Banners
Banners

La entrega, pedestal de la emoción (video)

Domingo, 14 Sep 2014    Zacatecas, Zac.    Juan Antonio de Labra | Foto: Landín-Miranda           
Diego Silveti cortó sendas orejas y abrió la puerta grande
Arturo Macías, Fermín Rivera y Diego Silveti, ofrecieron una tarde de toros muy emotiva hoy en Zacatecas, cargada de matices, de sentimiento, de variedad y de torería, en una corrida que nos deja varias reflexiones acerca de la intensidad y vocación con la que los tres espadas del cartel afrontaron el compromiso.

Y paralelamente a esta demostración de pundonor, de vergüenza torera, brillaron las cuadrillas, como contagiadas de lo que hacían sus jefes de filas, unidos por un mismo sentido de responsabilidad que dejó en el ambiente una sensación muy bonita.

Si a eso añadimos que varios toros de Pozo Hondo proyectaron emoción, uno por bravo (el tercero), otro por su calidad (el cuarto) y otro más por su temperamento (el séptimo), el conjunto de todos estos elementos citados líneas arriba desembocó en una sola palabra: emoción, la que provoca este arte tan místico como es el arte del toreo, una expresión tan efímera e idealista que nace y muere en el mismo instante en el que se produce.

La historia escondida de la corrida tenía tres lecturas: Primeramente, el debut en esta plaza de cantera rosa de Diego Silveti; además, la reaparición de Fermín Rivera –otro torero de dinastía– tras la hermosa faena del año pasado y, por supuesto, la revancha de Arturo Macías luego de la aciaga actuación del día anterior, en la que casi le tocan los tres avisos. Así que todos estos ingredintes favorecían el espectáculo. Y surgió. Surgió la magia del toreo porque la ganadería de Pozo Hondo se sacó la espina tras la mala corrida que lidió en el serial zacatecano, el pasado domingo 7 (tenía que ser "domingo 7", por cierto) y ahora sí hubo varios ejemplares que propiciaron el triunfo.

El toro castaño que saltó a la arena en tercer lugar, el de la presentación de Diego en Zacatecas, devolvió el ánimo a la concurrencia luego de que los dos primeros ejemplares no habían terminado de embestir, mucho menos el segundo, primero de Fermín Rivera. Y de esta guisa, a partir entonces la corrida se fue para arriba porque Silveti estuvo pausado e inteligente ante un toro que se empleó con bravura desde los primeros compases de una faena ligada en un palmo, con temple y ritmo, en la que las series de muletazos tuvieron un gran acabado.

Ya con la gente entregada, ante la que Diego cayó de pie por ese carisma tan contagioso y el inolvidable recuerdo de su padre, se dio a torear con gusto y calidad hasta que el toro vino un poco a menos, lo que no fue impedimento para que rematara el trasteo de una estocada meritoria que le puso en las manos la primera oreja del festejo.

Y este trofeo se sumó el del sexto, un toro complicado, que desarrolló sentido, y con el que Diego por momentos tuvo que tragarle y torear con cierta desconfianza, porque se mascaba la voltereta; el peligro era inminente. El carácter sacó a flote al nieto de Juan, que se esforzó por agradar, y como ya tenía al público de su lado, una estocada defectuosa, que asomó por el costillar contrario, no fue óbice para que se le pidiera un trofeo, el segundo que le permitió abrir la puerta grande de esta plaza por primera vez en su carrera.

Pero volviendo atrás en este recuento de hechos, en cuarto lugar salió de los toriles un toro berrendo cinchado, bajito de casta pero con una gran calidad, con el que Macías hizo una faena sumamente variada, precisa, en la que demostró que cuando se propone torear con mucha suavidad es capaz de sacar esta faceta que tan bien sabe combinar con la otra, la de torero combativo y recio, valiente a carta cabal. Pero hoy, lo de Arturo fue de otra dimensión porque en éste toro, y también con el de regalo, toreó a placer, con un dominio de la escena, un oficio y un sitio admirables.

Desde luego que el toro no era de indulto, pues en los dos primeros tercios salió suelto de los capotes y doblaba contrario, además de que no tenía celo y más que embestir, pasaba. Pero sí que tenía clase y movilidad, y unas nobleza de dulce que no desaprovechó Arturo para construir una obra de una creatividad inusitada, en la que intercaló muletazos de gran factura, con una gran improvisación que le llegó mucho a la gente.

