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Desde el barrio: Una campaña de provocación

Martes, 30 Sep 2014    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Se ha abierto la veda. A raíz de la reciente celebración del famoso Toro de la Vega en Tordesillas, los colectivos antitaurinos españoles parecen haber iniciado una nueva, más agresiva y muy estudiada campaña en contra de los festejos populares. Y no parece una más sino que todo apunta a que quieren que sea la definitiva.

Cuentan para ello con la complicidad, por supuesto, de unos medios de comunicación que, como altavoz incondicional, dan una tremenda y muy efectiva difusión a todas sus iniciativas. Y, lo que es peor, incluso hacen ir a rueda de su línea editorial a los inconsistentes políticos del momento, más pendientes del marketing y de la imagen que de la solidez y la responsabilidad de su trabajo.

Ya hemos visto estos días cómo algunos de los representantes de los partidos de izquierdas, dizque “progresistas”, han saltado como galgos hambrientos tras de esta nueva liebre mediática de moda en su desesperada búsqueda de votos, para lo que no dudan en subirse al carro de la más descarada demagogia populista o en darle audiencia a los más vomitivos programas de la tele-basura.

Ese alarde de frivolidad política, mediante llamada telefónica en directo al gurú de la casquería televisiva, fue el que hizo Pedro Sánchez, el nuevo secretario general del PSOE que, para empezar, ya va diciendo por ahí que a él nunca le verán en una plaza de toros….

Esperemos que, por coherencia, tampoco use ninguna para dar mítines electorales en las próximas campañas electorales, una vez que su partido ya ha lanzado en el Parlamento una proposición de ley, que no prosperará pero que marca tendencia, para acabar con el que llaman "maltrato animal" en los espectáculos públicos.

La cuestión es que el detonante de todo este quilombo fue el hecho de que, como todos los años, hasta Tordesillas, en el corazón de Castilla y León, se desplazaron unos doscientos activistas antitaurinos, incluidos algunos "objetivos" periodistas, decididos a boicotear el tradicional toreo medieval en el que, desde hace siglos, un hombre a pie firme alancea a un toro a campo abierto.

Doscientos eran los que quisieron imponer su voluntad a los 50 mil asistentes al evento, intentando por todos sus medios provocar una agresión que les hiciera pasar por víctimas de esa “inculta masa de paletos” que martirizaba a un indefenso animalito… con dos pitacos de impresión y casi seiscientos kilos de músculo, este año con el hierro de Antonio Bañuelos.

Durante cuatro días, todas las televisiones de España se hicieron eco machaconamente de esta forzada polémica, en la que, muy a su pesar, no hubo mayores incidentes, pero que genera la suficiente carga de morbo que todas buscan para tirar de la impresionable audiencia.

Y doscientos eran también -probablemente los mismos que estuvieron en Tordesillas y también a gastos pagos- los que se desplazaron hasta la valenciana población de Algemesí para joderles las fiestas a las peñas que celebraban sus particulares becerradas entre los mismos "cadafals" donde tiene lugar su famosa feria de novilladas.

La coincidencia en número de tan "pacíficos" activistas y, sobre todo, el seguimiento constante que algunos medios hacen de sus andanzas hacen sospechar de que estos hechos no son aislados ni casuales, sino que forman parte de una bien proyectada campaña en busca del impacto popular a través de un torticero victimismo.

Ya que no lo han conseguido a las puertas de las plazas, donde su persistente cantinela de insultos es desdeñada muy educadamente por los pacientes aficionados, es como si estos animalistas anduvieran buscando un golpe de efecto que pasa por convertirse en agredidos, siendo los agresores, en lugares donde el orgullo local y el consumo del alcohol hacen más que previsible una respuesta violenta.

Buscan eso, exactamente, a la espera de que una de las muchas cámaras que siempre les acompañan grabe el instante de una dura agresión, esa misma que, como no ha existido de momento, quieren denunciar incluso autolesionándose, como algún arrepentido ha denunciado en sus propias redes sociales.

Esa otra sangre es la que buscan, la suya y no la del toro: la que tiña las ansiadas imágenes de su cruzada que posteriormente esos informativos dirigidos y editados por decenas de periodistas catalanes repetirán hasta la saciedad. Tratarán así de mostrar al mundo la "incivilizada" actitud de los taurinos de la España profunda, pero nunca las serias agresiones que están sufriendo por parte de los animalistas los heroicos novilleros a las puertas de la Santamaría de Bogotá.

Que a nadie extrañe que saquemos a colación el aspecto "nacionalista" de los profesionales de la información, ya que, sin ningún matiz peyorativo ni sectario por nuestra parte, en ese "catalanismo mediático" puede que esté, muy posiblemente, la razón no ya de esta complicidad sino de la ausencia de información taurina en la mayoría de los informativos de las cadenas de televisión españolas.

Porque, en realidad, estas campañas abolicionistas encuentran en los medios un gran caldo de cultivo por el impostado progresismo de ciertos periodistas pero también por esa reciente mentalidad "catalanista" que justifica políticamente la prohibición de los espectáculos taurinos al modo de lo ocurrido en Barcelona.

Juntando así "el hambre con las ganas de comer" en referencia a los toros, y revolcándose en el barro del morbo que domina el criterio televisivo actual, a algunos de estos líderes mediáticos sólo les basta con volver a hacer un uso tergiversado del lenguaje para ahondar en sus intenciones abolicionistas.

De tal forma que, como en el caso de Algemesí, ante audiencias millonarias e irreflexivas los disfrazados manipuladores se refieren desahogadamente a un eral como un "cachorro" o incluso un "bebé de dos años" que fuera maltratado por borrachos y sádicos, obviando que mucha menos edad tiene la sabrosa ternera que se comen tras engordarla estabulada.

En el fondo, y para negocio de las grandes multinacionales del sector de las mascotas, con esta manipulación lingüística se busca tocar la fibra más sensible de los urbanitas que sólo se compadecen del perrito o el gatito que tienen en casa o que se encuentran por la calle, pero no de los millones de parados que apenas pueden cubrir sus necesidades vitales en el que es el verdadero problema de este país.

La estrategia antitaurina es tan evidente como efectiva puede llegar a ser si es que nadie se atreve a frenarla, lo que parece más que dudoso. Es más, en el propio mundo del toro hay una asombrosa y pazguata tendencia a distanciarse de estos asuntos, no ya desdeñando los festejos populares sino, desde un estúpido clasismo, incluso dando la razón a quienes quieren prohibirlos. Como si la base de las corridas de toros, y de la misma afición, no se encontrara en este tipo de celebraciones.

Craso error porque las campañas antitaurinas, que pretenden de momento segarlos por la raíz, tiene precisamente fijado su último y principal objetivo en los festejos formales, sin discernir unos de otros. No hay que volver la vista porque puede pasarnos como con los nazis en ese famoso texto que se atribuye a Bertolt Brecht pero que en realidad es de Martin Niemüller: "Primero vinieron a por los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista…" Porque, si no reaccionamos, también vendrán a por nosotros.


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