año, la cosa pasó a mayores: una aficionada de edad avanzada sufrió el golpe de un proyectil que la descalabró, procedente del grupo protestante en turno. Increíblemente no se armó una gresca, gracias, sobre todo, a la actitud sensata de los taurófilos, que como ocurre siempre hacían mayoría. Y aunque la policía estaba presente, la agresión quedó impune. Parece que a los manifestantes no conviene tocarlos ni contrariarlos en nada. Sería muy políticamente incorrecto.

Pero el golpe tuvo ya sus efectos
 
Las cortes españolas han dispuesto, según laudo emitido la semana anterior, la prohibición a que los municipios autoricen manifestaciones antitaurinas en las inmediaciones de las plazas de toros en día de corrida. Aunque tardío, este pronunciamiento, copia del francés, rebosa sensatez. Y no sería inoportuno que se adoptara aquí una medida de prevención semejante. 

Vivir en el error... y además alimentarlo
 
Es curiosa la mentalidad del antitaurino, animalista o abolicionista –que todo eso son los furibundos enemigos de la fiesta: se trata de un sujeto que se cree y se siente emisario activo de la postmodernidad y el progreso, pero sus actos denuncian un estado de ignorancia y fanatismo agudos, dos taras claramente atávicas y retrógradas. Por añadidura, es usual que se presuman profetas del ambientalismo más radical, sin pensar que el fin de la tauromaquia supondría también la desaparición de una especie bovina única, en un planeta  aquejado de una pérdida de biodiversidad sin paralelo en la historia. Deberían saber que, a nivel científico, dicha pérdida constituye uno de los parámetros esenciales de la degradación ecológica y su larga cadena de consecuencias, previsibles algunas e otras insondables.  

Eso por no hablar de la presunta superioridad moral que sobre nosotros aficionados a toros detenta implícita y explícitamente la creciente militancia antitaurina: su mentalidad integrista y la frecuente violencia de sus acciones dicen más sobre el particular que cualquier alegato en contra.  

José Tomás

Acerca de las ética y los valores que nos humanizan –y sin los cuales no hay comunidad ni sociedad posibles, el mensaje de José Tomás habla por sí solo. Dice en voz muy alta –la voz del arte, no la del alboroto abolicinista que la tauromaquia es portadora de una estética evidente –la última declaración al respecto acaba de emitirla una artista tan radicalmente vanguardista y original como Marina Abramovic (El País Semanal, 19 de abril de 2015). Pero asimismo, que para cumplirse a cabalidad, habrá de apegarse a una estricta escala ética, que se obliga a sí misma a danzar sobre la línea finísima que separa la vida de la muerte. Danza paradójicamente serena y quieta, apasionada y fría al mismo tiempo.

Esa belleza exigente y tersa, simultáneamente flexible e inflexible, sugerente y rotunda, reapareció el sábado, en Aguascalientes, con el torero de Galapagar, que no había vuelto a esa plaza desde la cornada cuasimortal de "Navegante" (24-04-10). Volvió para brindarles a aficionados de todas partes, que agotaron las localidades de la Monumental, una tarde inolvidable de toreo eterno, con las buen presentados morlacos de Los Encinos y Fernando de la Mora que le tocaron en suerte, al segundo de los cuales, "Pollo Querido", de De la Mora, cuajó de principio a fin y le cortó las orejas, dejando en poco, en simple toma de contacto, su interesante faena a “Guantero”, un pavo de Los Encinos que desplazaba, no sin apuros, 566 kilogramos. A éste le cortó una, y al sexto lo pinchó, tras brindarle la muerte del de Los Encinos a su subalterno Juan Cubero, que se despedía, y aprovechar la viveza del astado en el tercio final. A su lado, El Zotoluco fue un digno alternante, con sus virtudes conocidas y sus limitaciones insalvables. Tuvo el mejor lote, anduvo a gusto y muy templado con tres nobles colaboradores y habría paseado más de un apéndice de contar con mayor acierto al matar. 

Pero es más bien la dimensión ética de José Tomás lo que suscita mi comentario de hoy, por cuanto humaniza su tauromaquia y, por extensión, el toreo todo. No hablo simplemente de moral –conductas y prácticas socialmente aceptadas como buenas--, sino de convicciones profundamente arraigadas en el hombre. Aquello que lo compromete, sí, con los demás, pero, fundamentalmente, consigo mismo. Y que, en el ruedo, se traduce en esa decisión de José Tomás por otorgar todas las ventajas a cuanto toro le toque en suerte para, a partir de ahí de lo que el astado sea por su índole natural, y eso otro en lo que el torero sea capaz de transformarlo, ofrecerse, darse por completo. Es esa mística inclaudicable  lo que pone en evidencia los valores reales de la fiesta de toros. Lo que enaltece el sacrificio de seis reses por tarde, y, cuando a la casta brava se le aúna la inteligencia del hombre y la fuerza expresiva del arte, lo que nos seguirá convocando a las plazas.

Especialmente si quien torea es José Tomás Román Martín. Correspondería pedirle, sin embargo, que se dejara anunciar con mayor frecuencia, pues el sábado se dio la paradoja de que, a salvo la integridad ética y la impronta estética del reaparecido, Eulalio se viera, en general, más puesto con el toro y el manejo de los engaños que el mismo José. Sin menoscabo de que la enorme personalidad de éste lo llene todo.


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