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Tauromaquia: Semana siniestra

Lunes, 26 May 2014    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna en La Jornada de Oriente

Desde el punto de vista mediático, acaparó reflectores el decimosegundo festejo isidril, verificado el pasado martes 20 y suspendido a la muerte del segundo toro con los tres matadores en la enfermería de Las Ventas. En Europa, la semana había empezado con la gran paliza que un terciado ejemplar de Buenavista le propinara en Osuna a Sebastián Castella –permaneció conmocionado  varias horas—y, a la altura del jueves, nos sacudió la urgente hospitalización del veterano centauro lusitano Joao Moura, lesionado en su finca como consecuencia de la caída de un caballo.

De todos los percances registrados, el más grave afecta al matador madrileño David Mora, horrorosamente cogido y repetidamente vuelto a recoger por “Deslío“, el codicioso burel  de El Ventorrillo que abrió plaza el martes en Las Ventas y al que pretendía saludar con una larga cambiada a portagayola cuando el astifino ejemplar se lo llevó por delante, prolegómeno agorero de una tarde en que Antonio Nazaré y Saúl Jiménez Fortes serían, más que sus alternantes formales, compañeros de infortunio por partida triple.

Sureste trágico. Pero fue en nuestro país donde se produjeron las dos tragedias mayores. Ambas el mismo día –domingo 18 de mayo-- y más o menos a la misma hora. Y para mayor inri, las dos en el lejano y, a su manera, muy taurino Sureste, donde pocos meses atrás se había registrado ya la muerte por cornada de Laureano de Jesús Méndez Uh (07.12.13), en festejo de los que se realizan en pueblos pequeños, como parte de las ferias o novenarios del lugar y al margen de reglamentos oficiales, difusión en los medios masivos y asistencia médica adecuada. Carencia ésta última que, siendo la de mayores consecuencias y requerida por tanto de más urgente solución, inexorablemente se repite, así se trate de corridas de toros, como la del domingo en Seybaplaya, Campeche, en la cual perdió la vida el cabo de forcados Eduardo del Villar.

Esforzada saga. Eduardo del Villar, natural de Tulancingo, Hidalgo, tenía 26 años de edad y había heredado el gusto por desafiar reses al estilo portugués de su tío Gerardo, fundador de los Forcados Hidalguenses, a cuya agrupación pertenecía el infortunado cabo. En el festejo de Seybaplaya, el grupo estaba anunciado para compartir cartel y toros con el rejoneador Emiliano Gamero, quien alternaría con Federico Pizarro en la lidia de cuatro de Zacatepec; a última hora, el encierro fue remendado con un ejemplar de Rancho Seco, que sería el causante del mortal percance.

Tal como es preceptivo, ya había cubierto Gamero, brillantemente por cierto, los dos primeros tercios de la lidia de “San Isidro Labrador” --que así, no muy apropiadamente, le puso Sergio Hernández a su toro--, cuando la troupe de forcados saltó al ruedo del improvisado coso. Y ya había frustrado la movilidad del bicho el primer intento de pega, cuando Eduardo del Villar tomó distancia al frente de sus compañeros  y nuevamente desafió desde los medios al encastado burel de Rancho Seco.

Lo que ocurrió enseguida no hay quien lo explique, ni cómo fue que el usual encontronazo frontal terminó con Edu colgado del romo pitón, regando ya con su sangre la arena playera del coso, ni el grifo incontenible del muslo, el desconcierto generalizado, la ausencia de una enfermería decente y todo lo demás, macabro y atroz como fue, desde el tardío arribo de una ambulancia hasta el deceso del torero, esa noche, en un sanatorio de Campeche capital.

Demasiado duro, demasiado penoso, demasiada irresponsabilidad impunemente compartida por organizadores, autoridades e incluso toreros, que aceptan jugarse la vida en las peores condiciones posibles y fiados, temerariamente, a que “nunca pasa nada”. Hasta que pasa.

Cuanta fatalidad. Del joven novillero de la legua Luis Miguel Farfán Marín solamente se conoce el nombre, su vago origen yucateco  y los años que alcanzó a vivir (24) antes de sufrir la cornada que segaría su existencia. 

El percance ocurrió el domingo 18, doblemente trágico, en la localidad maya de Maní, estado de Yucatán.  Y la defunción quedó registrada en el hospital Cap. Dr. Agustín O. Horán, de la ciudad de Mérida, al cual arribó al anochecer con choque hipovolémico irreversible, provocado por numerosas perforaciones en el abdomen causadas por asta de toro, de acuerdo con el escueto parte que el médico de turno expidió. 

Nada más agregan las informaciones sobre el particular. Pero puede suponerse, de nuevo, el cuadro de un festejo al estilo regional, en un coso seguramente improvisado y sin la mínima esperanza de una asistencia clínica medianamente adecuada. Condiciones ideales para que se reediten tragedias como estas dos que han ensombrecido el panorama taurino nacional con su macabra coincidencia en día, hora y zona geográfica.

