Desde el barrio: El sur sin norte
Martes, 21 Abr 2015
Sevilla, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
El ya largo contencioso entre las figuras y la empresa Pagés, con todas las tristes consecuencias derivadas en estos dos años de desencuentros, ha hecho de la de Sevilla una plaza irreconocible, desnortada, voluble, sin criterio…
Conserva la Maestranza, eso sí, su estética luminosa de siempre, sureña, dorada, barroca. Pero los cuidados detalles de ese templo donde el rito y las formas, esa cuidada y hasta obsesiva puesta en escena, son casi siempre más importantes que el fondo del espectáculo al que rodean, no llegan a ser suficientes para compensar tanto vacío.
La de 2015, pasado ya su ecuador y pese a los equilibrios en el alambre de las plumas complacientes, está siendo una feria densa y plomiza. Con tendidos a medio llenar o vaciar, por aquí no queda gente de fuera ni de dentro: ni los nómadas apasionados que otros años invadían la ciudad y copaban sus bares para lamento de "sevillitas" relamidos, ni tampoco los buenos aficionados locales, que han ido desertando o exiliándose de los tendidos, ahuyentados por tanta perversión de la esencia en intereses mezquinos.
El mediocre reclamo abrileño de este año ha provocado la consecuente respuesta mediocre de público, y está generando, a menos que cambien mucho las cosas hasta la corrida de Miura, unos también mediocres y desesperanzadores resultados.
Mientras los pocos que acuden a las prohibitivas entradas de la del dorado albero se aferran al clavo ardiendo de faenas a medio camino de la nada, la Sevilla taurina se desangra en un goteo de cordero degollado, dejando ver groseramente las vacías entrañas de un sistema ciego a las evidencias contra su mismo futuro.
Ante los lotes de oferta de los almacenes Domecq, tanto la exigua primera fila a que han recurrido Pagés y sus "ayudantes", como la preocupante retaguardia elegida con el único criterio del más bajo caché y los guiños localistas, convierten cada tarde en la Maestranza en un tedioso, repetido y dilatado ejercicio de toreo defensivo, en una plaga de ratimagos y argucias de mínimo compromiso para sustentar mecánicas faenas de inexpresivo mensaje.
Ni las orejas volubles y sin peso concedidas como consolación de unos y de otros, ni las verbeneras euforias, provocadas contra las figuras ausentes, para exaltar como joyas lo que no deja de ser barata bisutería, logran ocultar esta deriva de decepciones en una plaza que, de continuar por este rumbo, puede perder para siempre sus referencias y dejar de serlo en sí misma.
Mientras la ciudad vibra en fiestas, extramuros de cal y pintura siena y almagre, hasta dentro llegan al menos las buenas noticias de otros lugares sin el eco de los pasodobles de Tejera. Y suena a cante por alegrías que, con mucho e inteligente trabajo, José María Garzón haya logrado llenar en la aparentemente perdida plaza de Cáceres tres cuartos de aforo en una novillada. O que en Madrid, una vez que el cartel tenía sentido y sensibilidad, se haya abierto la Puerta Grande para alentar a un novillero con ganas de serlo, como el peruano Roca Rey.
O incluso que, con más inteligencia y sentido común que los políticos, haya tenido que ser la Policía Nacional la que, de una vez por todas, se hay remangado para poner coto a la escalada de violencia antitaurina, impidiendo que las manifestaciones se celebren cerca y al tiempo que las corridas de toros. Afortunadamente, no todos han perdido el norte.
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