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Desde el barrio: La ventana millonaria

Martes, 03 Sep 2013    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Que un millón y pico de personas en España –y alguno más a través del Canal Internacional de TVE–vean una corrida de toros en abierto por la televisión pública, con la que nos está cayendo mediáticamente, es desde luego una gran noticia para la fiesta de los toros.

Ateniéndonos únicamente a los datos, la encerrona de Talavante el pasado domingo en Mérida duplicó con esa cantidad de espectadores la media de audiencia de Televisión Española con respecto a domingos anteriores y apenas tuvo un punto menos que la corrida transmitida justo hace un año, y en día laborable, en la feria de Valladolid.

Porque todo eso quiere decir que en este país sigue habiendo gente dispuesta a ver toros en televisión, más allá de las protestas y de los intereses políticos y comerciales de las emisoras públicas o privadas.

El dato, por corto que pueda parecer con referencia a otros tiempos taurinos y televisivos, no deja de ser elocuente: una audiencia de un millón de personas multiplica por diez, siendo cautos, la de cualquier corrida emitida por la televisión de pago, esa otra fórmula que puede satisfacer al aficionado y al convencido pero que no es viable ni para el espectador masivo e indiferente ni para el aficionado sin capacidad económica. Y en esta guerra, son estos últimos los que más nos interesan.

Varias generaciones de españoles han conocido la fiesta de los toros a través de la televisión en abierto. Hasta bien entrado el siglo XXI, a la hora de la merienda muchos niños a salvo de traumas han aprendido junto a sus padres o abuelos lo que era una verónica y han entendido, más allá de que se hayan aficionado o no, las claves básicas de una parte de la cultura de su entorno.

Y es que los amplios ventanales de la televisión en abierto, frente a la minoritaria tronera de las de pago, son el escaparate que mejor puede acercar el toreo con fluida normalidad a millones de personas y volver así a restablecer ese necesario enlace permanente con una sociedad que, poco a poco, se ha ido desligando del rito por puro desconocimiento.

Por eso, con todo lo plausible que parece, este nuevo esfuerzo de todos –más de toreros, empresarios, subalternos y ganaderos, quienes ceden sus derechos, que de la propia televisión, que duplica su audiencia con un reducido gasto no puede ni debe quedarse en un hecho aislado.

A pesar de todo, en estos dos años las transmisiones de toros en Televisión Española, "la de todos", como reza el eslogan, parecen reducidas a una simple anécdota anual, promocionada como una rareza y no sin miedo a las protestas. Y, además, "vendida" por el político de turno como un regalo a sus electores, en vez de ser contempladas como un derecho de millones de españoles que debe ser respetado en la cadena pública.

Pero, conocida ya su aceptación entre la audiencia –a pesar de llevarse a cabo en horarios y días nada favorables, es el momento de sentarse a negociar por derecho propio y con argumentos sobrados en los despachos del ente público. Y una vez allí, cerrar un calendario de retransmisiones en las que se repartan los esfuerzos entre los distintos sectores, incluida la propia televisión.

Con el convencimiento de que esa difusión millonaria es una de las grandes bazas de futuro del espectáculo, es evidente que de poco sirven estos esfuerzos puntuales, estas loables aventuras en solitario, estos logros esporádicos de conversaciones de pasillo, si no ayudan a hacerse respetar entre los directivos de la cadena.

Se trata, pues, de poner las negociaciones en manos de expertos más allá de intereses personales, sabiendo que más valiosa a medio plazo que los derechos de imagen puede ser la presencia de los toros en otro tipo de programas de mucha mayor audiencia, como ha pasado con la corrida de Mérida gracias a quienes supieron gestionar las contrapartidas.

Y también, más allá de todo eso, no olvidar nunca que la audiencia sabe pensar por sí misma. Que no hace falta afanarse en demostrar que sobre la arena está sucediendo algo que no evidencian las propias cámaras, que son las que de verdad cuentan la corrida.

Porque los "acontecimientos históricos" del toreo no pueden precocinarse, por mucho que nos guíe la buena voluntad de ofrecer, en esa única oportunidad, una buena imagen del espectáculo a las audiencias millonarias. Para eso, mejor probar suerte con más corridas y, a ser posible, con algo más de entidad.


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