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Especial: La tauromaquia y sociedad del siglo 21

Martes, 03 Mar 2015    México, D.F.    Redacción | Foto: Archivo   
Reproducimos el texto de Heriberto Murrieta

Heriberto Murrieta fue el único mexicano entre los 20 ponentes del primer congreso internacional “La tauromaquia como patrimonio cultural”, celebrado el pasado fin de semana en el Teatro Circo de Albacete.  Participaron Andrés Amorós, Javier López-Galiacho, Palomo Linares, Dámaso González, Pedro Gutiérrez Moya "El Niño de la Capea", Víctor Mendes, Cristina Sánchez, Julián López "El Juli", Pedro Javier Cáceres, Antonio Petit Caro, André Viard y Samuel Flores, entre otros.

A continuación reproducimos el texto íntegro de la conferencia de Murrieta:

En estos primeros quince años del siglo 21, la fiesta de los toros está siendo más atacada que nunca. La idea de la tauromaquia se ha venido transformando en la mente de los integrantes de la sociedad. El espectáculo que antaño fuera considerado la fiesta popular más representativa de varias naciones iberoamericanas, ahora es concebido por muchos como un espectáculo anacrónico, caracterizado por la crueldad y el maltrato animal. Siempre ha existido polémica en torno al ritual taurómaco pero antes la sociedad no debatía tan frenéticamente sobre las corridas. 

En México, muchos niños están creciendo con la idea de que no es justo que el toro muera en la corrida. A menudo proponen, a manera de concesión, que los festejos sigan existiendo, pero sin la muerte del animal. Les están inculcando una conciencia ecologista incompleta o sesgada, pues desconocen que gracias a la tauromaquia sobrevive el toro de lidia y que las ganaderías son grandes ecosistemas donde se preservan otras especies animales.

Desde los tiempos de la Conquista, la lidia de reses bravas se convirtió en uno de los espectáculos más arraigados en la Nueva España. Los festejos taurinos eran eventos  sociales para celebrar acontecimientos de la Monarquía española o la llegada de un virrey. 

El célebre escritor de la vida de la Ciudad de México don Artemio de Valle-Arizpe platica en su libro Por la vieja Calzada de Tlacopan: "Más que las plazas, duraban en México las conversaciones con los largos comentarios de los lances o incidentes habidos, de las galas que se repartieron a los toreadores y de los ricos refrescos que se sirvieron en los palcos o cuartones".

Después de la Independencia, asistir a los toros siguió siendo una acendrada costumbre de los mexicanos hasta que en 1867 el presidente Benito Juárez prohibió los festejos taurinos en la Ciudad de México. 19 años después, Porfirio Díaz levantó la prohibición y como no había dónde torear, en once meses se erigieron nada menos que cinco plazas de toros en el Distrito Federal con una capacidad para 9 mil espectadores cada una, todas muy cercanas entre sí. Entre enero de 1888 y enero de 1889 se dieron 151 festejos, o sea, casi 13 corridas al mes en la capital de la República. La Fiesta pasó de la prohibición a la saturación.

Durante el porfiriato, el toreo gozaba de cabal salud. Había teatros, hipódromos, pulquerías, circos, carpas, los primeros cines, canchas de frontón y espacios para teatro guiñol, pero el mexicano sentía una especial predilección por los toros. Dice el escritor Ricardo Pérez Monfort: "A las plazas acudían diversos representantes del espectro social, desde la aristocracia política hasta los sectores populares, pasando por la creciente clase media urbana que cada domingo se daba cita en la mañana en la Alameda o en Chapultepec, y en la tarde en los toros. La Fiesta Brava tenía una gran aceptación popular".

En los albores del siglo 20, los toros seguían ocupando un lugar preponderante en México. Los capitalinos asistían al teatro, el circo, la zarzuela y la ópera pero ante todo, a las corridas de toros. "A tal punto llegó la pasión por la fiesta taurina –anota Judith de la Torre en el libro Historia de la vida cotidiana en México- que a todas horas y en cualquier lugar, se registraban conversaciones sobre la última función y sobre las magníficas faenas de Rodolfo Gaona, al que señalaban como el mejor torero de la época".. 

