Desde el barrio: El día de la marmota
Martes, 27 Ene 2015
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Igual que le pasaba a Bill Murray en "Atrapado en el tiempo", como se tituló en España la película norteamericana "El día de la marmota", el aficionado a los toros de este lado del Atlántico tiene la sensación desde hace ya más de un lustro de que cada final del invierno se diseña y comienza la misma temporada del año anterior.
Salen los carteles a la calle, los sabuesos descubren en sus pesquisas de mojonero premio Pullitzer si Fulanito torea dos tardes en San Isidro o si Menganito no quiere torear con el Zutano en Sevilla, y la impresión sigue siendo la misma de cada año de la crisis, porque los nombres se repiten en las combinaciones con la misma rutina y con mínimas variaciones.
Se suceden las temporadas y el noventa por ciento de los carteles siguen ocupados por los mismos apellidos y apodos rotulados mil veces, machaconamente. O incluso, caso este año de Rivera Ordóñez –cuánto cuesta llamarle Paquirri– y Jesulín de Ubrique, los de aquellos que un día se fueron sin mucho ruido y ahora vuelven para amodorrar aún más el espíritu de ese aficionado/marmota al que poco le motiva ya para salir de su madriguera.
Ahí están como prueba los carteles de la próxima Magdalena de Castellón, que podrían ser exactamente los mismos, si se exceptúa la novillada, que los de hace tres o cuatro años, y que pasado el tiempo no dejan de producir una acumulada pereza. Esa misma pereza que tienen las empresas a la hora de ponerse a trabajar y a pensar con la frescura y las ganas que exige la situación.
Mientras tanto, la burocracia dilata la aparición de unas combinaciones falleras en las que cabría esperar que, desde su nuevo estatus de tranquilidad y "FIT-ness", Simón Casas hiciera algún alarde de imaginación, que no es de prever, en cambio, en los carteles abrileños de Sevilla. Con que se resuelva positivamente la intriga de los componentes del disuelto G-5 en las oficinas de la calle Adriano, ya se dice que tendríamos que conformarnos.
Y así, al ritmo lento que gotean más noticias de Perogrullo para San Isidro –todas las figuras a dos tardes, como fue siempre–, el despertador del aficionado suena cada mañana con la misma cantinela, con idéntica letra y música en la banda sonora de esta rutina taurina que se hace ya insostenible.
Pero no culpemos sólo a los empresarios de esta repetitiva y cerrada combinación de elementos, sino también a unas figuras que, de tanto usarlos o abusarlos, han gastado sus privilegios ganados en el ruedo a base de perder tirón en las taquillas. De ahí las sociedades, las comanditas, el unirse para sentirse arropados, el uno por delante que no moleste, para llevar entre tres la gente que cada uno ya no atrae por separado.
Son esas maniobras orquestales en la oscuridad las que, junto a la acomodada cobardía empresarial para atajarlas, mantienen cerrados los carteles a otros nombres, a distintos triunfadores, a nuevos, o viejos, toreros que han hecho últimamente tantos o mayores méritos para estar en el candelero de las ferias que los que hace tiempo, bajo el paraguas de las grandes casas, sólo se mantienen de las rentas de pasadas glorias.
Pero hay que hacer salir de nuevo a la marmota, comenzar la temporada como un nuevo amanecer, que sólo se parezca al anterior en lo que verdaderamente merezca la pena. Una nueva generación de jóvenes toreros, con reciente alternativa o pensando en tomarla, pide paso ya para traer esa bocanada de aire fresco que la fiesta necesita en España. Cortarles el paso, seguir cerrándoles las puertas del garito en las narices, para no que no molesten en la zona VIP, sería uno de los más graves errores que cometería el sistema de cara al incierto futuro que ya se nos echa encima. ¡Abran la muralla!
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