Eduardo del Villar y Miguel Ángel Farfán ya descansan. Los sobrevivientes tenemos para con el futuro una responsabilidad, que seguramente nos rebasa. Porque ese futuro tendría que excluir para siempre las infames carencias sanitarias que han facilitado, a través del tiempo, historias con finales tan aciagos como las del domingo anterior en Seybaplaya y Maní, Sureste de México.

El desastre de Madrid. Al referido percance de David Mora cuando pretendía recibir a portagayola al toro de El Ventorrillo que lo hirió, lo siguió una entonada faena de Antonio Nazaré al propio a abreplaza. Segundo de la tarde fue “Fetén”, un retinto altón y aparentemente más suave de Los Chopes que, con la idea de que los dos espadas en ese momento disponibles no repitieran turnos, era el primero del lote de Saúl Jiménez Fortes, que el pasado domingo de Ramos ya había sido herido de gravedad en Las Ventas. Que no estaba del todo recuperado lo demuestra el tropezón que, por pura debilidad de piernas, lo puso a merced de “Fetén” no bien se abrió de capa ante el bicho, que milagrosamente lo respetó. No así a Nazaré, quien al intentar  rematar su quite con media por el pitón izquierdo, fue prendido y campaneado, pasando por su pie a la enfermería con rotura del ligamente externo de la rodilla derecha que lo incapacitaba para continuar.

Único sobreviviente de la terna, Jiménez Fortes se aplicó a un muleteo de cercanías, esforzado y porfión, durante el cual volvió a perder pie en un par de ocasiones, que “Fetén” aprovechó para meterle la cabeza con fatal certeza. Misma que se repetiría en la suerte suprema, volcado el torero sobre el pitón, que lo zarandeó aparatosamente en medio de la consternación general. En la enfermería, los médicos comprobaron que llevaba el de Málaga dos cornadas en el muslo derecho. Imposibilitado para continuar la lidia, la suspensión del festejo se decretó.

Antecedentes.  La dura historia del coso venteño registra dos casos anteriores de festejos suspendidos por falta de matadores. Con la extraña coincidencia de que ocurrieran en días casi consecutivos de mayo de 1979. Revuelta andaba la fiesta, soliviantado el público y nerviosos los toreros, con la palabra fraude merodeando los tendidos 7 y 8 de Las Ventas y no pocas reseñas de prensa.  La isidrada transcurría entre broncas. Y entonces sucedió.

De entrada, Francisco Ruiz Miguel resultó volteado por el segundo de Salvador Domecq; permaneció en el ruedo y mató al bicho, pero una extensa cornada en el muslo le impidió continuar. En el toro siguiente, de Garzón, Manolo Cortés se declaró impotente para torear, al recrudecerse una atrofia muscular, de origen medular, que ya se le había declarado antes en Sevilla. Y se borró de la liza. Solo ante los tres toros restantes, el gitano Rafael de Paula.  Pero tampoco duró mucho: apenas  lo que va de unos lances de recibo preciosos al 4º, repetidos en su quite.

Fue precisamente entonces, en el dibujo de la media verónica, que el pitón zurdo del playero burel de El Torero lo hizo girar sobre la pala, para derribarlo y buscarlo con saña en la arena. Conmocionado y herido se llevaron las asistencias al artista de Jerez, quedándose el toro como amo y señor del ruedo hasta que la autoridad ordenó la salida de los mansos y el abrupto final del festejo (26.05.79).

Dos días después, el Niño de Aranjuez fue llamado a sustituir a Ruiz Miguel. Sólo alcanzó a despachar a su primero, un sobrero de Salvador Domecq demasiado vivaz para un novato escaso de sitio. Pudo despacharlo, pero a cambio de una cornada entre brazo y axila que lo mandó irremediablemente al hule. Allí se encontraba ya Ortega Cano, herido grave al estoquear al 2º de Victorino luego de una faena para la que se pidió la oreja, no concedida (la cuadrilla recorrió el anillo recogiendo las palmas destinadas a su matador). En el siguiente toro, otro Victorino de seca bravura, cayó Paco Alcalde, con herida de tres  trayectorias en el muslo izquierdo, mientras el toro era retirado y la corrida suspendida sin más (28.05.79).

En el viejo Toreo. Un ramalazo de historia nos lleva a El Toreo de la Condesa, y al más sangriento de los Jueves Taurinos de 1941. Nunca, que se sepa, hubo festejo más trágico, por lo menos en México. Era una novillada de selección y los seis aspirantes anunciados resultaron heridos de diversa gravedad por una torada de Quiriceo de genio endiablado y atrozmente certera al herir. Alternaban Luis de la Sota, Ignacio Cruz, Julio Calleja, Rubén Ramírez, Santiago Vega (cornada muy grave en el vientre) y Miguel Gallardo; y visitaron también la enfermería Jenaro Martínez (banderillero), Bernardo Bustamante (picador), Francisco Bravo (monosabio), y hasta el espectador Ignacio Macías, fracturado por el embolado que se soltaba para solaz del populacho.

La suspensión, con un público horrorizado, ocurrió en el cuarto “novillo” (28.08.41).  


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