A lo largo del siglo pasado, con sus altibajos normales, la Fiesta tuvo diversas etapas de esplendor como por ejemplo la muy representativa Época de Oro con Armillita, Garza, Manolete, Silverio, El Soldado, Solórzano, Arruza, Liceaga, Calesero y Procuna, entre otros. A mediados de la centuria se registró un momento especialmente exitoso que difícilmente se repetirá. El 3 de enero de 1954 fueron a los toros 70 mil personas en la Ciudad de México. 25 mil espectadores asistieron al Toreo de Cuatro Caminos y 45 mil abarrotaron la Plaza México. Y eso que en 1954 la población del Distrito Federal era de 3.5 millones de habitantes, en contraste con los 20 millones del área metropolitana en la actualidad. Actualmente en México hay 122 millones 300 mil habitantes, pero el promedio de asistentes a las 18 corridas de la Temporada Grande en la Plaza México debe rondar los 12 mil. Esto quiere decir que el 1 por ciento de la población total de México va los domingos a los toros en la capital.   

Todavía hace 20 años, el 5 de febrero de 1995, La México se llenó para ver la despedida de Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea”, quien esa tarde alternó mano a mano con Manolo Mejía. Después de esa corrida, la plaza no se ha vuelto a colmar de público ni siquiera con la presencia de toreros con gran imán de taquilla como Enrique Ponce, Julián López “El Juli” y Pablo Hermoso de Mendoza. 

En estos 20 años que han transcurrido desde esa efemérides, aficionados y espectadores se fueron por oleadas debido al crecimiento de una corriente anti taurina, la ausencia del auténtico toro de lidia, la enorme oferta de atracciones para el fin de semana en las ciudades –la mayoría de ellas provenientes del norteño punto cardinal-, la pérdida de la transmisión de la afición de una generación a otra, la falta de figuras con arrastre taquillero, la falta de promoción, la falta de estrategias vanguardistas para captar nuevos aficionados -sobre todo jóvenes, la falta de imaginación empresarial, la falta de una oferta más atractiva para el ciudadano y el paulatino alejamiento de la televisión abierta que no presenta imágenes taurinas en la pantalla, a menos que suceda una cornada. Se ha creado un abismo entre la Fiesta y la juventud y se ha roto la cadena de la transmisión de la afición de abuelos a padres y de padres a hijos. Había un público "cautivo" y dejamos que se marchara. 

Lamentablemente, la afición a los toros no alcanza ahora ni remotamente para llenar la Plaza México, el único escenario taurino en funcionamiento en la gran urbe. 

Desde 1526, cuando Hernán Cortés le refirió al Rey de España en su Quinta Carta de Relación que el día de San Juan "se estaban corriendo ciertos toros" en la Nueva España, hasta este mes de febrero de 2015, la sociedad mexicana no ha dejado de estar ligada a la Fiesta. Pero si el toreo fue una de las diversiones públicas más importantes de la Ciudad de México en distintos momentos de estos 489 años de relación del mexicano con los toros, hoy atraviesa por la peor crisis de su historia.  

Aunque la actividad taurina no se detiene y los llenos en las corridas de la Feria de Aguascalientes de cada año nos hacen sentir que la Fiesta sigue latiendo, puede afirmarse que las corridas de toros ya no están en boga en México. Una minoría sigue yendo a la Plaza México, sobre todo a cuatro o cinco corridas de la Temporada Grande que transcurre entre octubre y febrero, porque fuera de ese lapso, las entradas en la campaña de novilladas son de 2 o 3 mil espectadores en una plaza-estadio a la que le caben 45 mil. 

