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Desde el barrio: Cuadernos de referencia

Martes, 31 Dic 2013    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Con sencillez y toda la naturalidad del mundo, con ese buen gusto sin alardes, con esa pureza nada vendida con que intentaba torear de novillero y como le gusta que sea el toreo. Así ha ido consiguiendo Álvaro Acevedo que su revista "Cuadernos de Tauromaquia" se convierta hoy por hoy en el perfecto referente en papel –el material sobre el que se asimilan los conceptos eternos– para conocer las auténticas claves del toreo.

Porque Álvaro tiene buen gusto para catar lo que pasa en la plaza, y para explicarlo. Sevillano, pero nada "sevillita", tiene asumida desde niño la tauromaquia universal y, con su ritmo de vida, tan andaluz, le gusta dar sitio a quienes pueden aportar. Y disfruta analizando despacio, igual que se torea, y hablando con calma, sencillamente profundo, con quienes chanelan de esto más allá del brillo de la fama pasajera.

Hay quien dice que Álvaro Acevedo es "el Morante del periodismo taurino", porque a esa naturalidad para escribir y expresarse, para enfrentarse con el pecho por delante a las más evidentes verdades que todos conocen pero a las que pocos se atreven –igual que pasa con el buen toreo le añade la sal de una medida pero muy honda y socarrona gracia, que no "guasa".

Y como no quiero darle más coba, porque no le gusta y se la cree tan poco como yo  –y porque si fuera cierto eso "del Morante", y hubiera justicia periodística, no estaría pasando tantas fatiguitas para poner los "Cuadernos" en la calle cada tres meses– mejor me centro en el gran regalo de Navidad que es para el aficionado el último número de su revista.

Sobre todo en dos de las conversaciones que publica, de esas que bien podían haber tenido como escenario una vieja taberna sevillana de las Siete Revueltas o de la madrileña calle de la Cruz, ante dos copas de Manzanilla en un velador de madera o con dos chatos de Valdepeñas sobre un mostrador de cinc.

Los toreros que hablan esta vez en "Cuadernos de Tauromaquia" pertenecen a distintas generaciones, pero ambos albergan en el corazón un mismo sentimiento del toreo: Pepe Luis Vargas y Finito de Córdoba. Dice el primero, a propósito de su salida como director de Escuela de Écija, que en su día aprendió mucho de las conversaciones con ese grande que fue Pepín Martín Vázquez, que hacía hincapié en que el toreo estaba en las muñecas, "que no sólo sirven para llevar el reloj".

Asegura Pepe Luis Vargas que "la profundidad del toreo no es bajar mucho la mano y retorcer la figura", y que por eso a sus alumnos les hacía fijarse en Morante y en José Tomás. Todo un mensaje de fondo para estos tiempos de toreo productivista y de efectismo estético.

Pero, puede que por casualidad, o no, unas páginas antes es Finito, ese recuperado artista que se perdió en la falsa comodidad de la masificación, quien incide en los valores eternos del buen toreo, en la difícil naturalidad y en las pautas clásicas. Y es así como asegura, con toda claridad, que "torear no es hacer pasar al toro a tu alrededor permanentemente embrocado, como en un tiovivo. Torear es embarcar, templar, conducir, soltar, recoger de nuevo… Torear es eso: torear".

En esta aburrida época de entrevistas rutinarias y huecas, de tantas declaraciones vacías y repetitivas de toreros sin mensaje frente a periodistas sin ideas ni vocación, palabras como las del Fino y Vargas, puestas en negro sobre blanco, suenan a fresco, a novedad, a revelaciones inéditas, a motivo de reflexión.

En medio de tanta confusión, en este caos interesado en el que pescan con redes de arrastre mercaderes sin afición ni amor por el toreo, es bueno que salgan a flote las palabras de los buenos referentes, ese espíritu romántico y nada comercial que sustentó la Fiesta desde siglos y con el que ahora "Cuadernos de Tauromaquia" marca la diferencia.

Por eso tampoco es casualidad que en este número de Navidad se intente reflejar la auténtica base del toreo de Manolo Martínez, el "mexicano de oro", o que se apueste por un novillero oculto entre la crisis pero que apunta el toreo más caro: ese Tomás Campos, al que, como dice Acevedo, sólo han sabido ver "los de siempre".

Es necesario, sí, y más que nunca, hablarles así de toros a unos jóvenes aficionados tan apasionados como desorientados en el manicomio de intereses bastardos en que se está convirtiendo este espectáculo. Porque, como dice Finito, en esta época "falta cultura taurina, esto está muy raro".

Faltan más "cuadernos" para dar voz a esos apasionados referentes que todavía quedan, aunque estén arrinconados y desdeñados por el sistema, como el propio Acevedo. Y es que este mezquino y antitaurino entramado se está permitiendo el absurdo lujo aunque  también sea prevención a que se descubran sus vergüenzas de prescindir de esos locos sabios.

Porque sólo ellos, toreros y taurinos del eterno concepto, están capacitados para garantizar el futuro, para seguir sacando buenos toreros, y no mecánicos funcionarios, a través de sus enseñanzas y de una filosofía valiosísima precisamente por estar fuera de época, de esta intrascendente época que nos toca sufrir.

Sólo así hay esperanza en una urgente regeneración del toreo, esa de la que da indicios, a la vez que carga las pilas de la ilusión, saber que Joselito, Fundi y Bote toman las riendas de la Escuela de Madrid; o ver las últimas fotos perfectas de Diego Urdiales en el campo con un torazo de Carriquiri; o charlar con Villalpando, con José Luis de los Reyes, con Paco Carmona… –qué buena terna para hacer toreros-; o la publicación en breve de un libro de Raúl Galindo sobre técnica del toreo y de otro de Julio César Sánchez sobre Sánchez Puerto…

O leer cada tres meses, con la llegada de cada estación del año, los pausados reportajes de "Cuadernos de Tauromaquia". No te aburras, Álvaro. Algún día, que no sea tarde, te acabarán dando la razón.


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