Desde el barrio: El duro examen de septiembre
Martes, 17 Sep 2013
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
Paco Aguado septiembre 2013
En España, el mes de septiembre es el de los novilleros. Las tres primeras semanas del calendario, más cargadas incluso de festejos que el cantado mes de agosto, incluyen no sólo varias ferias en Castilla sino también una larga lista de novilladas, en carteles de pueblos en fiestas o en certámenes específicos cada vez más numerosos.
Reducidas a su mínima expresión y sin criterios coherentes en las pocas plazas de temporada que restan –apenas sólo Madrid y Sevilla– y en un año en el que la crisis las ha hecho prácticamente desaparecer del resto de la campaña, el setenta o el ochenta por ciento de las novilladas que se van a celebrar en este 2013 se han concentrado en este noveno mes.
Hasta casi finalizado agosto las cifras reflejaban con nitidez la crítica situación del escalafón: sólo cuatro de los aspirantes más destacados habían pasado hasta esas fechas de las diez actuaciones. Y es así como cualquier conclusión sobre este mercado, igual que todos los afanes y las ilusiones de los novilleros del momento, han quedado aplazadas irremediablemente hasta este duro mes de septiembre.
Duro, muy duro, porque en apenas cinco semanas, hasta que finalice el "Zapato de Oro" en Arnedo, toda una generación de novilleros, probablemente la mejor de los últimos quince años, tiene que ganarse el futuro con una asfixiante urgencia. Y con las duras exigencias de siempre.
Sin continuidad en el oficio durante el resto del año, y sin recompensas a la vista por la falta de visión de la casta empresarial, todas las aspiraciones de los novilleros se concentran ahora en el duro entorno de Madrid y sus provincias limítrofes, esa cruel forja de toreros que subsiste desde que el toreo es toreo.
Plazas de talanqueras de ruedos deformes e impracticables o modernos y fríos recintos de cemento armado, en un radio de cien kilómetros desde la Puerta del Sol, son el escenario obligado donde los aspirantes se están viendo las caras tarde tras tarde de septiembre con auténticas corridas de toros, de hierros con fama o desconocidos.
Porque desde aquellos lejanos tiempos en que los empresarios eran carniceros y aumentaban sus ganancias con los resultados de la báscula, en los alrededores de la capital, desde el Guadarrama hasta el Tajo, desde el Tiétar al Tajuña, el volumen y los pitones desmesurados han sido la pesadilla de todos los soñadores de gloria.
Y no es de extrañar si observamos el significativo dato que dice que, en lo que llevamos de mes de septiembre, en ese mismo entorno –y aunque no todos en ese tipo de "novilladas"– ya son diecinueve los novilleros que han resultado heridos de consideración, incluidos dos mexicanos como Armillita y Brandon Campos.
Con la urgencia del triunfo, de hacer sonar su nombre de entre el anonimato forzado por las circunstancias, docenas de chavales, con o sin oficio, se juegan el futuro cada tarde en tan extremas circunstancias, pagando muchas veces con su sangre.
La actual corriente de opinión, enmarcada en la sensiblería dominante, abomina de esta cruda situación de los novilleros. Pero no lo hace tanto por la falta de ayuda a la cantera, que es la base de todo el problema, como por la dureza y el desmesurado trapío de algunas de estas novilladas, a las que, apelando al sentido común y con mucha parte de razón, se califica de "inhumanas".
Pero nadie dijo nunca que la forja del toreo fuera un camino de rosas. Y lo cierto es que, inhumanas o no, estas citas radicales sirven como criba necesaria en el escalafón inferior desde mucho tiempo atrás. Ese tipo de novillos, con su respeto y sus cornadas, ha hecho durante toda la vida una especie de selección natural en el toreo de base, marcando la altura de un listón sólo al alcance de los elegidos y demostrando que los errores y las indecisiones, la falta de inteligencia y de capacidad, se pagan muy caros en este oficio.
Duro no, durísimo, pero ese novillo "inhumano" debe salir saliendo con cierta frecuencia para demostrar a los noveles la cruda diferencia entre jugar al toro y querer ser torero. Para que algunos no pierdan más el tiempo en busca de un imposible y para dejar sitio a los verdaderamente capacitados que forjan con él su carácter. Como fue siempre, nos guste o no.
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