Al igual que hace 130 años, asisten a los toros personas de distintas clases sociales, principalmente de la media-baja y la media-alta, representantes de 55 millones de mexicanos, seguida de las apariciones esporádicas de integrantes de la que la Secretaría de Economía de México llama la clase alta-alta, que representa el uno por ciento de la población del país. 

Pero a diferencia de hace tres o cuatro décadas, ha sido muy notoria la aparición de un público cuya presencia se agradece, pero que tiene una conducta dentro de la plaza que dista mucho de ser la de los aficionados medianamente conocedores. Son espectadores que, a juzgar por su vestimenta y su comportamiento, parecen confundir rodeo con ruedo. La frase de Porfirio Díaz: "Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos", parece reflejar la tremenda influencia de Norteamérica sobre las costumbres de una población consumista que se rinde ante lo americano y reniega o desconoce sus tradiciones, como la Fiesta de los toros. Estos espectadores a los que me refiero son inconfundibles: pitan sistemáticamente a los picadores, aplauden las estocadas sin importar la colocación del acero y, en un exabrupto abominable, lanza los cojines al ruedo antes de que doble el último toro de la tarde. Sin educación y sin civismo, es imposible esperar gusto y cultura taurinos.  

En nuestra sociedad norte americanizada, los anti taurinos esgrimen que en el espectáculo taurino existen tortura y crueldad, y que los aficionados somos sádicos puesto que gozamos viendo como se desangra el toro. La Fiesta no es cruel, como suponen los desinformados, puesto que el torero no se deleita haciendo sufrir al toro ni se complace ante unos padecimientos que no son tales, si nos apegamos a la tesis veterinaria que asegura que el animal genera beta endorfinas que inhiben el dolor.

Algunas frases que repiten sin cesar son las siguientes:  

"La tauromaquia es una masacre". No, el toreo no es la matanza a mansalva de un ser indefenso, sino la lidia de un animal provisto de cornamenta e instinto de ataque que por lo general muere peleando y que tiene, a diferencia del triste destino de millones de reses en el cruel rastro, la posibilidad de regresar vivo al campo. ¿Por qué los políticos oportunistas no persiguen con la misma fruición a la caza o la pesca, donde los animales capturados no tienen, como el toro, la oportunidad de salvar la vida? "La Fiesta Brava está basada en el sádico sufrimiento que se inflige a un ser vivo". Falso. La Fiesta está basada en la creación artística. Además, el sadismo no cabe en el torero ni en los aficionados, pues no se complacen ni se deleitan con el sufrimiento del animal.

El toro es sometido a prácticas agresivas antes de la corrida". Este es uno de los mitos populares más extendidos. Si eso fuera cierto, el toro no podría ver, ni moverse ni embestir durante la corrida.

El toreo no tiene nada que ver con la tradición mexicana". Si bien es cierto que la tauromaquia es española, ¿cómo no va a ser una tradición mexicana si las fiestas de toros llevan practicándose casi 490 años en nuestro país? La celebración del día de los Reyes Magos es española y la piñata es china pero, ¿alguien se atrevería a negar que  ambas son tradiciones muy mexicanas? El toreo esta en lo profundo del crisol de las culturas.

La derrama económica es una falacia". La derrama económica es una realidad. Durante la Temporada Grande capitalina, se generan mil 200 empleos directos que benefician a las familias de ganaderos, toreros, empresarios, apoderados,  monosabios, trabajadores de la plaza, boleteros, taxidermistas, restauranteros, hoteleros, periodistas, tablajeros y vendedores de objetos diversos, entre otros.

"Los anti taurinos impulsamos valores de sustentabilidad". En primer lugar, la palabra sustentabilidad no existe, pero si hablamos de lo que se puede sustentar, los ganaderos de bravo son grandes defensores de la naturaleza, de los ecosistemas dentro de sus dehesas y de todas las especies animales que habitan en ellas.

