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Tauromaquia: Pepe Luis y Flavio

Lunes, 20 Oct 2014    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de hoy en La Jornada de Oriente

Luto a las puertas de la temporada grande. Dos viejos toreros, rescoldo del México de los años 40 y 50, han dejado este mundo sin mucho ruido, sigilosos y austeros, tal como fue su paso por sus sendas vitales, tan pronto llanas como abruptas. Lo cual no significa que las de Pepe Luis Vázquez y Flavio Aguilar no hayan sido vidas vividas intensamente, marcados a fuego como estuvieron por ese raro privilegio, vicio o virtud consustancial al mundo del toro y el toreo. Que cuando lo atrapa a uno es para siempre.

Un maestro sin estrella
 
José Luis Vargas Castillo nació en Matehuala, en el desierto potosino, el día de San José de 1920. Antes de la primavera cumpliría, pues, 95 años. Y más de 70 de haberse echado a andar por la empinada cuesta del toreo, que, tras las capeas pueblerinas y los modestos festejos de rigor lo llevó al patio de cuadrillas del viejo Toreo de La Condesa (21.08.41), y a un debut sellado con sangre, pues su primer novillo de Heriberto Rodríguez lo hirió. Ya había modificado su nombre real por el de “Pepe Luis Vázquez”, trueque que se revelaría desafortunado porque a poco aparecía en los carteles el del Sócrates de San Bernardo, una de las cúspides de la escuela sevillana, cuya luminosidad habría de opacar a cualquier homónimo. 

Como confirmación de un díscolo destino, el potosino estuvo presente en dos tardes trágicas en los anales taurinos de la capital: el 30 de mayo de 1943 partió plaza en El Toreo con Arturo Fregoso y Félix Guzmán, al que a poco hería de muerte el novillo “Reventón”, también con el hierro de don Heriberto. Y cuatro años después, en la México (21.09.47), le tocó despachar a “Ovaciones” de Santín, que acababa de partirle la femoral a José Laurentino Rodríguez “Joselillo”, otro efímero ídolo novilleril, caído para siempre como consecuencia de dichas lesiones. En el ínterin, el propio Pepe Luis había sufrido en el Nuevo Circo de Caracas (24.02.46) la cornada más grave de su vida, cuando un utrero de Barrancas le seccionó la femoral derecha y casi lo mata. Las secuelas de ese percance –repentinos adormecimientos de la pierna al tobillo e irremediable pérdida de fuerza muscular en la extremidad—lo acompañarían hasta sus últimos días.

Pero el Pepe Luis Vázquez mexicano también saboreó auténticas apoteosis. Torero de elevada estatura y estilo seco y dominador, que sabía mecer templadamente las embestidas y conducir imperiosamente a los toros por la ruta que desembocaría en una contundente espada,  tiene en su haber el primer rabo en la historia de la Plaza México, cortado a un novillo de Atlanga el 16 de junio de 1946. Y reincidiría al año siguiente, a favor de la nobleza de “As Negro” de La Laguna (02.09.47). Esos triunfos lo condujeron a la alternativa, otra primicia del potosino, pues fue la primera otorgada en el coso de Insurgentes (23.11.47), si bien con un cartel modesto y escasa asistencia, siendo su padrino Manuel Gutiérrez “Espartero” y el testigo Ricardo Balderas. El catecúmeno estuvo torero y a la muerte de “Piel Roja” de Lorenzo Garza, fue llamado a dar la vuelta al ruedo. Fiel a un sino reiteradamente adverso, sólo una tarde más actuaría en Insurgentes, y de poco le valió cortar la oreja de “Charrito”, toro de Peñuelas que obsequió (16.03.52).

A nuestro Pepe Luis le llegó su segundo aire con los maratones mexicanos de El Cordobés, que incluirían la reapertura de El Toreo de Cuatro Caminos, en 1963-64. Allí tuvo su tarde más importante ante los capitalinos al cortarle las orejas a “Cantarito” de Campo Alegre (12.01.64), por una faena redonda y una gran estocada en la suerte de recibir. Tal hazaña no le sirvió para repetir más durante esa temporada, aunque fue incluido en la feria de otoño, acartelado con José Huerta y Manuel Benítez para matar reses de Mimiahuápam (30.11.64): en tarde arrolladora del mechudo, dio Pepe Luis una vuelta al ruedo tras despachar al 4º, “Rubí”, de certera estocada recibiendo. Sería su postrera actuación en cualquier coso de la capital. Y por más que en aquellos primeros años 60 alcanzó éxitos rotundos en Guadalajara (dos orejas), Monterrey (rabo) y Ciudad Juárez (pata), las empresas seguían renuentes a reprogramarlo. Hasta que en 1965, el cornadón de un cinqueño de Rancho Seco en Tijuana le cortó el vuelo. No obstante, se mantendría activo hasta 1972, y una vez retirado fue asesor y juez de plaza de la México en la década del 90.

Querido Flavio
 
El pasado 11 de este octubre, delante del televisor que proyectaba una de las corridas del Pilar desde Zaragoza, se apagó súbitamente la vida de don Flavio Aguilar González, hermano de El Ranchero y nacido, como el famoso diestro, en la hacienda tlaxcalteca de Piedras Negras.

Taurino de toda la vida y experto tentador --como el propio Jorge y como el antedicho Pepe Luis Vázquez—, se vistió de luces y llegó a debutar en la México (17.06.51, con Jerónimo Pimentel, Fernando Brand y utreros de La Laguna), antes de dejarlo tras un lustro de discretas campañas (su última comparecencia en la Monumental data del 31.07.55). 

Fue Flavio quien tomó la plaza de Tlaxcala cuando estaba prácticamente cerrada e ideó aquellas ferias de los 60, a base de manos a mano de cuatro toros en concurso de ganaderías, premio en metálico al más bravo del ciclo. Toros de verdad, que ponían a competir entre sí a las divisas señeras de la región, entreveradas con algún ejemplar de La Punta o Torrecilla, y abrían paso, con cuatreños de nota, a gestas toreras imposibles de ver con utreros mal inflados y peor rasurados como los que después serían habituales.

De trato afable y acogedor, fue un ejemplar compañero de tendido, discreto, respetuoso, conocedor como pocos del toro y del toreo y que sabía explotar de gozo cuando un torero conmovía con su arte y su entrega ese órgano tan sensible en los miembros de la familia Aguilar González --el corazón-- que, ya ven ustedes, tanto en Jorge, allá en la placita de tienta de Coaxamaluca, como ahora en Flavio, en la calidez de su poblano hogar, no ha tenido más remedio que romperse, a impulsos de la fuerza sentimental del toreo.

Nuestro pésame a la extensa familia de Flavio, y a la aun más larga lista de amigos de su impagable bonhomía  y su invariable cordialidad.   


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