Tauromaquia: Entre tópicos y el tabúes
Lunes, 27 Abr 2015
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna en La Jornada de Oriente
Un asunto que ha estado siempre ahí pero casi nunca se toca es esa característica del aficionado –agudizada en el caso de los taurinos—de recurrir al lugar común como si de axiomas irrefutables se tratara. El resultado es que, por un lado, hay un montón de tópicos que se asumen como dogmas de fe, que, dependiendo del personaje, se pronuncian en tono solemnísimo o se mascullan con un tufillo de mofa por si alguien no se hubiera enterado de algo tan evidente. Y asimismo, existe otro lote de cuestiones que mejor es no tocar ni con el roce de un suspiro. No vaya a ser que nos coja no se sabe qué ilusorio pero temible miura.
La sabiduría maestrante
Uno de los lugares comunes al que conviene aferrarse para no parecer iletrado, guiri o villamelón, es la obligada pleitesía al público sevillano, capaz de aunar exigencia, respeto y elegancia en su manera de sentir la fiesta y estar en la plaza. Eso sí, llega una feria de abril como la que concluyó ayer y los que tal cosa pregonan ya no encuentran cómo soslayar los numerosos desmentidos al inamovible mito. Que va desde la impecable presentación del “toro de Sevilla” hasta el infalible paladar bético para catar lo bueno, su rigor sin mala uva hacia los diestros y el especial valor de los pelúos premios que allí se otorgan.
Feria a la baja
En materia de toros hubo de todo. Desde los de estampa impecable a los anovillados. Y todos pasaron sin problemas, según el hierro o la terna de que se tratase. En cuanto al tema de las orejas, más de lo mismo: ligeritas y generosas para los hijos de la tierra de María Santísima, y hasta de regalo y con moño para esa debilidad mayor de los sevillanos que es Manzanares hijo, erigido en animador excelso del menguado ciclo de este año y salvador de una empresa que el grueso de la afición siente muy suya, en una muestra de pleitesía a los Canorea-Pagés y maestrantes que los sostienen realmente extraña en un pueblo tan liberal.
En efecto, la feria giró en torno a José María –cuatro paseíllos a su cuenta--, pero el alicantino no estuvo a la altura del privilegio. Dos orejas en ocho toros, dos de ellos de lo mejor que salió por chiqueros, no son para volver loco a nadie. Para peor, se las cortó, de una en una, a sendos pupilos de una terciada y mansurrona corrida de Victoriano del Río. Y más por simpatía que por méritos, tras pegarse aparatosos arrimones para culminar sendas faenas excesivamente largas y desiguales.
Antes y después tuvo dos presentaciones más bien grises –el domingo de Resurrección y con la mansurrona corrida de El Pilar del día 21--. Y como culminación, sí que pudo desorejar a los dos de su lote de Núñez del Cuvillo –gran corrida ésta, con al menos tres astados de escándalo--, pero aun ligándolos a placer, no extrajo todo el jugo que “Encumbrado” y “Florido” escondían en esa sangre noble, incansablemente brava; ni midió la duración de sus muy paseados trasteos ni estuvo feliz con los aceros. Que después de eso le hayan obligado a dar la vuelta al ruedo más ovacionada de la feria entra en los misterios del gusto sevillano, irrefutable para muchos, demostración para otros de que a menudo lo guía el capricho más que los méritos en el ruedo.
Orejas de pandereta las hubo también para jóvenes necesitados de comprensión y apoyo –Nazaré, Pepe Moral, buenos toreros ambos, premiados tras faenas sin mayor relieve, o, peor aún, Manuel Escribano, que anduvo a los tirones con un buen victorino--… o para Juan José Padilla, que se prodigó sin medida con los de Jandilla, hizo de todo en los tres tercios, pero alzó el galardón del 4º más en recuerdo a la paliza que de salida le dio el 1º que debido a reales merecimientos, pues faena propiamente dicha nunca llegó a cuajar. Y aquí habría que mencionar el influjo de la música –que aparece y desaparece al arbitrio del director de la banda—en el ánimo siempre festivo de los sevillanos. Con Padilla y Manzanares empezaban a sonar al quinto muletazo. A Joselito Adame, por ejemplificar un contraste, cuando ya estaba por cambiar la espada.
