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Desde el barrio: La hora de la renovación

Martes, 07 Oct 2014    Zaragoza, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Si algo ha dejado muy claro esta plana temporada taurina española que ya finaliza, es que el escalafón de matadores necesita una, más que urgente, perentoria renovación de hombres y de nombres, porque en un año tan "plano" en las taquillas y de tan bajo perfil en el ruedo, esa sería, si hubiera buen sentido de la organización, la más destacada conclusión que deberían sacar los poderes taurinos para ponerse a trabajar por la continuidad del espectáculo y de su propio negocio en los duros años que aún nos quedan por delante.

Porque es evidente que esta grisura generalizada, que se mantiene contra toda lógica por alargar el mezquino entramado de unos pocos empresarios y apoderados asimilados, es la principal amenaza interna de una oferta de ocio que cada año de crisis que pasa se ve más incapaz de atraer al suficiente número de espectadores que avale unas cuentas saneadas.

Son demasiados los nombres de toreros gastados y de perdido atractivo que, en lo más alto y en la zona media del escalafón, obstaculizan el paso a los que habrán de llevar el peso de la fiesta de los toros en las próximas temporadas: esos toreros, tanto jóvenes como incluso veteranos, que hasta ahora no encuentran las necesarias oportunidades para tomar el relevo y darse a conocer entre el gran público.

Aunque las grandes empresas, para justificar sus cada vez más aburridas y tópicas combinaciones de toros y toreros, recurren cínicamente a la excusa de que no salen nuevos espadas con tirón popular, la realidad se empeña en acusarles a ellas mismas del problema con su misma tozudez.

Y es que los carteles de las ferias, grandes y no tan grandes, se diseñan en su inmensa mayoría obedeciendo únicamente al juego de intereses de los dueños de la manija y al cada vez más reducido, diríamos hasta que pírrico, caché con que están llegando a tragar tantos toreros quemados o en franca decadencia que no se apean del circuito.

Pero es precisamente por ahí, porque las grandes empresas y su prensa obediente dejen de sostener tan artificialmente a los toreros que hace tiempo dejaron de interesar, por donde debe empezar la urgente limpieza general que enluzca la fachada del toreo para unas cuantas temporadas. Para que dentro de cinco o seis años se puedan seguir dando ferias en las que los nombres más sonoros no sean aún los ya manidos de matadores mil veces vistos y con más de dos décadas de alternativa.

Es el momento de dar paso a toreros más frescos y, sobre todo, en bastante mejor momento y de mayor calidad que los que ya no tienen nada que aportar tras tantos años de uso por la patronal. Y es hora de que sus triunfos tengan recompensa, tanto en festejos que les confirmen como en honorarios que hagan que les merezca la pena entregarse ante el toro.

Claro que para eso también se necesita desechar de una vez ese dañino criterio publicitario de "to er mundo es güeno" y que en las crónicas se vuelva a separar el grano de la paja para señalar virtudes y defectos, lejos de esa tabla rasa del "buenismo" que sólo es bueno para quienes no quieren que cambie el rumbo de este barco a la deriva.

Es hora, sí, de que los mejores toreros se sientan estimulados para no convertirse en funcionarios de muleta rígida con oficina en la pala del pitón. Y de que el verbo "ligar" recobre su verdadero sentido de sumar muletazos completos a muletazos completos, para desterrar esa pervertida acepción que lo confunde con el movimiento continuo de una noria ventajista y sin emoción.

Porque, entre la nueva generación de toreros, algunos con reciente alternativa y otros aún con el utrero, y todavía en un selecto y reducido grupo de veteranos resistentes hay unos cuantos que han tomado el camino más difícil en estos tiempos de comodidades y mínimos esfuerzos a todos los niveles.

Frente a la mayoría de sus contemporáneos, ellos no quieren mirarse en el espejo de toreros de moda artificiosa ni en sus pasajeras fórmulas de éxito, sino que están indagando, a través de otras referencias arrinconadas, en el más difícil todavía del toreo más puro y clásico que gran parte del público actual parece que ya no reconoce.

Aun así, son únicamente estos ya raros ejemplares de torero los que, con su autenticidad, podrán sostener el espectáculo frente a tantas amenazas internas y externas: los que podrán devolverle a este arte y a este rito la trascendencia y la calidad que ha ido perdiendo en los últimos años y que representa su único poder de convicción y de conexión con la sociedad. Porque el buen toreo es eterno y, además, es un gran grito de rebeldía en el reino de las apariencias.


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