La faena, desde luego que sí fue de indulto; lo que no era de indulto era el toro. Y no es una perogrullada. Entiéndase. Macías tuvo la capacidad de hacer una faena muy larga, magnífica; una faena que a veces muchos toreros no son capaces de hacer ni toreando de salón porque se les acaba el repertorio cuando llegan al medio centenar de muletazos. En cambio, aquí Macías se emborrachó de torear bien y, por supuesto, que se trabajó el indulto con mucho colmillo, pero la autoridad tuvo el tino de no caer en el triunfalismo.

Luego, fue un poco extraño que al toro no se la haya dado le vuelta al ruedo, sino un "arrastre lento", al cabo de varios pinchazos que desdibujaron un triunfo legítimo que hubiera dado mucha alegría al indómito hidrocálido.

Consciente de que no podía irse de esta plaza sin triunfar, delante del toro de regalo se puso de rodillas en los medios, y con una entereza descomunal, dio cuatro largas cambiadas de rodillas de perfecta ejecución. La plaza estalló en emoción porque aquel hombre se la había jugado en serio, y el toro, que recargó en varas, llegó a la muleta con nervio, un puntito violento, exigente, pero con gran transmisión, que es una de las mayores virtudes de un toro de lidia, al margen de su estilo.

Y así fue como Arturo le plantó cara en otra faena asombrosa por su quietud, su inventiva, su valor y la vibración que comunicó a la gente, que estaba loca con su manera de entregarse. Fue una lástima que, tras el pinchazo que antecedió a la estocada, el de Pozo Hondo tardara tanto en doblar, porque le tenía cortadas dos orejas, o quizá hasta el rabo. Aquella arrebatadora entrega había tenido una fantástica receptividad en el público, que se quitó el sombrero y le gritó ¡torero, torero, torero!, inclusive sin haber tocado pelo.

De Fermín Rivera hoy hay que destacar una primera faena sin brillo, motivada por un toro aplomado que apenas y acudía a la muleta. Y hasta se puede afirmar que extendió, de manera innecesaria el trasteo, pues bien dicen que la brevedad es una especia de cortesía, sobre todo con un toro que estaba hueco por dentro.

Pero en cambio, en el quinto, uno de los más hechos del encierro, impresionó la convicción con al que afrontó el reto. Callado, serio, a veces seco, pero sumamente comprometido con su tauromaquia, con el objetivo siempre puesto en tratar de torear con clase y empaque, el nieto del maestro Fermín se puso en el sitio y cuajó una faena para letrados, para profesionales; una faena de una técnica depurada que le permitió ir desentrañando el comportamiento de un toro violento, reservón, con el que el potosino tiró la moneda al aire.

Y se la jugó en serio por ambos pitones, con la virtud de haber encontrado el secreto para desengañar a un toro con el poder de su templada muleta. Tal vez la faena no fue valorada en todo lo que cabe por el público, pero fue una de esas ocasiones en que el torero debe guardar el recuerdo de lo que hizo, pues este tipo de actuaciones son las que dan moral para seguir en la lucha; para no apartarse de su estilo; para ser fiel a ese concepto que, en las plazas grandes, con los toros clave, serán el pedestal de su encumbramiento. En ello radicó la importancia de Fermín con este toro.

La gente se lamentaba un poco de que sólo se hubieran cortados tres orejas, pero quizá era lo de menos, pues si el triunfo desde luego que es muy importante –más no lo único–, lo verdaderamente esencial de la corrida se había cumplido a cabalidad: en el ruedo hubo emoción, esa emoción que toca las fibras más sensibles de la vena del aficionado y lo obliga a volver a la plaza; a renovar sus votos como aficionado. Una gozada.

Ficha
Zacatecas, Zac.- Plaza Monumental. Cuarta corrida de feria. Dos tercios de entrada en tarde agradable, con intermitentes ráfagas de viento. Siete toros de Pozo Hondo, armoniosos de hechuras y de juego desigual, entre los que destacó el 3o. por su bravura y el 4o. por su calidad, éste último premiado con arrastre lento. Arturo Macías (azul rey y oro): Silencio, ovación y ovación tras dos avisos en el de regalo. Fermín Rivera (lila y oro):Silencio y oreja. Diego Silveti (grosella y oro): Oreja y oreja. Incidencias: Destacaron con las banderillas Jonathan Prado y Diego Bricio, que saludaron, así como Nacho Meléndez con la vara. El 4o. tuvo petición de indulto, que no fue concedida. El 7o., de regalo, tuvo una larga agonía y por ello sonaron los dos avisos. Tras el paseíllo, la Peña Juventud Zacatecas otorgó un reconocimiento a Fermín Rivera.


Comparte la noticia