El mismo criterio tuerto y manirroto privó con los rejoneadores: Paco Aguado reporta una complacencia escandalosa detrás de la décima Puerta del Príncipe del luso-andaluz Diego Ventura y el par de orejas paseadas por un Andrés Romero constantemente atropellado (día 19), a cambio de lo mucho que midió la grada la magistral actuación de Rui Fernandes. Tal vez porque Portugal queda lejos de la giralda.
Lo mejor
La lidia y faena de Antonio Ferrera al 4º toro de Victorino Martín –“Mecanizado”, obediente y repetidor pero con mucho que torear—sin duda habría justificado el único doble trofeo bien ganado del reparto abrileño. Estuvo el extremeño en maestro para encandilar al encastado cárdeno, y en artista caro cuando, ya sometido y fijo en su muleta, pudo correrle la mano con primor en una faena a más, fundamentalmente derechista. Pero la espada le jugó una mala pasada y la gente prefirió homenajear a la res con aclamada vuelta al ruedo, exagerada por cuanto “Mecanizado”, suelto en varas, había hecho más de un amago de rajarse durante el largo muleteo de un Ferrera magistral en los tres tercios y más artista que nunca muleta en mano.
Ahora que, como detalles de arte, nos quedamos con un par de sedeñas tandas en redondo de Finito de Córdoba; y en cuanto a toreo por naturales, salvo ciertos asomos de Castella –que malogró con el pincho su fina faena a un noble castaño de Juan Pedro--, nadie haría sombra a la templada labor izquierdista con que Joselito Adame abrió la lista de premios, sólo nueve orejas, sin contar las tres que se cortaron el domingo de Resurrección --dos para Espartaco en su despedida y una para Borja Fernández en su alternativa-- y el desparramo de los festejos de rejones.
Y eso que ganado propicio no faltó, desde la alegre entrega de los cuvillos, que para infortunio de su criador fueron arrastrados con las orejas en su sitio –el lote de Manzanares y el segundo de un Rivera Ordóñez a la vuelta de todo, de lo mejor de la feria--, hasta la casta y el interesantísimo juego de los victorinos, dos estupendos aunque desigualmente aprovechados. Y hubo un juanpedro –hierro Veragua, sexto del miércoles 22—cuya codicia y fiereza desbordó pero no amilanó al sevillano José Garrido, que acababa de tomar la alternativa de manos de un Enrique Ponce que, con mansos y sin toreografía posible, aburrió al complaciente cónclave sevillano.
Aguas y Puebla
La feria de San Marcos transcurría tristona y con demasiado cemento a la vista, en espera tanto de la encerrona de Joselito Adame como de la insólita reaparición de José Tomás. Por fin, el sábado 25, se llenó la plaza de un público ávido de festejar la hombrada de su paisano, que volvía de Europa para contender con seis astados elegidos entre lo más selecto del campo bravo nacional.
Total, un desfile de mansos sin empuje ni chiste, muestra exquisita del post toro de lidia mexicano, esa entelequia cuya abundancia y decadencia conviene silenciar –decíamos que la fiesta también se nutre de insondables tabúes--, en un ejercicio de simulación que, por supuesto, reclama el paralelo recurso al triunfalismo: Joselito salió en hombros luego de arrancar un par de
orejas a sendos bichos de Begoña y El Junco; no anduvo fino con la espada, pero su tarde soñada careció de verdadera emoción y hondura por culpa de la blandeguería del ganado.
En Puebla, la prueba de fuego pasaba por la taquilla. La aprobó con creces una afición ávida, que llenó El Relicario con ganas de divertirse. De satisfacerla, aunque a medias, se encargaron Hermoso de Mendoza –leves protestas a la segunda oreja--, y Juan Pablo Sánchez, tan templado e inexpresivo como siempre, razón por la cual discutieron también la auricular del quinto. Fueron apéndices facilones, propios de una plaza en el abandono que, desde que dos gobiernos consecutivos la dejaron empolvar, ha perdido memoria y categoría.
Y otro tema silenciado
Pablo Hermoso, según suele en cosos mexicanos, se guardó su arte para el tercer turno, en contra de la tradición ecuestre de abrir plaza que figura en cualquier reglamento del mundo. Si alguna vez, ya remota, se le afeó esta mañosa imposición, el navarro replicó con razones tan retorcidas como convenientemente respaldadas por la publicrónica afín. El sábado envió por delante a Mario Aguilar, que tendría una noche para el olvido.
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