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Liber Taurus: La tarde del adiós

Viernes, 24 May 2013    Quito, Ecuador    Santiago Aguilar | Opinión   
La columna de este viernes

Los ojos de Antonio Campana miraban con impaciencia los tendidos de la plaza de toros de El Chaco, mientras en forma cuidadosa se liaba su capote de paseo; había llegado la hora de poner fin a su carrera de matador de toros, se encontraba a segundos de su último paseíllo. Más que tristeza por dejar atrás veinte años de digno ejercicio profesional, en su cabeza se agolpaban los recuerdos, las idas y vueltas de una vida que le condujo a convertirse en torero, prácticamente desde la nada.

Los breves minutos que mediaron entre ajustar a su cuerpo el lujoso capotillo y el inicio formal de la corrida, fueron suficientes para que recuerde a Ramiro Freire, aquel niño de ocho años que camino a la escuela México, a diario pasaba frente al Camal Municipal de Ambato en el que cada jueves llegaba el ganado para ser sacrificado, día señalado por un puñado de torerillos que capoteaban a gusto a los animales; no tardó el pequeño en querer emularlos, su atrevimiento lo pagó con la paliza que le propinó un destartalado cebú.

El varapalo que sufrió, lejos de desalentarle le empujó a enamorarse del toreo y buscar el camino para iniciar lo más rápido posible el duro aprendizaje. Tres años más tarde con incipientes conocimientos de la técnica taurina, escapa de la casa familiar y con cincuenta sucres en sus bolsillos llega a Quito, pasa la noche en una de las bancas del parque de La Alameda y al día siguiente, temprano muy temprano,  toca las puertas de la Escuela Taurina.

Su falta de antecedentes y de referencias le impiden formar parte de la institución; sin embargo, se suma al grupo de profesionales que a diario entrenaba en el ruedo de la Plaza Quito y su escolaridad definitiva encontró rumbo pero no oportunidades; en tales circunstancias decide volver a Ambato y procurar la soñada tarde de su debut. 

Uno de aquellos días, un viejo torero cómico le incluye en el cartel de un festejo que organizó en una plaza portátil, el caso es que al desconocer el nombre del aspirante a novillero que acababa de llegar de Quito deciden anunciarlo como Antonio Campana, pues su padre fue campanillero de la ciudad. Desde allí en adelante Ramiro muda su nombre y encuentra su futuro.

Una larga brega por las plazas provinciales le dan la experiencia y el cartel para presentarse en la Plaza Monumental de Toros Quito, la tarde del 15 de agosto de 1987 lidiando ejemplares de Pedregal Tambo, actuando con los más importantes novilleros de la época, su primer triunfó lo catapulta a nuevas presentaciones que le llevaron a convertirse en el mejor novillero del año.

Cinco años rodó en los cosos locales, sus ejecutorias llamaron la atención del empresario Pablo Martín Berrrocal que lo llevó a España para presentarse en la plaza de Socuéllamos con Óscar Higares y Paco Delgado, jóvenes promesas de aquel país. Obtiene una oreja, la opción de lidiar tres festejos más y presentarse en la novillada de Feria en Quito, que supuso la apertura definitiva de esa plaza y la concreción de la soñada alternativa la tarde del tres de diciembre de 1993 de manos del maestro César Rincón, junto al Niño de la Taurina matando una corrida con el hierro de Santa Rosa. Aún siente sobre la piel el vestido oro y grana que estrenó.

Antonio Campana ya con la marca de figura local salta las fronteras y actúa en ruedos de Colombia, Perú y España, además del indispensable circuito local de festejos, a lo largo de su esforzada carrera logra sumar alrededor de cien tardes, en las que más allá de triunfos y sinsabores, siempre dejo esa marca de torero de concepto, calidad y buenas maneras. Una de sus últimas presentaciones en la capital constituye una marca en su vida, en el festival de feria alternando con famosos toreros españoles logró salir a hombros junto al legendario Espartaco. 

La limitada cantidad de espectáculos le impulsan en el año 2008 a convertirse en banderillero, destacando por su profesionalidad a la hora de la brega y la colocación. 

La vida, y sus claroscuros tenían preparado para Antonio el torero y a Ramiro el hombre una prueba muy dura, debió enfrentar un delicado cáncer de riñón al que venció con la misma fe y tenacidad que demostró en la arena.

Al cabo de dos décadas este honrado lidiador, vestido ahora de rosa y oro, recorre con lentitud el ruedo para disfrutar segundo a segundo la tarde epilogal; emocionantes brindis a sus familiares, las compuestas palabras del Fiscal Galo Chiriboga que asistió al festejo y reconoció el esfuerzo del hombre-torero, el abrazo inacabable con su cuadrilla y Álvaro Samper su compañero de cartel, antecedieron al sobrecogedor momento del corte de la coleta, esa suerte de añadido que llevan los toreros en la parte posterior de la cabeza y que simboliza la profesión, en esta ocasión de manos de su emocionada madre, pusieron punto final a una historia y compusieron los elementos más intensos y humanos de la jornada inolvidable en que Antonio Campana dijo adiós.  .


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