Tauromaquia: ¡Emergencia poblana!
Viernes, 20 Sep 2013
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
Urge una reacción decidida ante este atropello a la libertad
El anuncio de que el cabildo municipal de la ciudad de Puebla ha iniciado procedimiento formal encaminado a la supresión definitiva de las corridas de toros en dicha capital pone a prueba al sistema taurino en su conjunto. No es lo mismo abolir los toros en Jalapa o en Sonora, donde nunca tuvieron arraigo, que hacerlo a las puertas del Distrito Federal, en una urbe que desde la época de la colonia se distinguió por su vigoroso impulso a la tauromaquia; una ciudad donde hace cinco minutos, en el primer lustro de este siglo XXI, se celebraban en promedio una veintena de festejos taurinos, confirmación fehaciente de su pertenencia al patrimonio cultural del pueblo, que debiera estar muy por encima de los devaneos de la retorcida política nacional.
Ese impulso y la respuesta entusiasta del público poblano sólo cesó cuando, arbitrariamente, el gobierno del tristemente célebre Mario Marín despojó de la plaza "El Relicario" a su constructor y principal sostén, para entregar la administración del coso a quien ningún interés mostró, pese a tratarse de un conocido ganadero de bravo, por continuar ofreciendo toros a una afición probadamente participativa y ávida siempre de buenos carteles.
Pero fuera de lamentar que las cosas tomaran tal sesgo en aquel 2005, como resultado del capricho de un político insensible e poco digno, muy lejos estábamos de imaginar que la cuesta abajo de nuestra fiesta pudiera tornarse irreversible al cabo de unos cuantos años.
Por mucho que lamentáramos la torpe interrupción de entonces, nadie imaginaba la alcaldada que ahora mismo se cocina, consistente en meter en el mismo saco gallos de pelea, animales de circo y ganado de lidia con vistas a decretar la abolición de cualquier espectáculo que los incluya bajo la figura de "maltrato animal" (el maltrato humano, en cambio, les pasa de noche).
Ni que la incultura y estupidez de los promotores del albazo incurrieran en el absurdo de equiparar la tortura –que según cualquier diccionario de la lengua consiste en atormentar con fines específicamente perversos a quien está imposibilitado para defenderse– con un rito sacrificial artísticamente relevante, basado en procedimientos que empiezan por garantizar el equilibrio potencial entre las partes en pugna, que no otra cosa es la obligación del matador de cumplir cabalmente las reglas del ritual, y la del representante de la autoridad de asegurarse de la integridad del astado, salvaguardada por su criador durante su cuidada vida en la dehesa, que por cierto nada tiene que ver con los vejámenes sufridos durante su crianza y engorda por las inermes bestias –aves, porcinos, caprinos y bovinos– destinadas al consumo humano. Por supuesto, sin interferencias de políticos incultos y estultos a la par.
No abundaré esta vez en el sentido de la tradición –de cualquier tradición que lo sea realmente– contenido en el mito que le dio origen y el rito de representación que la actualiza. Valores y símbolos se unen en ese doble juego, y es esa la razón por la que ninguna cultura conocida puede prescindir de sus tradiciones, pues todas ellas, si son auténticas, encierran una cosmovisión y expresan unos valores compartidos. Valores claramente presentes en la ética del toreo serían la equidad, el arrojo, la creatividad, la destreza técnica, la disposición al sacrificio del hombre; y atributos del toro de lidia la bravura, la nobleza, la tendencia a atacar de frente y la peligrosidad inherente a esas características.
Que en el siglo XX la conjunción de ambas fuerzas opuestas haya originado un arte especialísimo, incomparable por cuanto se da, de manera forzosamente efímera, al filo de la muerte, es cosa que solamente una mente distraída e inculta podría ignorar, más allá de preferencias más o menos personales, más o menos inducidas por el pensamiento único de la globalización y la corrección política en boga.
Iba a decir que la ignorancia es audaz y la incultura de los abolicionistas generalizada, pero también es posible que dicha ignorancia y semejante incapacidad para penetrar las sutilezas de la cultura propia estén encubriendo la erosión en nuestra sociedad de los valores arriba mencionados –ejemplos lamentables sobran–, y marcando el avance inexorable de la ética utilitarista e hipócrita de la civilización anglosajona, la misma que ha liderado la mal llamada globalización, y aspira a dominar por entero al planeta y sus habitantes.
Llegados a este punto –el de la iniciativa abolicionista del cabildo municipal poblano–, lo que está ahora mismo a prueba es la capacidad del medio taurino mexicano en su conjunto para reaccionar de manera inmediata y consecuente. Será cosa de ver si los valores que la tradición taurina conlleva están realmente presentes en los interesados o simplemente se suponen, como el valor de los toreros.
La valentía, como el amor o la libertad –que todo eso está en juego–, no es algo que baste con pregonarse a los cuatro vientos: hay que demostrarla cuando la ocasión lo demande. Y la presente situación no lo demanda, lo exige. ¿Irá a reaccionar el taurinismo nacional como se debe, o por el contrario preferirá mirar hacia otra parte, mientras el acoso y derribo de la tauromaquia –arte, rito, espectáculo, fuente de ingresos, patrimonio cultural vivo– impunemente se consuma?
Por lo pronto, encuentro en la dramática situación de un país en estado de shock, el resquicio de una oportunidad de reacción. La historia dice que el toreo ha tenido una manera inequívoca y unificada de responder a desgracias naturales o inducidas como las que actualmente asolan nuestra república. Y esa manera consistía en organizarse para organizar festejos benéficos en los que participaban desinteresadamente los distintos estamentos de la fiesta: ganaderos donando toros, matadores y sus cuadrillas sacrificando sus salarios con tal de colaborar, autoridades dispensando facilidades y un público generoso y dispuesto a llenar las plazas en tales ocasiones. De manera que la taquilla, descontados gastos indispensables, se destinaba casi por entero al alivio de los daños causados en la población, su salud y su patrimonio por las devastaciones de un terremoto, una inundación, un conflicto armado.
Sobrados estamos, pues, de motivos que justificarían la organización no de uno sino de varios festejos taurinos planeados con ese propósito. La percepción pública de la tauromaquia sin duda mejoraría en su hora más crítica. Y si la primera de tales corridas de beneficio se celebrara precisamente en puebla, el efecto sería doble. Todo es cosa de obrar con presteza y, al mismo tiempo, con diplomática habilidad. Tomando al toro por los cuernos, pues.
Ahí está la propuesta. Que es, al mismo tiempo, un reto que pone a prueba la capacidad del sistema taurino en su conjunto para recobrar su autoestima y mostrar que la solidaridad, la compasión, la generosidad, el poder creativo no son ajenos a la tauromaquia. Sino, por el contrario, parte fundamental de su esencia.
Hay que entrar al quite, ya. Lo de Puebla es muy grave. Pero la situación de los damnificados del país, mucho peor. Ambas, si nos lo proponemos, pueden empezar a remediarse con la contribución del taurinismo nacional, si es que aún late algo vivo y valioso en su interior.
Noticias Relacionadas
Comparte la noticia