Por último, la siguiente perla del activista argentino Leonardo Anselmi: "Existe una conexión absolutamente directa entre la violencia contra los animales y la violencia contra los seres humanos". Seguramente existe tal conexión entre quien maltrata a una mascota y también a un congénere, pero como el torero no sale al ruedo a "violentar" al toro sino a crear una alianza artística con él, no encuentro correlación. Toreros y aficionados no son unos desalmados. Todas estas aseveraciones están muy arraigadas en la sociedad del Siglo 21. El problema es que la gente no se detiene a pensar y acepta lo que dicen los demás sin  reflexionar. Compra mitos a precio barato: "Yo respaldo al de al lado, aunque quién sabe si tenga razón". 

Para revertir esa situación se necesita dar a conocer el toreo, lo que representa un esfuerzo titánico, para el cual es indispensable contar con los medios masivos de comunicación y aprovechar las redes sociales, tan útiles para unas cosas y tan nefastas para otras. Sólo así se podrá revertir una tendencia cada vez más marcada en contra de los toros. Hace unos días, la Asociación Nacional de Criadores de toros de lidia de  México dio a conocer que invertirá 12 millones de pesos, unos 700 mil euros en dos años, para empezar una especie de batalla en las redes sociales en busca de desmitificar las versiones equivocadas sobre el toreo y aclarar conceptos erróneos con datos sólidos y argumentos que intentarán convencer a los a menudo virulentos anti taurinos y atraer a los escépticos e indiferentes que todavía le dan a los toros el beneficio de la duda. La intención es enviar un mensaje moderno y positivo, y comunicar la aportación cultural y el beneficio económico de la Fiesta.

Por otra parte, he insistido en México que es fundamental convencer a los dueños de los dos grandes emporios de la televisión abierta de que el toreo es una manifestación artística de fuerte raigambre cultural y que dar un seguimiento mediático a los toreros durante todo el año los puede volver a convertir en héroes populares, dignos del máximo respeto y admiración. No es obligación de la televisión comercial convertir a los toreros en personajes a nivel nacional e internacional, pero caería muy bien que les diera la misma difusión que a boxeadores y luchadores, actuales celebridades que dirimen sus combates ante foros repletos de espectadores.  

En conclusión, la sociedad del Siglo 21 vive a prisa en el mundo globalizado, se hipnotiza ante las mil funciones de un teléfono inteligente pero no logra captar la belleza de una media verónica deletreada. Una sociedad sensiblera que se da golpes de pecho y que puede llegar a sentirse más empática con el toro que con su congénere. Un sector particularmente agresivo al que le escandaliza la muerte del animal en la plaza pero no se pronuncia sobre el aborto y, en el colmo de la ignominia, es capaz de celebrar estrepitosamente una cornada, ignorando que la corrida es una síntesis de la vida del hombre: sol y sombra, vida y muerte, triunfo y fracaso, superación, valor, miedo, desafío. Así es la vida. 

Todo es tan pasajero, tan fútil y perecedero, todo se usa y se tira. Esa cultura de lo desechable juega en contra de un arte como el toreo, que requiere de atención absoluta, disfrute y gusto estético.

Este primer congreso internacional se llama "La tauromaquia como patrimonio cultural". 

Eso es el toreo, cultura. 

Ante la frivolidad de la sociedad, vuelta a las raíces.

Frente a los desbarros de los anti taurinos, argumentos.

Desterremos nuestra parálisis, salgamos de nuestra burbuja y seamos reactivos.

Descrucemos los brazos, convirtámonos en mensajeros de todo lo positivo que tiene la Fiesta, denunciemos todo intento de politización del espectáculo, agotemos todos los recursos posibles para convertir a la tauromaquia en patrimonio cultural inmaterial en todos los países donde se practica, organicémonos con la misma vehemencia con que lo hacen los anti taurinos y no dejemos pasar ninguna oportunidad de defender el toreo en las conversaciones. Sólo así, la tauromaquia podrá levantarse de las cornadas que recibe cada vez con mayor frecuencia. 

¡Prohibido prohibir! 


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